APARTADOS

Mostrando entradas con la etiqueta noche. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta noche. Mostrar todas las entradas

domingo, 28 de febrero de 2021

Una Sorpresa Agradable

La vida de Adéle


Miénteme, 
Dime que no te vas a olvidar de mi, 
que no pararás de intentar conseguir 
una noche más conmigo.

Cada vez una noche más, 
una noche más, 
una última noche. 
Cada día. 

Que no olvidarás la primera, 
la primera vez 
que metiste la nariz en mi escote. 
la primera vez 
que viste mi cara debajo de ti. 

Que recordarás siempre,  
la última palabra antes del primer beso 
Y la calle que nos vio darnos
el último. 

Miénteme 
Da igual si lo haces bien o mal 
Tú solo miénteme.
Sabes lo que me gusta oírte mentir. 

No necesito más.
Sólo un par de mentiras. 
Un buen libro. 
Y una distancia prudencial, 
como de 12.008 kilómetros.

Ni más ni menos. 
El tamaño de un ego.
El tamaño del miedo. 
Tú sólo miénteme.

Cada vez una noche más, 
una noche más, 
una última noche. 
Cada día. 

lunes, 27 de noviembre de 2017

La puerta de entrada

Recordé amargamente aquella noche en la que su maldito magnetismo nos dejó a todos al borde de un pozo oscuro y frío al que, mucho de nosotros, caímos para siempre. 

Yo en aquél tiempo tenía pensamientos-cortina, esa especie de razonamientos sobre cualquier cosa banal que una persona deja caer sobre su mente para ocultar sus verdaderos pensamientos vitales, los que hacen a uno llorar como un niño desconsolado, o introducirse en el cosmos en expansión del que es imposible salir. 

Pero ella, que por lo demás no era consciente de su poder, siempre apartaba la cortina con la mayor naturalidad y se preguntaba por qué tenía tantos pensamientos amontonados ahí detrás, llenos de polvo y misterio, y no comenzaba a ordenar todo aquel desastre intelectual. 

Aquella noche habíamos preparado una fiesta en casa. Una fiesta con ponche, pinchos de tortilla, cerveza fría, panecillos con distintas salsas, vozka malo y ríos de mariguana. 

Ella, con su forma habitual, me había apartado la cortina y me lamía algunos pensamientos tan dolorosos que apenas podía sentir nada. 

Fumaba con una gracia inexplicable cigarrillos que no le duraban nada, porque siempre aspiraba y sacaba el humo rápido, sin tragarlo, solamente porque fumar le parecía un acto más de su naturaleza y no estaba interesada en morir de cáncer. 

Pero aquella noche no fue como otras fiestas de esa índole. En algún momento de la velada, tarde, llamaron al timbre y apareció un joven con un jersey de lana dos tallas más grandes y una leve sonrisa. Cuando lo vio aparecer en la sala, ella me dejó y se fue a su encuentro. 

Le miró, se sonrieron, y comenzaron a hablar como si no hubiera nadie más a su lado. De repente ya no estaban en la fiesta. Estaban en una fiesta para dos, ambos situados en una mesa redonda, comiéndose las miradas, absorbiendo los pensamientos del otro, sonriendo como bobalicones que al fin encuentran a otro loco con quien sentirse libres. 

El tiempo fue pasando y mi dolor de cabeza fue en aumento. En algún momento me arrastré hacia la cama y me dejé caer boca bajo sobre el colchón, la cama sin deshacer, la ropa sin quitar. Como muerta. 

No sé cuantas horas pasaron desde que caí dormida y desperté en la negrura de la casa, la fiesta había acabado, yo estaba sola en la cama y a estas horas lo único que se me ocurría que podría salvarme era acurrucarme en su cama y esperar que me abrazara con una de sus piernas y me acariciara el brazo. 

