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jueves, 14 de abril de 2016

Everyday



Todos los días me levanto.

Tomo un café con mucha crema.

Todos los días tomo el autobús y lo pago.

Todos los días recorro un trozo de ciudad lamentando el tiempo perdido.

Todos los días leo.

Todos los días te veo.

En algunas palabras, o en algunas calles, o en algunos espejos.

Todos los días te echo de menos.


Todos los días echo de menos,

el día que te quise echar de menos.

martes, 12 de abril de 2016

Esto es una canción

"Te encanta el olor a desdicha,
el síndrome de Tristeza,
y no puedes parar"


Cuando me dijiste que el Karma me lo devolvería y lo pasaría mal ni siquiera eras consciente de la fuerza de aquellas palabras y de que, por alguna razón que quiero desconocer, se cumpliría tu deseo.

No sé por qué dudé en algún momento. A ti te sale siempre como quieres, eres de ese tipo de personas. Este caso no iba a ser una excepción. 

Las cosas me fueron como esperabas. O quizás no, porque tampoco lo sabrás nunca con exactitud. Es mejor así. Guardar la mierda debajo de la alfombra. 

Y aquí estoy. Sigo viva, ya ves. Nos rompen las promesas y los sueños, nos decepcionan, nos convertimos en sombras de lo que íbamos a ser, y sin embargo seguimos vivos. Así somos. 

Las relaciones son un columpio sube-y-baja. Es difícil encontrar el equilibrio. Lo más fácil es que uno se encuentre arriba y el otro abajo. Y en algún punto en el que ambos están trabajando de igual manera, se encuentra el eje horizontal. Tú y yo nos columpiamos largo rato. Arriba, abajo. A veces en el centro. 

La última vez que estuviste abajo tú te bajaste del columpio sin avisar. Y yo caí en picado contra el suelo. 

Aún así no me levanté. Seguí allí sentada esperando a que algo ocurriera. No podía ser que ninguna fuerza equilibrara esto. 

Me fue mal esperando a que volvieras. A que volviera alguien. Pero entonces, tras largas horas de espera y desidia, decidí moverme. 

Me senté justo en el centro del balancín. El culo en el centro exacto. Es difícil mantener el equilibrio solo, pero es mejor que esperar que otros lo hagan por ti. 




Me fue mal, como deseaste. Prueba a desear otra cosa, valiente. 

miércoles, 20 de enero de 2016

"La Idea Salvaje"

Estamos en el bosque. No en el de Carlos Sadness. No en el de la Pobla.

Hay más árboles. Más altos. Las luces del sol se cuelan entre las altísimas ramas y al mirar hacia arriba nos cegamos antes de llegar a visualizar las copas verdosas y puntiagudas. 

Estamos jugando a pillar, o quizás al escondite. Yo corro tras los árboles. A veces, con sigilo, me giro y miro de reojo hacia atrás, para buscarte y moverme hacia otro árbol estratégicamente preparado para esconderme de ti.

Tú paseas con calma, no tienes prisa. Sabes que en algún momento pisaré una rama y el chasquido te guiará hacia mí. Me saldrá el pelo por detrás de algún tronco. Estornudaré. Sea lo que sea, cometeré un error y tú llegarás. 

Pero no me canso, no fallo. No me doy por vencida. Mientras paseas sin parar, yo merodeo a tu alrededor. A veces me escondo por detrás. Otras, algunos troncos más adelante. Si me canso de correr y me pongo nerviosa, junto los brazos al pecho y los estiro hacia abajo. Me quedo sin respirar tras el tronco más escondido para que no me escuches jadear. 

Tú sigues caminando, impasible. Parece que ni siquiera ya juegas. (¿Juegas?). 

No miras más que al frente. No agudizas el oído. No demuestras una sonrisa pícara. Entonces me quedo pensando, si es que ya no juegas. Ya no me quieres encontrar. Quizás debería esconderme de verdad, y no merodear a tu alrededor. Sino irme. Irme lejos. Correr tanto como mis piernas me permitan. Traspasar el bosque. Huir de tu mirada. Hacer sonar todas las hojas secas del suelo. Chafar los charcos. 

Deslizo mi espalda por el tronco tras el que me escondo y me siento con cautela en el suelo. Apoyada contra el árbol. La humedad del suelo me sube por las pantorrillas, el culo y la espalda. Doblo las rodillas. Ya casi estoy en el suelo. 

Debería irme. Ya no me buscas. Me hago la coleta. Me pongo triste. 

Tras unos segundos de duda, me levanto del suelo. El culo aún mojado.
Separo la espalda del tronco. Me giro, dispuesta a correr. Hacia el otro lado del que estés.

