APARTADOS

Mostrando entradas con la etiqueta niña. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta niña. Mostrar todas las entradas

viernes, 18 de diciembre de 2015

El poema en el poema

Ya no me anima ni Paco de Lucía.

Ni ver tu nombre escrito.
No me anima el tiempo.
Ni las calles bonitas.
No me anima la brisa.
Ni las patatas fritas.

Ya no me animan ni los poemas.
Ni las horas que me quedan.
No me anima la playa,
ni las gaviotas en su orilla.

En serio, no sé qué me pasa.
Ya no me anima nada.

¿Dónde estarán mis ganas?
¿De verdad se han ido?
Con la niña esa que camina ahí delante.
Escondiéndose de a poco sin mirarme.

Le da miedo girarse
y verme suplicar.
Las súplicas ya no sirven,
ni a los cacos,
ni a los infieles.

Mis ganas se han ido.
Alguien las vio en una cáscara de pistacho
navegando riachuelo abajo.
La niña de ahí delante sigue la corriente
no quiere que su barquito se choque.

Se van las ganas,
y el barquito,
y la niña.

Y me dejan aquí.
Tan sola.

Ni Paco de Lucía me anima.
Paco, dame palmas.
No quiero sentirme sola.
Quiero que me des palmas,
y que me vengan las ganas.

Las ganas se han ido,
las lleva un pistacho.
Una niña corre tras ellos.
Si vuelven, Paco,
si vuelven,
dame palmas. Que yo bailo.

lunes, 5 de octubre de 2015

Un Pacto para Vivir

Me pongo Mith, de los Beach House. Y me tumbo en la cama. Y miro hacia el techo. Pero no lo veo. Es decir, dirijo la mirada hacia allí pero en mi cabeza no aparece una pared blanca de textura rugosa. Porque me pongo a pensar en el mar. Justo, lo que le ocurre al protagonista en La Gran Belleza (2013). Sólo que en la película la magia del cine permite al espectador saborear la delicada sensación de estar literalmente tumbado en la cama mirando las olas del mar. ¿Alguna vez te he dicho lo mucho que adoro el cine? ¿Las sensaciones bellas que me produce cuando exploro otras vidas o vivo cuentos ajenos? 



Seguramente te lo he dicho ya. Y seguramente tú has asentido sin demasiada ansiedad, pensando que me gusta el cine como a cualquier otra persona con inquietudes y que tampoco soy para tanto por mucho color que le de a mis vivencias o historias. 


Pero bueno, lo que te venía diciendo es que me pongo Mith de los Beach House. Y miro hacia el techo y empiezo a pensar. Pero no pienso por pensar. Pienso por concluir. Porque me he venido encontrando con muchas preguntas que he visto necesario pararme a pensar y responder con palabras concluyentes y cerradas que dieran por satisfechas las cuestiones. Y así dejar paso a nuevas y tediosas auto-consultas acerca de la fe, el color blanco de los pasos de cebra o tu lengua en la punta de mi nariz.

Por todo esto, por las preguntas con las que me codeo últimamente en mi cabeza cuando me tumbo en la cama y escucho a los Beach House, te crees que no te hago el caso suficiente. Y puede que tengas razón. Pero es que de pequeña, cuando tenía una decena de años, algún adulto me enseñó a reflexionar primero sobre las cosas importantes, como pensamientos, sentimientos o metas. Y después ya seguir con la vida más terrenal y tangible de los amigos, los besos y los partidos.

Así que la culpa es de alguno de esos adultos que me enseñó a darle prioridad a lo mío ante el resto de personas o de cosas, como tú. Sin embargo deberías estar tranquilo. Puesto que a pesar de todo lo que te acabo de contar y de todo lo que puedas pensar al escuchar estas palabras, tú entras dentro de esas preguntas que me hago a mi misma y que con apremio necesito responder. Por lo que tampoco eres tan terrenal o secundario como te parecía al principio. Por esta razón cuando creas que no te hago caso o que no estoy contigo, has de recordar que estás siempre dentro de mi cabeza. Porque te pienso y te hago parte de mi mundo interior junto al resto de cosas que me parecen importantes de reflexionar. Algunos ejemplos de esto, además de los que ya he dado, podrían ser los cielos nublados (en general, sí), la vida contemplativa o la economía de subsistencia. Estás tú. Así escrito con las letras de tu nombre: té, ú, tú. 