Caminé hasta su puerta, cerrada como siempre. Junto a ella, había otro joven que, aún vestido y con cara de susto, escuchaba al otro lado lo que ocurría en la estancia. Me dio pena y repugnancia a la vez, pero esos pensamientos se esfumaron cuando me di cuenta de que aquél escuchaba la puerta porque no se había atrevido a entrar. 

Ella no estaba sola. El joven se había quedado dentro de su cabeza y ella lo había invitado a su pieza. Ambos gemían, o fue producto de mi imaginación. Con el otro bobalicón al otro lado de la puerta, al lado que yo me encontraba, no pude sentirme menos dichosa y sola. Nos habían cerrado la puerta y ya no había nadie que me abrazara en mi soledad ni corriera mi cortina.

Sentía muchas ganas de llorar. Eché al otro loco diciéndole que si no le daba vergüenza, él desesperado me preguntaba si ella andaba con alguien, ingenuo y tonto. Le dije que si no era obvio. Su estrechez de mente no le permitió preguntarse qué hacía yo también en mitad de la madrugada mendigando algo tras aquella puerta que siempre llevaremos en nuestro corazón. 

Ambos volvimos cabizbajos a nuestras solitarias habitaciones mientras ella estaba en otra dimensión, comenzando un juego del que nunca jamás se zafaría.

martes, 23 de agosto de 2016

Horacio

Mientras alguien busca a la Maga, 

yo encuentro a Horacio.

En cada puta esquina de mis pensamientos aparece él. Con su chaqueta y su barba de tres o siete días, con la cabeza ligeramente agachada. Va fumando un cigarro de liar, y a menudo todo lo que piensa mientras le espío desde la mente, cobra sentido y le quiero abrazar, de pena. 

Y llorar con él porque la vida se ha acabado, o se va a acabar, o qué se yo. Y después reír de la ironía que supone vernos, una vez más, mente con mente, ojos con ojos, de cara al mismo peligro que siempre nos ha dado la única oportunidad que nosotros no quisimos darnos.

Y suena Duke Ellington, como en el libro. Pero no nos damos cuenta, porque nosotros solo vestimos el momento de música cuando lo recordamos. Y sin mediar muchas palabras, me levanto de la silla de mirarle y le hago salir de mi cabeza. De una manera tan sutil que ni siquiera él mismo se da cuenta de que ya le he vuelto a apartar de mi mente. Porque lo deja todo pasado a humo y jazz triste. 

Después leo un poco a Baudelaire para conciliar el sueño, pero lo único que acabo conciliando son palabras y sensaciones. Una trompeta me indica la hora de dormir, pero me niego a aceptar que el día ya ha acabado y las palabras siguen apareciendo en este papel como si alguien las hubiera invitado a la fiesta. 

Horacio desaparece partiendo la línea del horizonte en dos mitades. La de la vida real, en la que debería estar viviendo, y la fragmentada, que sólo existe en su mente y la mía. El sueño es igual de doloroso en ambas. 

Pero la vida, Ai, la vida. 

Lazuli

Pongamos que de fondo sonaba Los Invisibles, de Ismael Serrano. 

Para invisibilidad la nuestra. En medio de una cierta oscuridad, cómplice de nuestras conversaciones y vicios, ha irrumpido una Luna tan bella que la conversación se ha detenido y nos hemos puesto a contemplar el momento ese que no iba a volver. La Luna ascendiendo, lenta y gigante. Las olas más ruidosas que nunca en nuestros oídos, y esa canción de fondo que no paraba. 

U contaba anécdotas, como cuando fue a celebrar la Navidad con su hermana, el año en que ella trabajaba de camarera en un restaurante a orillas del mismo mar que ahora contemplábamos. Hizo  un picnic con la mamá de ambos, acompañando en las sombras a su hermana e hija el día más cálido del año, a pesar del frío de afuera. 

L hablaba también de como ella y su hermano se escondían a horas intempestivas en el armario de la habitación grande a ver en una pequeña tele su serie favorita. Sus papás nunca sabrán la razón de los bostezos de ambos niños todos los jueves a primera hora.

