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jueves, 26 de noviembre de 2015

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"Hoy me coméis todos el coño" 

Y se fue. Cogió la puerta y cerró de portazo. Sus zapatos sonaban más fuerte que nunca contra aquel suelo adoctrinado y teóricamente teórico. Todo era teórico en aquel lugar. 

Ma se largó sin mirar atrás. No tenía ganas de llorar, ni de reír de rabia, ni de alegría. Sólo quería marcharse, consolidar un punto y final cuando cruzara la última puerta del edificio.

Sabía que con la última frase que había lanzado tampoco le abrirían las puertas de nuevo. "Pues mejor para mí". Pensaba ella. 

Miró el móvil. Mensajes de los de siempre. Sin mensajes de los de siempre. Lo cogió con fuerza, lo miró por última vez y lo lanzó a unos arbustos que habían a la salida. 

"Mierda, no lo he apagado". Tuvo que volver, lo recogió y seguía encendido y vivo. Lo apagó. Pero se pensó mejor lo de lanzarlo y lo guardó en el bolso. 

Siguió caminando a pesar de que todas las miradas se posaban en ella. Pero le daba igual. Alzaba los hombros y se quitaba el pelo de la cara con la mano. 

Pasó de largo de la parada del autobús. Siguió caminando hasta llegar a casa. Un buen rato. El esfuerzo le había desgastado las ganas de que todo el mundo le comiera el coño. 

Subió, recogió su mochila de viajar y la llenó con jerseys de lana feos y vaqueros. Botas de montaña. Aún sonaban las voces en su cabeza.... ¡no! No quiere oírlas. 

Se puso la mochila y se volvió a marchar de casa. Cogió el tren. Iba a salvarse. Y de paso convertiría la soga de otra en una cuerda para saltar a la comba. 

Era tiempo de dar saltos. De a dos. Olvidando a todo lo demás. 
Que es innecesariamente necesario. 
En esta vida.


Allá voy pequeña.