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viernes, 3 de noviembre de 2017

¿Cuántas vidas tienes?

Solo cuando me hallé totalmente inmersa en ese estado de creación al que llamamos Soledad, comencé a encontrar algunas respuestas. 

A la pregunta de por qué siempre quisimos pero nunca lo llevamos a cabo. A la pregunta de qué clase de conexión teníamos que nos hacía pasar por el quirófano, cambiar de residencia o enamorarnos a la vez, en distintas partes; manteniéndonos siempre fieles a los tiempos. A los tiempos que nunca ponían nuestros caminos bajo el mismo minutero. 

A la consigna de escribirnos siempre, a pesar de las pocas cosas que nos contábamos. De todo lo que  nos mentíamos. Aunque quien sabe, quizá nos mentíamos a nosotros mismos. 

Has sido una sombra en mi camino. La sombra de quien camina hacia el atardecer. Un espacio en negro lánguido y estrecho tras de mi, acariciando el suelo que yo recién pisaba. 

Fuimos amantes, hermanos, madre e hijo, padre e hija, e incluso formamos una maravillosa familia que vivía mirando al mar. 

Me llegó toda esa información, no en forma de imágenes, sino de otra manera mucho más especial. Sin previo aviso, olí una flor y supe que reinaban en el jardín de lo que durante muchos llamamos nuestro hogar. 

En otra ocasión, sentí en la piel el mismo picor que me deshacía en lloros cuando éramos hermanos y, jugando en algún parque del mundo, caía sobre la tierra en medio de nuestro partido de fútbol y tú corrías a soplar el polvo que cubría la herida y me ayudabas a levantarme.

Supe que habías tomado mi leche cuando una noche estrellada la Luna oculta me susurró que en una noche idéntica a aquella habías probado por primera vez el sabor de la vida en mi regazo. 

Escuchando una melodía en aquel pequeño teatro escondido bajo la estación asentí con los ojos húmedos cuando me recordó que tú habías ido a verme a un teatro como ese en mi primer concierto, junto a una banda de niños que rasgaban instrumentos más grandes que ellos mismos.

Esa fue nuestra relación. Esa que no podía entender ahora. Porque precisamente esta vida, no está siendo la nuestra.

miércoles, 8 de marzo de 2017

Sé por tus marcas
cuanto has viajado
para olvidar lo que hiciste
sentir algo que nunca sentiste


La vida ya no duele.
Quizá fue la distancia adecuada.

Sin embargo,
en lo único que creo
es el tiempo.

Y los libros,
siempre los libros.

No importa que vaya despacio,
o rápido.

El único ritmo que existe
es el del corazón.



Ese lugar en el que te acogí,
del que te eché,
y en el que aún no te encuentro lugar.

¿Se supone que esto es la felicidad?
Nunca creí en ella.
Ni en ti tampoco, seamos serios.

Pero los libros,
siempre los libros.

La lectura marcada
por los latidos,
leída en un tiempo prudencial,
a una distancia perfecta.

Esa es la única certeza.

De que la vida no duele,
tú no existes,
yo no creo,
y ellos no saben absolutamente nada.

¿Se supone que esto es la felicidad?

Deja a los recuerdos donde están.
No hay espacio para la segunda par




viernes, 10 de febrero de 2017

La vuelta

Como Ludvik, he llegado a pensar que yo mismo también empecé a renegar de aquella pequeña ciudad/pueblo que me vio nacer y crecer, y en la que pasé parte de mi juventud. 

Bien, realmente no sé cuánta parte de mi juventud pasé, porque no comprendo aún en qué momento me hice adulto. 

Ni siquiera sé si lo soy aún. 
La La Land

Sigo esperando a levantarme un día con la espalda recta, frotarme los ojos, y darme cuenta de que el mundo es distinto. Después pensarlo mejor, y ver que no es el mundo el que está diferente, sino yo mismo. Y entonces, es cuando espero darme cuenta de que me he hecho adulto y que ya sólo queda la nada. 


...

Lo cierto es que llevo sin volver a Cestollan más de tres años. 

Aún recuerdo aquel último mes frenético, en el que apenas podía dormir. Tenía la maleta medio hecha, rodeada de miles de cosas que nunca utilicé y que al final acabé metiendo. Dormí toda aquella última etapa junto a ella, viéndola. Ni un minuto viví el presente, sabiendo que cada vez quedaba menos para la partida. 

Recuerdo cómo mi cuerpo quería quedarse en el coche y no salir cuando llegamos al aeropuerto. Aquellas lágrimas durante horas en el avión, hasta que apagaron las luces y me dormí pesadamente sobre el cristal de la ventana. 

Debería volver a mi ciudad. Por supuesto, hay muchas cosas que me hicieron feliz allá. 