Y entonces apareces tú con tu cara: 

¡Pillada! 

miércoles, 25 de noviembre de 2015

La noche deconstruida

Es la una. 
Hora de pensar. 

Cuando sean las dos, 
intentaré irme a dormir. 

Porque a las tres empieza un sueño, 
que no me quiero perder. 

Seguramente tú sales en él. 
Qué novedad, ¿verdad? 

Pero a las seis, 
tengo previsto largarme. 
(a otro sueño)

Coger un tren, 
dar la vuelta por el Este.

Aburrirme del traqueteo, 
borrarte de mi cerebro.

Y escribirme una carta. 
Una carta larga. 

A las ocho más o menos, 
saldré del sueño de las tres. 

Me levantaré y me miraré,
en el menudo espejo que guardo. 
Para verme cuando no hablo. 

(A las 9 de la mañana, 
porque hay sol y el aire para).

Me gustan mis ojos,
parecen sinceros conmigo.

Siempre sé lo que me digo. 
Cuando digo que sales en mi sueño.
Que no me quieres nada. 
Que no te subirás al mismo tren.
Que este poema no tiene fin.

Porque a las diez de la mañana,
estaré pensando en el pijama.

Siempre pienso qué me llevo a la cama,
para que tú me veas bien guapa. 

Qué otra cosa podría ofrecer
una somnolienta momia de sueños
como esta mujer. 

¿El amor más grande del mundo?,
¿el pensamiento más largo?,
¿el sueño intenso de saberse jugador con ventaja en una realidad que siempre se podrá arreglar al final?.

Lo que más me gusta de mis sueños,
es que nunca muero.
Pero tú. Tú ....



El catalán suena como el susurro de alguien que te quiere mucho y no sabe decírtelo.
Bona nit, 
estimada.




miércoles, 18 de noviembre de 2015

Nuevoyviejo

Me duele la cabeza a menudo.
Y se me ocurre que puedes ser tú,
martilleándome para que no deje de pensarte.

Te crees muy fuerte.
Pero más fuerte es el nudo que nos ata.
Soy el aire que infla tus velas.
Pero no seré yo quien te lo revele.

Puedes jugar con la vida y la muerte,
a ver cuál de las dos te convence.
Y en ese camino me silenciarás.

Pero espera un momento.
Y vuelve con el rabo entre las piernas,
A decirme que no lo entiendes.


Que ellos no te entienden.
Y me pedirás que abrace tus lágrimas
Antes de que caigan
Para que puedas seguir sintiéndote.

Sintiéndote tan fuerte,
Que no me necesitas.

Más que cuando (no me) lloras.

martes, 10 de noviembre de 2015

El secreto está en la cama

La familia, el trabajo, la casa, la montaña, la ropa, la tele, los besos, los zapatos, la música, el ordenador, el vecino del tercero (el de la mirada de miedo), el cine, las cámaras, los polos (el Norte o el Sur). 

El colegio, el amor, las cigarras, el rocío de las mañanas, la guitarra,  el dinero, la fe, los paraguas, las vistas al mar, la arena, la comida, el petróleo. 

Mis manos, la Luna, las constelaciones, el vapor, el sexo, la muerte, el veneno, los placeres, la pobreza, los tejados, las miradas, el cuerpo (el de Cristo), la lengua. 

El amanecer, las mareas bajas, el mundo, los aviones, el tiempo, los viajes, las mujeres, los bancos, los cocodrilos. 

La juventud, la bebida, los problemas, las soluciones, los obstáculos, los hombres, las carreteras, las estaciones. 

La ropa interior.
El parqué de los polideportivos.
Las lenguas.
Las nubes bajas.


¿Qué llena de sentido tu vida?


Intento dar con la respuesta, pero serpentea y me lleva por el camino más largo del saber.
Cuéntamelo tú.
Levanta la sábana, échate a un lado y déjame que hueco. Aclara la voz. Prepara la mirada, humedece la lengua.
Ahora sí, ya estoy dentro. El contacto de tus piernas con las mías me relaja, Cuéntame. Íbamos por donde yo me meto a escucharte. Y tú me lo explicabas,

¿Y bien?

domingo, 18 de octubre de 2015

Te propongo a tí.

Te propongo un juego. 

Soy una jugadora nata, no sé si lo sabías. Es fácil de intuir(me), supongo. Me encanta ganar y con una capa de humildad disfrazada sorprenderme ante mi propia victoria.


El juego que te propongo se trata de darle sentido a nuestra existencia.  ¿Te parece difícil? Ja. Pues nunca has jugado a baloncesto.