Solamente el hilo de voz del narrador y el estruendo de risas de a continuación rompían aquella atmósfera que el oleaje había creado.  

Yo he recordado momentos en los que hubiera deseado vivir éste. 


sábado, 23 de julio de 2016

El machismo mata. Ellas van a empezar a matar.

Éramos las mejores.
Éramos las peores.

Tomábamos los datos de internet, la Lola pinchaba la fuente y extraía las bases de datos sin que nadie se fijara nunca en ello.

Escogíamos a las (próximamente-víctimas) que más denuncias tenían. Aquella noche le tocaba a una escoria humana que tenía orden de alejamiento y la había incumplido hacía menos de una semana para ir a insultar y menospreciar a su ex-mujer.

La pareja tenía cuatro hijos, que vivían con ambos pero esa vez le tocaban a ella.

No fue nada difícil, de hecho es demasiado fácil.

Fuimos con mi coche. Nos quedamos revisando la casa desde las 22 de la noche. Mientras una vigilaba el rellano, las demás subíamos al departamento.

Siempre intentábamos que estuvieran dormidos.

Entrábamos sin forzar la cerradura. Eso era lo más difícil y lo que más tiempo nos había llevado lograr pasar desapercibidas.

Mientras una de nosotras se quedaba en la puerta de la habitación vigilando que durmiera, las demás derramábamos toda la sangre de nuestras entrañas por la casa.

Lo teníamos milimetrado. Sabíamos donde íbamos a ponerla: cocina, armarios, sofá, tele, puertas.

Llevábamos siempre armas, pero en esas situaciones nunca las utilizábamos.

Les dejábamos el mensaje en la puerta principal de la casa. Imposible no verla antes de salir.

El scratch no nos gustaba demasiado, no era efectivo. Pero los acojonados se cagaban y algunos hasta desaparecían.

La segunda parte era más intensa. Dependía de como se levantara La Loca.

Podía ser una violación, con mazos y porras de policías, o podía ser una tortura de cualquier tipo, pero normalmente no eran físicas.

A la tercera no había aviso.


"Si la tocas, serás una escoria menos en este mundo"


Algunas pasaban dos años en la cárcel, tres, algunas cinco. Nadie se arrepentía.
Nadie se arrepentía.
Nadie se arrepentía.

miércoles, 29 de junio de 2016

Mi Tercer Yo

A menudo necesitamos darle voz al inconsciente para sacudir nuestro cerebro. 

Desafortunadamente lo hacemos sin querer y no lo controlamos (¿acaso alguna vez pudimos?). Y aparece el Tercer Yo que no enseñas al mundo (tenemos tres caras según la cultura japonesa y algunas teorías psicológicas). 

Ese Yo lo tenemos escondido de todos, incluso de nosotros mismos.

La otra noche mi Tercer Yo me habló. Se desperezó y se quitó las legañas de los ojos mientras me miraba con una cara entre divertida y aterradora, casi grotesca. De superioridad. ¡Ja! Me dijo. 

Yo intenté aguantarle la mirada lasciva y profunda que tenía, pero me fue imposible. A los pocos minutos la habitación estaba fría como la muerte y mi cerebro absolutamente aturdido. 

Me quedé  a un lado, apoyada en la pared. Me había rendido antes de empezar. 

Mi Tercer yo me sacó los fantasmas de la chistera con tan sólo tres palabras. Y la memoria, infiel compañera como mi Primer Yo, me jugó una mala pasada y me dejó sola. 

-Nunca confíes en una Infiel-

De repente apareció tu voz. Sin embargo era su cara la que tenía delante. Mis manos se tornaban ásperas. Me faltaba la saliva. Las palabras me salían torcidas. 

No fue una pesadilla. Fue una revelación. 