Sin embargo, si pienso en una vuelta definitiva, algo empieza a subirme por la boca del estómago y una opresión se apodera de mi cuerpo. Siento que vuelvo a una especie de tumba, donde la gente se ha conformado con lo que le ha caído y que las mismas caras me mirarán y evitarán por las calles estrechas y aburridas. 

Que todas las historias serán nuevas pero repetidas (una especie de sísifo en la vida vacía y perpetuamente cómoda). 

Pero, por otra parte, me veo paseando por las calles donde sentí mis primeros anhelos, donde caminé mis primeros pasos y leí mis primeros cuentos. 

Entonces siento calor y una urgente necesidad de que me abracen. 

No obstante, al final de este pensamiento mi mente siempre vuelve al mundo que dejé: la vida ansiosa por el futuro y deprimida por el pasado que tenía. Y entonces mis piernas tiemblan y quieren salir corriendo.

Como en su día no quisieron moverse. 



Estesegundoqueestápasandoyanovuelve


lunes, 29 de agosto de 2016

Vertedero de mentiras

Si hubiera una mujer que escribiera como Bukoswki, seguramente sería prostituta. Guardaría un arma entre el cajón de sus bragas, como diría Nacho Vegas.

Se acostaría con cualquier hombre borracho que encontrara en barras sucias y solitarias de bares escondidos y oscuros. 

Sería seguramente adicta a diversas drogas como el caballo o la cocaína que cambiaría a cambio de su cuerpo. 

Escribiría con pseudónimo para que alguien, solamente alguien, la tuviera en cuenta. 

Tendría un idiota detrás de ella, enamorado hasta la médula, al que acudiría de vez en cuando para que la sacara de los apuros y la bañara y luego la pusiera en su cama a dormir hasta que ésta se largara a meterse algo de nuevo,

Iría a un club secreto sólo para poetas de mala vida en el que pocos la tomarían en cuenta y muchos intentarían follársela. 

No tendría familia. 

Habría, si acaso, abandonado a un pequeño bebé en un capazo en la puerta de un orfanato, fruto de una violación brutal. 

Habría  matado, a partir de entonces, a todos los hombres que la hubieran intentado forzar, a cuchilladas. 

Una sola vez habría ido a la cárcel, pero Él la hubiera sacado relativamente pronto. 

Hubiera intentado salir de ese ciclo sin fin si hubiera encontrado algo de refugio en su literatura, o en la historia de su vida. 

Pero no le ocurriría eso.
No le ocurriría nada,

domingo, 28 de agosto de 2016

Fósforos

El amor, la salud, el trabajo (que equivale a dinero o a la virtud, o a ambos a la vez), la paz (interior, obviamente), la felicidad, el letargo de la espera terrenal o, sencillamente, una incalculable fe hacia lo que no se ve, ni se oye, pero indudablemente se siente.

Estas son algunas de las cosas que la gente (que lo piensa) espera de esta vida. Los que no lo piensan, alabados sean ellos por su ignorancia bendita, serán lo adecuados para formar el escenario de Los Conscientes. Actores de poca monta que sonreirán o llorarán mientras no se lamentan de nada más que cualquier superficialidad, seguramente obscena.

Mientras tanto, los conscientes se engañarán a sí mismos creyendo que su vida tiene algún sentido porque así se han encargado ellos mismos de dárselo. Los otros conscientes, los perdidos, acabarán seguramente borrachos o escritores (o ambos sucesivos), arrodillados en el muro de las lamentaciones de la vida. Quién sabe si lloran de miedo o ríen sarcásticos ante este juego en el que nadie más que dos o tres ascendidos consiguieron ganar la partida.

Hablo de Jesús, por supuesto. Buda. Pepe Mujica. Pocos más.

Darle sentido o no, no hace menos lúgubre el camino. Pero lo alimenta de emoción y pasiones, dos de los sentimientos que más adeptos tienen cada día.

Y no hablo de los dependientes de las drogas como la felicidad o el victimismo estudiado. Hablo de los que sólo sienten que viven si sienten. Precisamente. Esos locos que esperan y aceptan de buen grado que cualquier mínimo atisbo de crisis (cambio), les resulte como una bofetada de vida.

Extraño, ¿no es cierto Cigarrita? En cualquier caso, se refugien donde se refugien los Conscientes, no quedan libres de la ironía del vacío existencial.

Por mucho amor que uno acepte y regale, o salud que rebose, algún día el peso del tiempo le revelará lo que siempre se encargó de esconder.

La vida tiene el mismo sentido que una caja de cerillas.

martes, 1 de marzo de 2016

I don't wannna be your hero(ine)

No sé si es porque mis sábanas son de monstruos, o porque tengo la habitación nueva empapelada de cosas bonitas. 

Quizás es porque hay una canción al día. O porque comparto sofá, casa y película con la persona adecuada.

