APARTADOS

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miércoles, 8 de marzo de 2017

Sé por tus marcas
cuanto has viajado
para olvidar lo que hiciste
sentir algo que nunca sentiste


La vida ya no duele.
Quizá fue la distancia adecuada.

Sin embargo,
en lo único que creo
es el tiempo.

Y los libros,
siempre los libros.

No importa que vaya despacio,
o rápido.

El único ritmo que existe
es el del corazón.



Ese lugar en el que te acogí,
del que te eché,
y en el que aún no te encuentro lugar.

¿Se supone que esto es la felicidad?
Nunca creí en ella.
Ni en ti tampoco, seamos serios.

Pero los libros,
siempre los libros.

La lectura marcada
por los latidos,
leída en un tiempo prudencial,
a una distancia perfecta.

Esa es la única certeza.

De que la vida no duele,
tú no existes,
yo no creo,
y ellos no saben absolutamente nada.

¿Se supone que esto es la felicidad?

Deja a los recuerdos donde están.
No hay espacio para la segunda par




sábado, 16 de abril de 2016

Mar de lo que seremos

Me produce un placer indescriptible escuchar la lluvia de la cama. El olor a mojado, las gotas que caen de los tejados y hacen ruido en las tuberías. 

Me acuerdo del pueblo cuando llueve. Las cuestas llevando litros de agua calle abajo, y el reguero de agua llevando palos, papeles y recuerdos de niños y niñas que aún juegan en la puerta de su casa a atrapar lagartijas o hacer pasteles con tierra. 

El olor me produce una sensación de cariño, de melancolía buena. Es la más pura idea de hogar. Sentir que llueve allá fuera, pero no aquí dentro. Dentro está seco. 

La lluvia también me brinda la posibilidad de sentir la limpieza. Se va lo malo, la suciedad, lo movible. En las calles solo queda lo indispensable. Las farolas, los bancos bajo ellas. El adoquín vuelve a tener sus ranuras por las que se colarán las lágrimas, los cafés derramados y los meados de los perros y hombres callejeros.

Y dentro de mí los pensamientos malos también se deslizan y se marchan, junto al reguero de agua, a pelear por un hueco entre las alcantarillas. Llegarán al mar, donde me acabaré juntando con ellos. Pero aún queda mucho para eso. 

¡Hablemos de cosas sencillamente perfectas! Como una gota de agua. El sabor que el cigarro obtiene cuando la punta mira a través de una ventana que llora al otro lado. 

Hablemos del rouge de tus labios cuando vienes y me cuentas muy bajito lo que te gustaría hacer conmigo mientras allá fuera llueve. 

Oh Dios, como adoro la lluvia. Desde la cama. Poniendo un olor húmedo a los recuerdos, e imaginado lo que vendrá (y se acabará yendo), 

Con las próximas lluvias.


jueves, 27 de agosto de 2015

I digue'm, quin va ser el teu primer record?

Cuando llegué al patio Paula Llaves ya estaba allí. Había otro chico, Nico. Estaban arrodillados en el suelo, mirando algo. Me acerqué a duras penas, corriendo como podía tropezando con las piedrecitas, pero sin caerme al fin y al cabo. 

- Hola
+ Hola Carla, mira, mira Carla. Mira lo que tenemos. 
_¡Carla! ¡es un caracol!
- ¿Un caacol?
+ Sí! Y mira, mira como se mueve. Está pegajoso, tócalo Carla

Nico me cogió el dedo y lo arrastró hasta el viscoso cuerpo del caracol. Lo aparté rápidamente. Luego lo volví a acercar, yo sola,  y lo toqué un rato más. 

+ Lo voy a chafar

Los tres nos levantamos sin decir nada. Y, de repente, Nico lo chafó. La casa-concha se hizo pedazos. Había algunos por el suelo, pero la gran mayoría se habían quedado pegados en la babosa del caracol. 

Paula Llaves pisó otro, así sin avisar. Aún estábamos boquiabiertos mirando el primer caracol. Nuestros piececitos no tenían mucha fuerza. Pero la suficiente. 

Había un par de caracoles más, justo debajo de la planta. Pisé el tercero. La pisada sonó viscosa y débil, como el pequeño chasquido de una rama al partirse. Nico acabó por pisar el último caracol.