Las reglas del juego las pones tú.  Y cuando me mires a los ojos, yo también las conoceré.

De lo que se trata es de volar.

Pero sin precipicios. ¿En las cimas hay precipicios dices? Pronto lo comprobaremos juntos. Eso y tu miedo a las alturas. 

Te hago un carrera hasta el coche. Conduzco yo, que me queda mejor. Después corremos con destino el horizonte. Tenemos que llegar al amanecer a la máxima brevedad, pues puede que mañana no haya otro.

Después de jugar a ver quien ríe más tras una calada de oxígeno competiremos en un duelo a muerte por encontrar al ganador que folle mejor al otro. No hay ganador en esto, dices. Sería un placer descubrir un empate técnico entonces.

Cuando te canses de jugar conmigo puedes coger otro camino. Tarde o temprano nos volveremos a cruzar. No porque estemos destinados. Sino porque yo te volvería a buscar. Con un antifaz. ¡Sorpresa!

Tachar países, beber Oasis, comer escarabajos y luciérnagas y revolcarnos entre las malezas de una niña triste que está en huelga y ahora va a sonreír mientras llama con pillerías la atención de todos.

Ver conciertos en plazas y cogernos de la mano mala, mientras con la otra tú escribes y yo fumo; o al contrario. 

Visitar museos de artes extrañas y construir maneras nuevas para comunicarnos desde paquetes de yogures unidos con cuerdas, o ver al otro en el lado opuesto al visor de un caleidoscopio. 

En esto consiste el juego. El de dar sentido. Darnos sentido mutuamente, compitiendo en ver quién lo hace mejor. 

¿Preparados? ¿Listos?, 


ya.

lunes, 5 de octubre de 2015

Un Pacto para Vivir

Me pongo Mith, de los Beach House. Y me tumbo en la cama. Y miro hacia el techo. Pero no lo veo. Es decir, dirijo la mirada hacia allí pero en mi cabeza no aparece una pared blanca de textura rugosa. Porque me pongo a pensar en el mar. Justo, lo que le ocurre al protagonista en La Gran Belleza (2013). Sólo que en la película la magia del cine permite al espectador saborear la delicada sensación de estar literalmente tumbado en la cama mirando las olas del mar. ¿Alguna vez te he dicho lo mucho que adoro el cine? ¿Las sensaciones bellas que me produce cuando exploro otras vidas o vivo cuentos ajenos? 



Seguramente te lo he dicho ya. Y seguramente tú has asentido sin demasiada ansiedad, pensando que me gusta el cine como a cualquier otra persona con inquietudes y que tampoco soy para tanto por mucho color que le de a mis vivencias o historias. 


Pero bueno, lo que te venía diciendo es que me pongo Mith de los Beach House. Y miro hacia el techo y empiezo a pensar. Pero no pienso por pensar. Pienso por concluir. Porque me he venido encontrando con muchas preguntas que he visto necesario pararme a pensar y responder con palabras concluyentes y cerradas que dieran por satisfechas las cuestiones. Y así dejar paso a nuevas y tediosas auto-consultas acerca de la fe, el color blanco de los pasos de cebra o tu lengua en la punta de mi nariz.

Por todo esto, por las preguntas con las que me codeo últimamente en mi cabeza cuando me tumbo en la cama y escucho a los Beach House, te crees que no te hago el caso suficiente. Y puede que tengas razón. Pero es que de pequeña, cuando tenía una decena de años, algún adulto me enseñó a reflexionar primero sobre las cosas importantes, como pensamientos, sentimientos o metas. Y después ya seguir con la vida más terrenal y tangible de los amigos, los besos y los partidos.

Así que la culpa es de alguno de esos adultos que me enseñó a darle prioridad a lo mío ante el resto de personas o de cosas, como tú. Sin embargo deberías estar tranquilo. Puesto que a pesar de todo lo que te acabo de contar y de todo lo que puedas pensar al escuchar estas palabras, tú entras dentro de esas preguntas que me hago a mi misma y que con apremio necesito responder. Por lo que tampoco eres tan terrenal o secundario como te parecía al principio. Por esta razón cuando creas que no te hago caso o que no estoy contigo, has de recordar que estás siempre dentro de mi cabeza. Porque te pienso y te hago parte de mi mundo interior junto al resto de cosas que me parecen importantes de reflexionar. Algunos ejemplos de esto, además de los que ya he dado, podrían ser los cielos nublados (en general, sí), la vida contemplativa o la economía de subsistencia. Estás tú. Así escrito con las letras de tu nombre: té, ú, tú. 

