Todas lo son, desde hace un tiempo a acá. Pero está también.
Arthur Hent |
Estuve dando vueltas en la cama, apreciando cada uno de los momentos que no había vivido durante el día, pero que de alguna manera había sentido, justo antes de taparme con la sábana rasposa de tanto lavarla para que se vayan las pesadillas.
Seguía dando vueltas.
No había oscuridad, así que no era miedo.
Corría el aire lentamente, pero corría, como cansado. Así que tampoco era calor.
Nadie amenazaba a la noche obligándola a nada gritando ahí bajo en la calle. Tampoco era el silencio.
¿Y qué era?
Pero no, no dormía.
Las piernas me molestaban solo para recordarme que existían y mientras me acordaba de noches pasadas y de almohadas que ahogaban gritos de dolor, y me relajaba; he sentido la punzada. Justo en el centro de la planta del pie. Mierda.
He buscado algo punzante entre la penumbra para poder rascarme el pie. La pared rugosa no servía, mi pie tiene un puente demasiado prominente.
He encontrado mi collar de la raspa de pescado. Y con la cola, me he rascado todo el pie hasta que me he cansado de rascar y el placer empezaba a convertirse en algo casi molesto. Ningún placer dura más de dos minutos.
Antes de empezar a cerrar los ojos me he acordado de algunas cosas. No eran buenas ni malas, solo cosas. Y de tí. Solo tú, nada bueno ni malo.
Sabía que me dormía cuando las rodillas se molestaban la una a la otra y la pared fresquita cerca de la cara me resguardaba de todo tipo de bestias y monstruos nocturnos.
Hasta el sueño.
Y después el despertar. De tanta luz y de tanto existir (tú) o (yo).