Dale voz al  insconsciente. Y después no pidas perdón.






sábado, 16 de abril de 2016

Mar de lo que seremos

Me produce un placer indescriptible escuchar la lluvia de la cama. El olor a mojado, las gotas que caen de los tejados y hacen ruido en las tuberías. 

Me acuerdo del pueblo cuando llueve. Las cuestas llevando litros de agua calle abajo, y el reguero de agua llevando palos, papeles y recuerdos de niños y niñas que aún juegan en la puerta de su casa a atrapar lagartijas o hacer pasteles con tierra. 

El olor me produce una sensación de cariño, de melancolía buena. Es la más pura idea de hogar. Sentir que llueve allá fuera, pero no aquí dentro. Dentro está seco. 

La lluvia también me brinda la posibilidad de sentir la limpieza. Se va lo malo, la suciedad, lo movible. En las calles solo queda lo indispensable. Las farolas, los bancos bajo ellas. El adoquín vuelve a tener sus ranuras por las que se colarán las lágrimas, los cafés derramados y los meados de los perros y hombres callejeros.

Y dentro de mí los pensamientos malos también se deslizan y se marchan, junto al reguero de agua, a pelear por un hueco entre las alcantarillas. Llegarán al mar, donde me acabaré juntando con ellos. Pero aún queda mucho para eso. 

¡Hablemos de cosas sencillamente perfectas! Como una gota de agua. El sabor que el cigarro obtiene cuando la punta mira a través de una ventana que llora al otro lado. 

Hablemos del rouge de tus labios cuando vienes y me cuentas muy bajito lo que te gustaría hacer conmigo mientras allá fuera llueve. 

Oh Dios, como adoro la lluvia. Desde la cama. Poniendo un olor húmedo a los recuerdos, e imaginado lo que vendrá (y se acabará yendo), 

Con las próximas lluvias.


jueves, 3 de diciembre de 2015

Los doce de las doce.

A efectos técnicos somos los más madrugadores. Los que pasamos de un día a otro sin, literalmente, darnos cuenta. Durante la noche el reloj va mudando de horas pero nosotros sólo oímos el sonido de las teclas, el rechinar de los muebles, las puertas de las neveras cerrarse, los perros rascar  las puertas y a las personas masturbarse una y otra vez. 

También ronquidos, motos llamando la atención de la noche oscura, las putas de ahí enfrente luchando por sobrevivir de manera real mientras yo sufro de esta otra manera, sentado en la butaca. Pensando en ellas. Desde mi ventana se ve, entre los cientos de naranjos, la columna de humo que hacen sus hogueras. Implorando calor a través de un fuego tenebroso y lúgubre. 

Somos todos una panda de fracasados.

No tenemos ninguna razón por la que madrugar mañana, así que alargamos la noche como si permitiendo al cansancio penetrarnos los huesos y cerrarnos los párpados, nos apaciguara la sensación de que ni siquiera merecemos la cama. Porque, ¿a qué nos dedicamos?

Nadie nunca me ha considerado escritor. ¿Por qué debería pensar que lo soy? Sí, tecleo letras por las noches, hablo de otras vidas y de personas más fuertes que yo. Creo líneas. 

No soy mejor que el loco que baja a su perro triste a partir de la una todos los días. Arrastra sus pies como si nadie le hubiera enseñado a caminar y fuma con aire deprimente mientras el chucho olisquea sin ganas las farolas y el hombre, con su chándal y el chaleco de lana por encima, juega a imaginar qué hubiera sido de él si aquel tren no le hubiera (sólo) rozado. 

No soy mejor que la estudiante que vive en el edificio de enfrente, que lee cada noche en la gran mesa de su comedor con ropa de deporte y el pelo estirado hacia atrás, de manera que parece enfada con ella misma por no concentrarse lo suficiente para hacer su tarea. 

No soy mejor ni más necesario que ellos, no. 

