Lola recitaba los versos riéndose del mundo mientras yo bebía cerveza para que me calentara el malestar. Le conté que tenía miedo de irme a dormir.
- Es por las pesadillas, ¿sabes? Me levanto con sudor y temblores.
Ella me dijo que por una noche, podía dormir en su cama. No lo entendí bien, qué gilipollas. No se refería a nada sexual. Sólo me invitaba al calor de su cuerpo contra el mío en una noche de pesadillas y pocos grados. Aceras húmedas, suelos helados.
Quería. pero no sabía como aceptar la oferta.
- ¿Lo dices en serio?- Asintió.
Sus preciosos ojos negros eran inconfundibles. Mirar esa negrura era intentar navegar en un mar de dudas. Le sonreí y le mandé un gracias mental. Seguro que le llegó.
Nos acabamos esa cerveza y dos más. Cuando nos mataba el sueño y el nerviosismo tonto se había ido, le abrí la puerta de su habitación y ella entró. Miró la cama y luego me miró a mi. Luchaba por no empalmarme y echarlo todo a perder.
Me dijo que me acostara yo dentro porque ella se levantaría antes. Así lo hice.
Se cambió la camiseta de espaldas a mí. Tenía una espalda muy fuerte. Era una chica muy fuerte. Se puso la camiseta de entrenar, la más fina que tenía, y se tendió junto a mí. Me dio un beso en la frente. Me dijo que descansara, que en su cama no habían pesadillas.
Tristemente, me lo creí. Necesitaba todo aquello como si fuera un niño de cuatro años. No me había empalmado. Estaba un poco extraño, pero era por el calor de una mujer a mi lado después de tantos meses sin rozar la piel suave de nadie.
Lola me preguntó si apagaba la luz. Le dije que claro. Yo me quedé tendido hacia arriba y ella, sin ningún tipo de apuro, me abrazó el pecho y apoyó su cara muy cerca de mi oreja.
Respiré hondo muy lentamente. Buenas noches. Me dijo. Le contesté que muchas gracias. Solamente suspiró. Acaricié su brazo y al momento yo también confundía la oscuridad de la habitación con la de mis sueños, y parecían los ojos de Lola.