Y ese es uno de los primeros recuerdos que tengo. No sé si tengo algo más hacia atrás. Ni cuál es el segundo recuerdo, por orden cronológico, que guardo. 

Pero sea por lo que sea, una de las primeras cosas que enseño a los niños cuando entramos en clase es donde viven los animales como los caracoles. Y cuanto de importante es su cáscara. Todos asienten con la boca abierta. La misma que hubiera puesto yo, de haberlo sabido.

lunes, 10 de agosto de 2015

A Carlos Cervera.

Me está costando, y me costará asumir que te has ido a ese otro lugar donde, por otra parte, todos llegaremos antes o después.

He recordado muchas cosas estos dos días. Imposible no hacerlo. Han venido a mi muchos momentos y recuerdos de otras épocas donde yo era una niña de ojos tristes espigada con muchas preguntas que nadie me respondía.

He recordado un día de primavera en Tarragona. Jugamos un torneo que seguramente debimos ganar, aunque nunca recuerdo ese tipo de cosas. Nos llevasteis a Telepizza y yo fui la que más cachos se comió. Mi plato estaba lleno de bordes, once o doce. Tú alucinabas riendo y cuando llegó mi madre le contaste mi proeza. Ahí ya tenías el bigote canoso y seguramente también la pitillera bonita plateada que formaba parte de tu ritual de fumar.

De hecho podría recordarte en pitillos. El cigarro de cuando salíamos al descanso de los partidos del senior, (da igual de qué temporada, todas eran más o menos igual y nosotros estábamos en todas sin rechistar).

El cigarro de cuando ganamos un intersector, o el que te hiciste una vez que paramos a mitad viaje en un torneo que habíamos alquilado un microbus y todas estábamos como locas cantándote  y tú sonreías porque lo que más te gustaba era vernos contentas (eso y que ganáramos partidos).

También recuerdo el primer día en que bajé a la pista de Grapa, me puse a tu lado y comencé a mirar a las niñas pequeñas y a copiar como las corregías para aprender a hacerlo yo también. Ese día fue la primera vez que alguien me consideró entrenadora, y fuiste tú. La verdad es que esto lo tengo en cuenta ahora, pero me había pasado desapercibido: gracias a ti soy entrenadora. O he sido, al menos. Ahora no sé qué soy.

La verdad es que una parte de mí espera que pases con tu mochila de cuero, tu cuerpo ligero y la camiseta fea del Nou (la antigua del conejo) por la calle de Grapa. Diciendo que vas "a ver un rato un partido y te vas", aunque vas a ver todo el partido y a que la gente te pregunte que qué piensas sobre lo que está pasando. De pie ahí, en un rincón, junto a la máquina. Murmurando cosas con mala leche.

Què juguem, en el meu cap?? Lo decías así, con la coma en ese lugar exacto. Y te ponías el chaleco negro tan elegante para los partidos, los demás parecíamos (éramos) unos principiantes a tu lado.

Éramos les teues xiquetes. Y el día que nos dijiste que no nos ibas a entrenar más me enfadé tanto que me fui corriendo al vestuario y me miré la cara de enfado en el espejo. Me pareciste un egoísta. Por dejarnos. Qué cosas pensamos cuando somos niños.

Podría recordar mil recuerdos en forma de cigarros. Antiguos y modernos. Tus mil caras y toda esa grandeza que tenias escondida tras tu aspecto de reguñón intransigente.

Pero me da pena y voy a acabar de escribirte. La iglesia hoy estaba demasiado callada. Yo tenía ganas de gritar. Primero que no te fueras.

¡No te vayas!

Y después, una vez asumido el hecho de que te estabas quedando en cada vez menos hasta que al final has desaparecido, te quiero gritar que te quiero. Que te voy a echar de menos aunque sea así, en la lejanía que hay entre el mundo de los vivos y el de los que vuelan.

Y que como yo, mucha mucha gente va a llorarte  y a recordarte tanto que va a parecer que no te has ido.

Un fuerte aplauso para ti, paCharli. Padre, mentor, entrenador y compañero. Nunca te olvidaré mientras dependa de mi.  Descansa y saborea la victoria de saber que serás inmortal en esta tierra.

El Basquet te llora. Y yo también.