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lunes, 21 de septiembre de 2015

Más-o-menos-bien

Yo salí a hacerme un último cigarro antes de entrar a despedirme e irme a casa. Era tarde ya, y no había bebido demasiado. (Sí, esos momentos en los que no ir suficiente borracho es el problema). Saqué el paquete y al verlo vacío lo estrujé en mi mano con rabia y me acordé de la pobre madre de Carla, que me había robado el último piti para hacerse un porro (Carla, claro. No su madre). 

Odio, odio cuando no recuerdo que ya no me quedan cigarros y tengo que decirles a mis pulmones que se esperen, que la nicotina va a tardar en llegar y que hagan lo que puedan para distraerse mientras tanto, como respirar.

Me giré a pedirle un piti al primer tío que vi a mi lado. Cuando un tío le pide un cigarro a otro tío en la puerta de una discoteca y ambos se encuentran solos, se crea una especie de vínculo de desprecio-por-todo-lo-demás en el que un cigarro es la mejor manera de cerrar una relación de amistad fuerte y efímera que dura lo que duran diez caladas. La primera con mas ansia. Al igual que la última. Como ocurre con el hola y el adiós. Está todo medido, no lo digo yo. 

Me giré a que el pavo de al lado me diera un cigarro en su infinita sabiduría de no regalar cigarros a sus amigas porretas y a odiar al mundo dentro de la discoteca, y así ocurrió: yo le pedí el piti, él me miró, sacó uno de su paquete, y me medio sonrió. 

Empezamos a fumar mirando al frente. Yo le dije que me llamaba Éric y que a veces quería que todo el mundo desapareciera y me dejara más espacio en la Tierra. Él me contestó que ojalá nunca me sintiera solo. Creo que no nos entendimos el uno al otro, pero íbamos medio borrachos y medio fumados. Así que supongo que era era la máxima conexión a la que podríamos llegar. 

En la cuarta calada apareciste tú. Doblaste la esquina y los dos nos quedamos mirándote. Tu camiseta blanca pegada, la falda volando directa hacia nuestra imaginación (puedo hablar por el otro tío, estoy seguro). Y las zapatillas esas extrañas del universo que llevabas. Dios mío, menuda friki (pensé). Y después me di cuenta de lo buena que estabas. 

Tú venías directa hacia nosotros y empecé a sentirme incómodo. Cerré mi mente de las personas como tú, que tienen ojos que perforan cabezas, y me quedé mirándote sin abrir la boca. Llegaste y le dijiste:

- Eh, Marcos, mis amigas se han pirado. Carlos es gilipollas, y yo paso de toda esta mierda y me voy a casa. ¿Y tú quién eres?- Me miraste preguntándome como si estuviera preparado para hablarte. 

Marcos dijo algo con muy poco sentido, te dio un beso en la frente, una palmada en la espalda y se largó tranquilamente arrastrando los pies por las aceras. Tú te quedaste mirándome y me pediste cigarros. Te dije que el que me fumaba era el último y te lo ofrecí. Te lo acabaste en dos caladas. 

Te dije que me iba a casa y me quisiste acompañar. Bajamos por Gràcia hasta la parada del autobús. Allí nos sentamos a esperarlo y a hablar de la vida de mierda que teníamos. Hasta que en algún momento me comiste la boca y me marcaste un gol por la escuadra que aún estoy viendo desde lejos. El bus llegó, paró, y se fue. Nosotros seguimos sentados comiéndonos las bocas. Como si nunca lo hubiéramos hecho. Como esas cosas que uno al día siguiente ni siquiera quiere recordar porque le da vergüenza. 

Después de dos autobuses nos levantamos y te propuse caminar. Llegamos hasta mi casa, que estaba más cerca. Di por hecho que ibas a entrar, y tú diste por hecho que yo te iba a invitar. 

Después del polvo raro nos quedamos mirando hacia el techo como quien se ha vuelto loco y de repente vuelve a ver con lucidez. Con ojos que suplican perdón y manos que suplican cigarros. 

- Tío, deberíamos montarnos una banda. ¿Tú sabes tocar algún instrumento?

Te dije que no, y me dormí. Yo diría que pasé un brazo por tu barriga y me quedé dormido así, abrazando tu cuerpo mientras tú seguías mirando al techo.

Y al día siguiente ya no estabas.

Mi vida se reduce al contenido de este disco