En algún momento pienso en ti, pero muy vagamente.  Apenas visualizo ya tu cara. Y, realmente, tus suaves manos ya no aparecen en mis sueños. En su lugar hay quién sabe qué. Hace ya tiempo que no puedo recordar lo que sueño, y guardé la libreta donde los anotaba a la mañana siguiente. 

Sigo apretando teclas que llevan letras dibujadas. Bebo té, o café, o los viernes vino. Cuanto más borracho estoy más fácil me duermo. Pero nada, no escribo nada. 

Todo lo que tenía que decir, ya lo hice. 

Y ahora sólo me queda el eco, que resuena a partir de las doce, con los ecos de otras personas que se resisten a que sus días acaben o empiecen con los ojos cerrados de descanso.



miércoles, 25 de noviembre de 2015

La noche deconstruida

Es la una. 
Hora de pensar. 

Cuando sean las dos, 
intentaré irme a dormir. 

Porque a las tres empieza un sueño, 
que no me quiero perder. 

Seguramente tú sales en él. 
Qué novedad, ¿verdad? 

Pero a las seis, 
tengo previsto largarme. 
(a otro sueño)

Coger un tren, 
dar la vuelta por el Este.

Aburrirme del traqueteo, 
borrarte de mi cerebro.

Y escribirme una carta. 
Una carta larga. 

A las ocho más o menos, 
saldré del sueño de las tres. 

Me levantaré y me miraré,
en el menudo espejo que guardo. 
Para verme cuando no hablo. 

(A las 9 de la mañana, 
porque hay sol y el aire para).

Me gustan mis ojos,
parecen sinceros conmigo.

Siempre sé lo que me digo. 
Cuando digo que sales en mi sueño.
Que no me quieres nada. 
Que no te subirás al mismo tren.
Que este poema no tiene fin.

Porque a las diez de la mañana,
estaré pensando en el pijama.

Siempre pienso qué me llevo a la cama,
para que tú me veas bien guapa. 

Qué otra cosa podría ofrecer
una somnolienta momia de sueños
como esta mujer. 

¿El amor más grande del mundo?,
¿el pensamiento más largo?,
¿el sueño intenso de saberse jugador con ventaja en una realidad que siempre se podrá arreglar al final?.

Lo que más me gusta de mis sueños,
es que nunca muero.
Pero tú. Tú ....



El catalán suena como el susurro de alguien que te quiere mucho y no sabe decírtelo.
Bona nit, 
estimada.




lunes, 21 de septiembre de 2015

Más-o-menos-bien

Yo salí a hacerme un último cigarro antes de entrar a despedirme e irme a casa. Era tarde ya, y no había bebido demasiado. (Sí, esos momentos en los que no ir suficiente borracho es el problema). Saqué el paquete y al verlo vacío lo estrujé en mi mano con rabia y me acordé de la pobre madre de Carla, que me había robado el último piti para hacerse un porro (Carla, claro. No su madre). 

Odio, odio cuando no recuerdo que ya no me quedan cigarros y tengo que decirles a mis pulmones que se esperen, que la nicotina va a tardar en llegar y que hagan lo que puedan para distraerse mientras tanto, como respirar.

Me giré a pedirle un piti al primer tío que vi a mi lado. Cuando un tío le pide un cigarro a otro tío en la puerta de una discoteca y ambos se encuentran solos, se crea una especie de vínculo de desprecio-por-todo-lo-demás en el que un cigarro es la mejor manera de cerrar una relación de amistad fuerte y efímera que dura lo que duran diez caladas. La primera con mas ansia. Al igual que la última. Como ocurre con el hola y el adiós. Está todo medido, no lo digo yo. 

Me giré a que el pavo de al lado me diera un cigarro en su infinita sabiduría de no regalar cigarros a sus amigas porretas y a odiar al mundo dentro de la discoteca, y así ocurrió: yo le pedí el piti, él me miró, sacó uno de su paquete, y me medio sonrió. 

