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domingo, 3 de junio de 2018

Imagino que te quiero

Imagino que te quiero.
Lo imagino porque ya no lo siento.
Pero me da la sensación de que, como en todo, la inercia también funciona con el corazón.

La inercia no sabe de oscuridad.
No sabe de hacer el mal.
No sabe de dolor.

La inercia, como Él dijo un día, en una analogía de ciclismo, es la fuerza con la que te empuja el pelotón hacia un destino que, la mayoría de veces, desconoces.

Pero yo nunca fui del pelotón.

Yo iba la primera,
en la carrera de quererte.
Yo te amaba más que a mí misma,
más que al cielo,
más que al mar.

Te amaba todos los días de mi vida.

Hasta que un día
alguien me adelantó,
como en cualquier carrera.

Pero fuiste tú.

Te quisiste más a ti mismo
de lo que yo te hubiera podido querer.

Me hiciste tanto daño que caí
en la primera curva.

Hasta nunca.
Hasta siempre.

Me recuperé.
Pero ya no me movía el amor.
Tú reinabas en tu oscuridad.

Te quiero por inercia,
no porque quiera.

Te quiero porque no sé que otra cosa podría hacer contigo.
Con tu oscuridad.
Con tu egoismo.
Con tu dolor.

Te quiero. Pero lejos.
Llega el pelotón.

Acaba la carrera.