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sábado, 23 de julio de 2016

El machismo mata. Ellas van a empezar a matar.

Éramos las mejores.
Éramos las peores.

Tomábamos los datos de internet, la Lola pinchaba la fuente y extraía las bases de datos sin que nadie se fijara nunca en ello.

Escogíamos a las (próximamente-víctimas) que más denuncias tenían. Aquella noche le tocaba a una escoria humana que tenía orden de alejamiento y la había incumplido hacía menos de una semana para ir a insultar y menospreciar a su ex-mujer.

La pareja tenía cuatro hijos, que vivían con ambos pero esa vez le tocaban a ella.

No fue nada difícil, de hecho es demasiado fácil.

Fuimos con mi coche. Nos quedamos revisando la casa desde las 22 de la noche. Mientras una vigilaba el rellano, las demás subíamos al departamento.

Siempre intentábamos que estuvieran dormidos.

Entrábamos sin forzar la cerradura. Eso era lo más difícil y lo que más tiempo nos había llevado lograr pasar desapercibidas.

Mientras una de nosotras se quedaba en la puerta de la habitación vigilando que durmiera, las demás derramábamos toda la sangre de nuestras entrañas por la casa.

Lo teníamos milimetrado. Sabíamos donde íbamos a ponerla: cocina, armarios, sofá, tele, puertas.

Llevábamos siempre armas, pero en esas situaciones nunca las utilizábamos.

Les dejábamos el mensaje en la puerta principal de la casa. Imposible no verla antes de salir.

El scratch no nos gustaba demasiado, no era efectivo. Pero los acojonados se cagaban y algunos hasta desaparecían.

La segunda parte era más intensa. Dependía de como se levantara La Loca.

Podía ser una violación, con mazos y porras de policías, o podía ser una tortura de cualquier tipo, pero normalmente no eran físicas.

A la tercera no había aviso.


"Si la tocas, serás una escoria menos en este mundo"


Algunas pasaban dos años en la cárcel, tres, algunas cinco. Nadie se arrepentía.
Nadie se arrepentía.
Nadie se arrepentía.