Empezamos a fumar mirando al frente. Yo le dije que me llamaba Éric y que a veces quería que todo el mundo desapareciera y me dejara más espacio en la Tierra. Él me contestó que ojalá nunca me sintiera solo. Creo que no nos entendimos el uno al otro, pero íbamos medio borrachos y medio fumados. Así que supongo que era era la máxima conexión a la que podríamos llegar. 

En la cuarta calada apareciste tú. Doblaste la esquina y los dos nos quedamos mirándote. Tu camiseta blanca pegada, la falda volando directa hacia nuestra imaginación (puedo hablar por el otro tío, estoy seguro). Y las zapatillas esas extrañas del universo que llevabas. Dios mío, menuda friki (pensé). Y después me di cuenta de lo buena que estabas. 

Tú venías directa hacia nosotros y empecé a sentirme incómodo. Cerré mi mente de las personas como tú, que tienen ojos que perforan cabezas, y me quedé mirándote sin abrir la boca. Llegaste y le dijiste:

- Eh, Marcos, mis amigas se han pirado. Carlos es gilipollas, y yo paso de toda esta mierda y me voy a casa. ¿Y tú quién eres?- Me miraste preguntándome como si estuviera preparado para hablarte. 

Marcos dijo algo con muy poco sentido, te dio un beso en la frente, una palmada en la espalda y se largó tranquilamente arrastrando los pies por las aceras. Tú te quedaste mirándome y me pediste cigarros. Te dije que el que me fumaba era el último y te lo ofrecí. Te lo acabaste en dos caladas. 

Te dije que me iba a casa y me quisiste acompañar. Bajamos por Gràcia hasta la parada del autobús. Allí nos sentamos a esperarlo y a hablar de la vida de mierda que teníamos. Hasta que en algún momento me comiste la boca y me marcaste un gol por la escuadra que aún estoy viendo desde lejos. El bus llegó, paró, y se fue. Nosotros seguimos sentados comiéndonos las bocas. Como si nunca lo hubiéramos hecho. Como esas cosas que uno al día siguiente ni siquiera quiere recordar porque le da vergüenza. 

Después de dos autobuses nos levantamos y te propuse caminar. Llegamos hasta mi casa, que estaba más cerca. Di por hecho que ibas a entrar, y tú diste por hecho que yo te iba a invitar. 

Después del polvo raro nos quedamos mirando hacia el techo como quien se ha vuelto loco y de repente vuelve a ver con lucidez. Con ojos que suplican perdón y manos que suplican cigarros. 

- Tío, deberíamos montarnos una banda. ¿Tú sabes tocar algún instrumento?

Te dije que no, y me dormí. Yo diría que pasé un brazo por tu barriga y me quedé dormido así, abrazando tu cuerpo mientras tú seguías mirando al techo.

Y al día siguiente ya no estabas.

Mi vida se reduce al contenido de este disco

lunes, 24 de agosto de 2015

El día (de la esperanza) y la noche (triste)

Tú y yo estamos separados de manera uniforme por un espacio que nos da la libertad de mirarnos cuanto queramos sin tocarnos. Incluso ese espacio nos permite hablarnos sin gritar para oírnos.

Somos como dos rectas paralelas. De repente nos hemos encontrado así, aunque debía hacer tiempo que caminábamos juntos y separados. Como ellas. Ambos tenemos el mismo espacio que recorrer, y seguramente lleguemos a parecidas conclusiones en temas como el amor o el arte. Conclusiones que, por otra parte, nunca podremos compartir.

Tú me miras y yo te devuelvo la mirada. Al principio con el ceño fruncido, en alerta. Y después bajo ese manto de lucidez que a veces y sólo a veces da el alcohol cambias el ceño y me miras con curiosidad.

¿Quién eres? ¿Por qué caminas a unos metros de mí en la misma dirección que yo? ¿Por qué no te alejas? ¿Y por qué no te acercas y lo arreglamos?

