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sábado, 16 de abril de 2016

Mar de lo que seremos

Me produce un placer indescriptible escuchar la lluvia de la cama. El olor a mojado, las gotas que caen de los tejados y hacen ruido en las tuberías. 

Me acuerdo del pueblo cuando llueve. Las cuestas llevando litros de agua calle abajo, y el reguero de agua llevando palos, papeles y recuerdos de niños y niñas que aún juegan en la puerta de su casa a atrapar lagartijas o hacer pasteles con tierra. 

El olor me produce una sensación de cariño, de melancolía buena. Es la más pura idea de hogar. Sentir que llueve allá fuera, pero no aquí dentro. Dentro está seco. 

La lluvia también me brinda la posibilidad de sentir la limpieza. Se va lo malo, la suciedad, lo movible. En las calles solo queda lo indispensable. Las farolas, los bancos bajo ellas. El adoquín vuelve a tener sus ranuras por las que se colarán las lágrimas, los cafés derramados y los meados de los perros y hombres callejeros.

Y dentro de mí los pensamientos malos también se deslizan y se marchan, junto al reguero de agua, a pelear por un hueco entre las alcantarillas. Llegarán al mar, donde me acabaré juntando con ellos. Pero aún queda mucho para eso. 

¡Hablemos de cosas sencillamente perfectas! Como una gota de agua. El sabor que el cigarro obtiene cuando la punta mira a través de una ventana que llora al otro lado. 

Hablemos del rouge de tus labios cuando vienes y me cuentas muy bajito lo que te gustaría hacer conmigo mientras allá fuera llueve. 

Oh Dios, como adoro la lluvia. Desde la cama. Poniendo un olor húmedo a los recuerdos, e imaginado lo que vendrá (y se acabará yendo), 

Con las próximas lluvias.