Ando pensando sobre la película preciosa que he visto, o lo que supondría un gran golpe de suerte como ganar un concurso de personas que aprenden, y de repente asaltas tú los pensamientos y preguntas. Y me veo obligada a pensarte, a acariciarte con mis pensamientos y a peinarte un poco porque de tanto moverte te has despeinado. 

Como digo, estate tranquilo. En el próximo Pacto para Vivir que establezcamos presentaré una solicitud para convalidar tus quejas sobre hacerte caso con mis pensamientos sobre tí, que estarán a una escala 1:23.


Si no lo has entendido te lo vuelvo a repetir: 




domingo, 6 de septiembre de 2015

++

- Te comportas como una niña

Cualquiera que me diga que me comporto como una niña solo estará reafirmando la evidencia más transparente y real que jamás podrá haber: soy una niña. 

Por lo general me da miedo encender la luz del pasillo porque he de recorrer la mitad de éste en la penumbra para llegar al interruptor. Lo sé, tiene poco sentido. Pero es así. A veces no vale la pena preguntarse por qué. La cuestión es que me da miedo la oscuridad. Pienso en monstruos o en personas que esperan en la penumbra para cogerme de un brazo y, con fuerza, arrastrarme a esa profunda oscuridad que no acaba ni al otro lado de la puerta de entrada. Qué miedo tan terrible paso. 

Me enfado cuando no gano. Pero mucho. A veces hasta me coge una rabieta en medio de la calle y pataleo y chillo y me estiro la falda como si eso fuera a solucionar alguna cosa. 

Me gusta comer piruletas y chupar caramelos tanto antes como después de comer. Y cuando nadie me ve, me asomo al balcón de puntillas y muevo la lengua con la boca cerrada hasta que tengo la suficiente saliva como para prepararla entre mis labios y dejarla caer suavemente desde mi tercer piso. Veo el hilo de babas y después lo sigo con la mirada hasta que cae. Si alguna vez le cae a alguien, me agacho corriendo, y riéndome, apoyo la espalda en la barandilla y miro los ladrillos del balcón escondiendo mi cara. 

También me pongo música y bailo cuando estoy sola. A veces me pongo una bonita falda con vuelo. Otras lo hago desnuda. Después me doy baños y juego con un par de patitos de goma que hago nadar entre la espuma, mi pelo, mis labios cerrados y luego chocar contra mis rodillas de rocas.

Cuando es Navidad voy cada tarde a una juguetería en el centro para ver las casas de muñecas e imaginar las vidas de sus protagonistas. Y paso horas así, hasta que se van apagando las luces fuera y dentro de la tienda, y entonces vuelvo a casa. Y escribo la carta a los reyes pidiendo una casa como esas, con sus muñecos dentro, o si eso no puede ser, la vida que yo imagino que tienen esos muñecos- Pero para mí.

También a veces cojo el maquillaje de mi madre y me pinto los ojos de colores. Y los labios. Después me miro en el espejo y me quedo así, mirándome mucho rato e imaginándome como seré de mayor. 

Cuando me aburro tiendo una toalla en la entrada de mi casa, me llevo un libro y finjo que soy una chica bonita leyendo en una playa desierta y calurosa, de aguas cristalinas y rayos de sol puros que no hacen daño. 

También como algodón de azúcar y después no me lavo los dientes. Y lloro. No mucho, pero lloro. Cuando las cosas no salen como yo quiero también. Y no acepto las derrotas ni los "no". El labio inferior busca el superior y le abraza y las lágrimas empiezan a rodar por mis mejillas y entonces he de meter la cabeza entre los brazos y apoyarme en la mesa o en el suelo. 

Me encanta jugar a las canicas, ver como chocan entre ellas y ponerlas todas juntas en un bote para mirar a través de él. Cuando me siento melancólica, espero al atardecer y subo a lo más alto de mi edificio para mirar hacia el sol aunque sea peligroso y hacer pompas de jabón. Miro todos los colores que se forman y me invento nombres para ellos.


- Pues claro. Es lo que soy. 

Así que dime. Yo era y soy una niña. Me comporto, pues, como ella. ¿Y tú? ¿Quién ha cambiado de los dos entonces?