Seguimos separados por ese espacio invisible pero conscientes de ello. Sabemos que deberíamos apartar la mirada o dejar de intentar hablarnos. Pero no lo hacemos. Porque tú y yo a menudo no escuchamos lo que tienen que decirnos.

Yo me intento marchar y tú también, pero al final de ese corto espacio de tiempo en el que intentamos separarnos, volvemos al mismo punto del principio, sólo que algo más cansados.

Después de muchos intentos sin conseguir nada nos damos cuenta de lo que veníamos pensando sin querer queriendo: nos necesitamos. Como las líneas paralelas para no dejar de ser quienes son. Como el día y la noche. Como el escritor al amor. Como Él a las montañas de libros. Como Ella a las montañas de mierda en forma de pensamientos.Como el vozka a la fanta de naranja, vamos. 

En algún lugar leí algo así como:
Te quiero porte te necesito
Te necesito porque te quiero

Pero nosotros nos necesitamos. Nos queramos o no. Porque nuestra condición es la que es gracias a la existencia el otro. Todo en nosotros es reflexivo (lingüísticamente hablando) (si es que se puede hablar de otra manera). Todo es bidireccional.

Mis palabras no saben explicar(te)lo. Yo sí.


Tú sigue ahí. Como yo lo hago. Gira y giraré. Vuela y yo lo haré a la vez, mirándote desde detrás de un muro. Y sólo me verás los ojos muy negros y muy abiertos y la raya del pelo blanca. Y en ese momento en el que me veas los ojos y empiezas a entender, tú también te darás cuenta. De que eres El Día de la Esperanza. Y que yo soy la Noche Triste.

[Sé siempre un poeta, aunque sea en prosa]

viernes, 21 de agosto de 2015

Esclat de paraules no dites

Esta noche ha sido extraña.

Todas lo son, desde hace un tiempo a acá. Pero está también.

Arthur Hent 
Me acosté con una sensación extraña en la boca, venía de debajo de la lengua. Era algo así como arrepentimiento, o se le parecía. De haber, o no haber hecho algo. Me lavé los dientes, pero el cepillo no llegaba a los rincones más oscuros, así que no pude vomitar esta maldita sensación como sí lo hice con la pasta y  grumos sobrantes de mi limpieza nocturna. 

Estuve dando vueltas en la cama, apreciando cada uno de los momentos que no había vivido durante el día, pero que de alguna manera había sentido, justo antes de taparme con la sábana rasposa de tanto lavarla para que se vayan las pesadillas. 

Seguía dando vueltas. 

No había oscuridad, así que no era miedo.
Corría el aire lentamente, pero corría, como cansado. Así que tampoco era calor.
Nadie amenazaba a la noche obligándola a nada gritando ahí bajo en la calle. Tampoco era el silencio.

¿Y qué era? 

Pero no, no dormía.

Las piernas me molestaban solo para recordarme que existían y mientras me acordaba de noches pasadas y de almohadas que ahogaban gritos de dolor, y me relajaba; he sentido la punzada. Justo en el centro de la planta del pie. Mierda. 

He buscado algo punzante entre la penumbra para poder rascarme el pie. La pared rugosa no servía, mi pie tiene un puente demasiado prominente. 

He encontrado mi collar de la raspa de pescado. Y con la cola, me he rascado todo el pie hasta que me he cansado de rascar y el placer empezaba a convertirse en algo casi molesto. Ningún placer dura más de dos minutos. 

Antes de empezar a cerrar los ojos me he acordado de algunas cosas. No eran buenas ni malas, solo cosas. Y de tí. Solo tú, nada bueno ni malo.

Sabía que me dormía cuando las rodillas se molestaban la una a la otra y la pared fresquita cerca de la cara me resguardaba de todo tipo de bestias y monstruos nocturnos.

Hasta el sueño. 



Y después el despertar. De tanta luz y de tanto existir (tú) o (yo).