Ando pensando sobre la película preciosa que he visto, o lo que supondría un gran golpe de suerte como ganar un concurso de personas que aprenden, y de repente asaltas tú los pensamientos y preguntas. Y me veo obligada a pensarte, a acariciarte con mis pensamientos y a peinarte un poco porque de tanto moverte te has despeinado. 

Como digo, estate tranquilo. En el próximo Pacto para Vivir que establezcamos presentaré una solicitud para convalidar tus quejas sobre hacerte caso con mis pensamientos sobre tí, que estarán a una escala 1:23.


Si no lo has entendido te lo vuelvo a repetir: 




viernes, 2 de octubre de 2015

Sudokus con letras

La diferencia entre vete y vente, sólo es una letra.

Pero no hay sólo una letra que nos separe. Son algunas más: a eme o erre. O de i o.

Amor u odio. Las dos juntas se personifican en tí.

Y yo las recibo. Como las flechas de un arco destensado. Llegan sin fuerza. Pero llegan.



Y me muerdo las uñas como si mordiera pequeños pedacitos de confianza y empiezo a pensar qué ocultas. Qué se te pasa por la cabeza. Por qué me te olvidas de la letra ene. Por qué no te acuerdas de regalarme las letras de te quiero. 

Y miro las paredes y me subo por ellas. Imaginando como tú haces el pino sin mi ayuda. Y miras al mar sin necesitarme. Y te pintas una sonrisa bien fresquita cada día, que no sabe a eme ni a ì, ni a á. 

Después me tomo una cerveza. Y otra, al poco rato. Y al final, la tercera. Y sin dejar de besar el cuello de las botellas, imaginando que es el tuyo, abofeteo a mi amor propio y te envío una señal. No un mensaje ni un grito. Una señal mental. Que entra a través de las arrugas de tu frente, que se forman cuando haces sudokus. 

Y llega a tus retinas pero por dentro. Por eso la recibes al revés: No te necesito. No te quiero así. 

Te quiero justo al contrario.

martes, 1 de septiembre de 2015

Aún es hoy

Las uñas de los pies me brillan rojas y lujuriosas. Como si alguien las hubiera invitado a una fiesta. Desde luego yo, no.

No brilla nada más. Ni siquiera mi piel.

Las fotos de mi pared se mueven al son del viento que entra por la ventana. Este aire está confuso, medio enfadado. Yo le dejo entrar en mi habitación para que sienta el vacío que hay aquí, para que seque el sudor frío y para que haga bailar a los recuerdos. Pero aún así no se calma. Así que le susurro.

Hay un despertador que no tiene pilas, y en el que siempre son las siete menos veinticuatro. Y una hucha vacía. Yo creo que hasta la ranura se ha hecho más pequeña, ha dejado de sonreír. 

Hay unos cuantos libros apilados, haciéndome señales de humo para que les haga caso y les acaricie el lomo. Y por aquí deben estar mis gafas también. Pero es evidente que no las puedo ver. 

Y lo miro todo alrededor y me pregunto qué estarás haciendo tú ahora mismo. 

Quizás tumbado en tu cama, mirando el techo. Escuchando el mismo aire golpear contra tu persiana. Déjalo entrar, anda. Te trae un mensaje mío. 

Puede que tu habitación ya esté en la penumbra y sólo se vea el blanco de tus ojos. Es probable que tus pies descalzos hayan empujado sin ningún amor a la sábana hacia el principio de la cama. Y ahora es fácil que estés empezando a cerrar un ojo casi contra tu voluntad. Justo suena un golpe fuerte, del viento (de mí). Abres los dos ojos sin querer, del susto. Y vuelves a accionar tus párpados suavemente. Hacia abajo. 

Tu día se va a acabar y el mío sigue estando aquí. Dando vueltas por el aire y la ventana, y las fotos. Y los recuerdos y la hucha vacía y mis sábanas en su sitio y mis uñas rojas. 

Y ahora a quién le envío mensajes a través del viento.




lunes, 24 de agosto de 2015

El día (de la esperanza) y la noche (triste)

Tú y yo estamos separados de manera uniforme por un espacio que nos da la libertad de mirarnos cuanto queramos sin tocarnos. Incluso ese espacio nos permite hablarnos sin gritar para oírnos.

Somos como dos rectas paralelas. De repente nos hemos encontrado así, aunque debía hacer tiempo que caminábamos juntos y separados. Como ellas. Ambos tenemos el mismo espacio que recorrer, y seguramente lleguemos a parecidas conclusiones en temas como el amor o el arte. Conclusiones que, por otra parte, nunca podremos compartir.

