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lunes, 13 de julio de 2015

el té



El otro día hablábamos de unas cosas... ¿sabías que el universo se expande? ¿y que la muerte de la vida existente en  nuestra galaxia (al menos la que tú y yo conocemos) se dará porque llegará el día en que todo estará demasiado alejado entre sí en el universo y el calor del Sol no llegará a la Tierra? 

Los astros están enfadados. Quieren hacer su camino. Han visto que el universo es infinito, que no tienen por qué permanecer en el sitio, que pueden alejarse, recorrer años luz de desconocidas galaxias unidas por agujeros negros que se encuentran en las pecas de los pelirrojos y han decidido hacer la suya. 

Estuvimos hablando sobre la muerte fría durante un largo rato. Y de repente, me entraron ganas de acostarme, de cerrar los ojos e imaginar que flotaba como un ente más en alguna clase de armonía en el espacio ese que no tiene fin, ni principio. 

Aunque podría empezar en ti, por empezar. 

Al final me recosté sobre un puñado de cojines intentando estar tan callada como para poder sentir cada una de las pequeñas, cortas e irrisorias corrientes de aire que entraban por la ventana y me rozaban la nariz como si me la acariciara uno de tus finos dedos.

Pero no eran tus dedos.

Cerré los ojos para evitar que mi estado mental se distorsionara por el campo de visión del techo y de algunos de ellos hablándome como si aún les escuchara. Ya no estaba ahí. Estaba flotando en algún lugar del universo que no se podría localizar, pues de sobra se sabe que los lugares infinitos no tienen mapas que los recojan.

Y así, tumbada sobre aquel hueco de la habitación llegó el inicio de mi muerte fría.







martes, 7 de abril de 2015

Passion

Nunca había sido tan consciente de lo importante que es la pasión. La pasión mueve el mundo, nos mueve a nosotros. ¡No el amor! La pasión, que debe ser un estado del amor, una subparte del todo, o qué sé yo, es capaz de hacernos cambiar. De hacernos luchar por lo que queremos. De ser capaces de superarnos. 

¿Y la mezcla de la pasión con la esperanza? Esa especie de situación extraordinaria que lleva a los humanos a ser kamikaces, a intentar alcanzar lo inalcanzable. Es bonito saber que las personas nos auto-engañamos tan fácilmente (y que a veces, aunque sea en contadas ocasiones, lo conseguimos). 


No obstante hay un punto en el que cualquier persona, hasta el típico enamorao-de-la-vida, se pega una buena ostia contra el suelo. Y sin embargo, hasta esa gente que cae de tan alto se levanta del suelo de un salto y vuelve a empezar como si no tuvieran el cuerpo magullado y una neblina de lágrimas amargas ocupara el regazo de sus retinas. 

La pasión mueve montañas. La pasión por el baloncesto movía a la gente que conocí en Chile. La pasión por vivir, por sentir, nos invadía cuando descubríamos paso a paso de qué estábamos hechas en aquel momento de nuestras vidas. La pasión nos hacía beber de nuestros cuerpos cada nuevo momento que sentíamos de libertad e intimidad. La pasión.

Apenas utilizo la palabra, me queda demasiado grande. Es un concepto inmenso, demasiado devastador como para que alguien se dé cuenta de que no posee de eso. 

Pero ahí está, latente en nuestros cerebros, esperando que un buen día algo choque contra nosotros y nos arranque de cuajo todo el letargo que se pega a nuestros huesos y una nueva conexión nerviosa estalle dentro de nuestros fofos y endebles cuerpos y nos haga vibrar. 

¿Vale la pena vivir sin pasión? ¿Vale la pena vivir, de hecho? ¿Acaso tenemos opción de elegir? 

Ya estamos aquí, ahora hay que echarse al ruedo de la vida. Buscar la pasión. Puede estar en lugares en los que jamás se nos ocurriría buscar. Está en los bolsillos del vaquero roto de Xavi. Está en las pecas de Javier. Está en las suelas de las zapatillas de Jose, en la piedra que María le regaló a su padre. En el cerrojo de la puerta de Natalia. En las llantas del coche de Andreu. Entre los manteles que tiene Alex en su casa. 

Donde seguramente no esté es entre mis recuerdos. Entre los diarios antiguos o los dedos que repiquetean en las mesas de las salas de espera. No está en el horizonte. No está enterrada en la arena. Está más cerca, mucho más, de lo que pensamos. 

¿Que por qué lo sé? Alguien me lo ha contado hoy. Es un secreto, pero yo lo he hecho voces.