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martes, 1 de septiembre de 2015

Aún es hoy

Las uñas de los pies me brillan rojas y lujuriosas. Como si alguien las hubiera invitado a una fiesta. Desde luego yo, no.

No brilla nada más. Ni siquiera mi piel.

Las fotos de mi pared se mueven al son del viento que entra por la ventana. Este aire está confuso, medio enfadado. Yo le dejo entrar en mi habitación para que sienta el vacío que hay aquí, para que seque el sudor frío y para que haga bailar a los recuerdos. Pero aún así no se calma. Así que le susurro.

Hay un despertador que no tiene pilas, y en el que siempre son las siete menos veinticuatro. Y una hucha vacía. Yo creo que hasta la ranura se ha hecho más pequeña, ha dejado de sonreír. 

Hay unos cuantos libros apilados, haciéndome señales de humo para que les haga caso y les acaricie el lomo. Y por aquí deben estar mis gafas también. Pero es evidente que no las puedo ver. 

Y lo miro todo alrededor y me pregunto qué estarás haciendo tú ahora mismo. 

Quizás tumbado en tu cama, mirando el techo. Escuchando el mismo aire golpear contra tu persiana. Déjalo entrar, anda. Te trae un mensaje mío. 

Puede que tu habitación ya esté en la penumbra y sólo se vea el blanco de tus ojos. Es probable que tus pies descalzos hayan empujado sin ningún amor a la sábana hacia el principio de la cama. Y ahora es fácil que estés empezando a cerrar un ojo casi contra tu voluntad. Justo suena un golpe fuerte, del viento (de mí). Abres los dos ojos sin querer, del susto. Y vuelves a accionar tus párpados suavemente. Hacia abajo. 

Tu día se va a acabar y el mío sigue estando aquí. Dando vueltas por el aire y la ventana, y las fotos. Y los recuerdos y la hucha vacía y mis sábanas en su sitio y mis uñas rojas. 

Y ahora a quién le envío mensajes a través del viento.




miércoles, 26 de agosto de 2015

Y de banda sonora, Seda y Hierro.

Abre los ojos, lentamente. ¿Es posible abrir los ojos lentamente? Así es, y ella lo hace cada día. No pronuncia palabra hasta que no se toma el primer café del día. No sabe, no puede. Le faltan las fuerzas hasta para bajarse los pantalones del pijama en el baño.

Chanclas, bragas y un vestido de algodón, las gafas. Nada de peines, está fea. Da igual, no puede hablar. Hace sueño.

Baja a tomarse un café y un croissant:

- Buenos días, ¿lo de siempre?- le pregunta la panadera simpática que lleva horas levantada y atendiendo a cafés con legañas y a personas humeantes.

 Ella asiente. Y se sienta. Desbloquea la pantalla del móvil y ya baja la mirada que no volverá a subir ni para ponerse el sobre de azucar dentro de la taza. Ni para mirar el cuerno del croissant que de tanto mojarlo se deshace y se tira de bomba al café que salpica el platillo, la mesa, el vestido.

Entra en el correo. Hay mensajes. Odia los mensajes sin remitente real, pero los abre igual porque no puede tener mensajes sin leer, o al menos sin abrir, en su bandeja. Es una de esas manías incontrolables como la de tener todos los botes cerrados con sus respectivas tapas en el baño. 

Infojobs. Hoy tampoco hay trabajo para tí. H&M gracias por apuntarte a nuestra bolsa de trabajo que nunca consultamos. Nos complace decirte que perdiste tu tiempo. (Ve a buscar un trabajo a tu altura, te estamos haciendo un favor, idiota). Facebook dice que alguien entró con su cuenta en un ordenador Mac ayer a las 15:31. Era ella misma. Facebook la vigila. Le da lo mismo, mensajes borrados. Un remitente que no existe le insta a que mire lo que gente que le da muy igual (como toda en general) ha tuiteado. Para qué entrar, si quiero leer chorradas aquí al lado tengo el periódico que no gasta megas. 

Oh no. Oh no. Oh no. 
Mensaje recibido de Cristina. Anoche a las 5am. Mierda, piensa. Por primera vez levanta la cabeza y mira a través del ventanal de la cafetería. La calle, la gente. Todos siguen sus vidas, sólo la de ella se ha detenido unos segundos. Tiempo necesario para coger aire antes de abrir los e-mails de Cristina. Cada vez que recibe uno, ella siente un balazo en alguna de esas partes del cuerpo que no son peligrosas para recibir un bala. Como los brazos, o las piernas. Tiene las extremidades agujeradas. 

¿Lo abre? ¿Lo borra? Puede borrarlo, pero dentro de tres horas estará metiendo la nariz en la papelera donde van todos los e-mails que dan miedo o asco. Y lo abrirá y lo leerá. Y entonces verá lo que Cristina tiene que decirle:

Que ya sabe que nunca le contestará, que lo siente, una vez más. Que fue egoísta y terca. Que no tendría que haberse ido sin avisar. Que lo siente y lo siente pero de verdad. Que la perdone, que el tiempo está de su parte. Que como estás, que ella está bien. Más o menos. Que quiere venir a verte, que necesita abrazarte. Que ya sabe que tú no querrás ni contestarás pero que ella te lo tiene que decir porque sino no puede vivir tranquila. Que sí, que al final es egoísmo. Que si has encontrado trabajo o algo que te motive en la vida. Que qué tal en la asociación, que si vais tirando. Que te quiere. Que ella se va a mudar a una casa más pequeña. Que ha estado con otros chicos y chicas pero que a quien está esperando es a ti. Que la perdones y que vayas. Que ya sabe que es tarde, pero no pierde la esperanza. Que echa de menos cuando desayunabais marihuana y café y luego abusabais de la bolsa de croissants de chocolate.

Levanta la vista. No quiere llorar, no quiere creer nada de lo que dice en la pantalla. Se deja el café a medias, y se levanta. Paga justo en la barra y regalando sus primeras palabras del día, "Hasta mañana", se despide. 

Sale a la calle y empieza a caminar muy rápido. Se va a tirar recuerdos al río. Después pasará por la frutería y comprará un kilo de manzanas. Espera no olvidarse. 

Buenos días.