Tú me miras y yo te devuelvo la mirada. Al principio con el ceño fruncido, en alerta. Y después bajo ese manto de lucidez que a veces y sólo a veces da el alcohol cambias el ceño y me miras con curiosidad.

¿Quién eres? ¿Por qué caminas a unos metros de mí en la misma dirección que yo? ¿Por qué no te alejas? ¿Y por qué no te acercas y lo arreglamos?

Seguimos separados por ese espacio invisible pero conscientes de ello. Sabemos que deberíamos apartar la mirada o dejar de intentar hablarnos. Pero no lo hacemos. Porque tú y yo a menudo no escuchamos lo que tienen que decirnos.

Yo me intento marchar y tú también, pero al final de ese corto espacio de tiempo en el que intentamos separarnos, volvemos al mismo punto del principio, sólo que algo más cansados.

Después de muchos intentos sin conseguir nada nos damos cuenta de lo que veníamos pensando sin querer queriendo: nos necesitamos. Como las líneas paralelas para no dejar de ser quienes son. Como el día y la noche. Como el escritor al amor. Como Él a las montañas de libros. Como Ella a las montañas de mierda en forma de pensamientos.Como el vozka a la fanta de naranja, vamos. 

En algún lugar leí algo así como:
Te quiero porte te necesito
Te necesito porque te quiero

Pero nosotros nos necesitamos. Nos queramos o no. Porque nuestra condición es la que es gracias a la existencia el otro. Todo en nosotros es reflexivo (lingüísticamente hablando) (si es que se puede hablar de otra manera). Todo es bidireccional.

Mis palabras no saben explicar(te)lo. Yo sí.


Tú sigue ahí. Como yo lo hago. Gira y giraré. Vuela y yo lo haré a la vez, mirándote desde detrás de un muro. Y sólo me verás los ojos muy negros y muy abiertos y la raya del pelo blanca. Y en ese momento en el que me veas los ojos y empiezas a entender, tú también te darás cuenta. De que eres El Día de la Esperanza. Y que yo soy la Noche Triste.

[Sé siempre un poeta, aunque sea en prosa]

martes, 30 de junio de 2015

El calor congelado

Ya no puedo abrir más la ventana, ni llevar menos ropa. Y el calor sigue ahí, pegajoso y latente en todos los rincones de mi habitación y de mi palpitante cuerpo.

Puedo hacer dos cosas. Puedo hacer más, pero quiero limitarme a poder hacer solamente dos cosas: una es llenar la bañera de agua templada. Nunca fui tan valiente como para los jarros de agua fría, ni pensar con una bañera. Que por cierto me recuerda a la palabra "ballena". Pero eso es otro tema. La segunda cosa que puedo hacer es llamarte. Comenzar una conversación banal sobre el erizo de mar que pisé el otro día y cuyas púas penetraron en mi piel para siempre. Tú me dirás que quizás ahora sea mi turno de convertirme en un erizo de mar. 

Entonces cortaré la conversación y te diré que tengo calor. Que me des un poco de aire fresco, porque es que de verdad. No puedo respirar.

Y tú me dirás que tampoco es para tanto, que no exagere. Que meta un rato la cabeza en el congelador. Y cierre los ojos. Y que imagine que estoy en un iglú enano en el que sólo cabemos tú y yo muy, muy pegados. Y mejor porque hace un frío de esos que sólo tú pegado a mí me puedes hacer olvidar. 

Y estamos así, tan pegados que ya no sabemos si quitarnos la ropa a trozos o toda de una, mirando por la ventana enana de la casita de hielo, con vistas a unos trozos de pollo congelado, a la caja de polos de lima-limón y a la cubitera. 

Después me dirás que antes de que alguien me vea imaginándonos dentro del congelador, saque la cabeza y respire hondo. Que coja un cubito de hielo y lo mire al trasluz mientras se deshace entre mis dedos y el agua va deslizándose por mi mano y mi brazo hasta que llega a mi cintura y ahí, cerca del ombligo, acaba secándose. Que mire el cubito e imagine que es nuestro iglú. Que le de un lametazo y succione el agua fría a ver si sabe a nosotros. Que lo mueva cerca de mi oído a ver si se nos oye hablar. Que lo deslice por mi nuca, y por detrás de mis orejas. Que lo deslice por mi estómago y por debajo del ombligo. Que lo ponga en mi entrepierna y lo deje caer por mis muslos. Y que siga así, jugando con nuestro iglú hasta que el sueño desaparezca y el hielo también. Y seamos agua. ¡Qué calor!