¿Tendrá que ver con Rayuela? ¿Con que salgo a correr? 

A lo mejor la clave son las pequeñas escapadas de la (otra) realidad. Ir a la montaña en un coche pequeño, con aire natural y música reggaeton

Puede que sea por ese momento mirando la ciudad desde las alturas, subida en un balancín. 

Pero These Days de Nico suena en bucle y no puedo.... no puedo, 


dejar de asentir a la vida con una media sonrisa.



miércoles, 24 de febrero de 2016

-Emancipa tu cerebro de la esclavitud mental,
nadie más que nosotros puede liberar nuestras mentes-


El botón de nácar (2015)


En la diferencia está el encuentro, la llegada, y la salida también. "Somos todo cuerpo, palabra, emoción", le dijo. 

Ella se miró en el reflejo de la puerta de cristal y asintió con reparo reconociendo en esa débil representación de su presencia aquella loca certeza: "somos todo cuerpo, emoción y palabra". 

Se lo repitió una vez más. No se atrevía a mirarle a él. 
Subida en una "montaña de melancolía" en la que la historia de La Maga y Horacio Oliveira era tan reveladora y tan triste que la cotidianidad se había convertido en un vertedero de sentimientos hermososos. 

Esperaba la llegada de la lenta cuchillada del amor mientras jugaba con las ramas de un gran árbol que apenas le dejaba ver la que se venía encima. 

El cielo estaba ofreciendo una imagen sublime. Ni el más romántico de los pintores conseguiría nunca acercarse lo más mínimo a aquella situación geográfica que se acercaba desde los cielos. 


E iba directamente al centro de su pecho





jueves, 14 de enero de 2016

Utopías•Asutipo

En mi mundo ideal uno no "consigue" un trabajo. No lo encuentra. Es el trabajo el que encuentra a uno. Todos servimos para algo que hacemos realmente muy bien. Mejor que nadie. 

A partir de esta reveladora aunque ancestral premisa, el primer paso es descubrir qué es eso que se nos da realmente bien. Sin dejar de aprender o de intentar. Sólo centrándose en el camino que lleva a cada uno por diferentes senderos. Sin prisa, sin detenimiento. 

Los colegios no existen como tal. Existe la meditación, el compartir en grupo, la independencia prematura y las personas-guia. El Dalai Lama dijo una vez que si enseñáramos a meditar a una generación mundial de niños de 8 años erradicaríamos la violencia en tan sólo un año. 

No existe el trabajo obligatorio, existe el sentirse necesario para la comunidad. ¿Comunidad? Pueblo, país, compañeros y compañeras. Quien sabe el vínculo que se crearía o donde descansarían las líneas que servirían para defender diferencias y compartir similitudes entre naciones, familias... 

Las parejas ya no serían parejas. Las familias se formarían por una dos o tres o cuatro e incluso cinco individuos vinculados a un casamiento. Heteros, homosexuales, qué más da. Ya no hay nombres malditos. Sólo rostros.

Personas que se aman. 

Viajar sería gratuito para todo el mundo, en aras de borrar las fronteras y construir los vínculos afectivos entre almas de todas las formas y culturas. 

La galaxia estaría abrazada por miles de satélites que enviarían continuamente mensajes de amor, paz y respeto al resto de galaxias y al universo entero. Que si bien se desconoce, nadie puede evitar sentirlo.




Texto extraído de "La noche en que María descansó sobre un alambre pendido en el cielo y enganchado a dos altos edificios"

miércoles, 9 de diciembre de 2015

t r e n e s

Me desperté sudando.

Recordaba el sueño escena a escena.
Como quien recuerda la primera vez que no le correspondieron un "te quiero".


Un tren viajaba paralelo a la carretera, en dirección al Oeste.
Yo corría a su lado. Pero lejos.

Por el camino iba dejando caras,
estúpidas que se han cruzado en mi camino,
relamidos que ni siquiera importan.

Ropa,
recuerdos,
todo.

Todo se iba quedando atrás,
lo iba sacando de mí.

Me quité la ropa.
Y me quedé en bragas.

Sentía las piernas fuertes,
no me cansaba.

Pero el tren aceleraba,
y aceleraba.

Yo lo intentaba pero era imposible.
Cada vez me dejaba más atrás.

Yo acababa de dejar un recuerdo,
cuando me dijeron que escribía ritmo.

Pero ni aún así viajaba lo suficiente ligera.


Hasta que empecé a correr detrás del tren.
No a su lado.

Intentaba no parar, a pesar de todo.
Pero ¿qué sentido tenía?

Ni Galeano consiguió convencerme.

Miraba atrás y me daba miedo
recoger lo que ya no me pertenecía.

Miraba adelante y lloraba
al pensar que nunca lo lograría.

Y desperté.
Las manos sudando,
como esperando un te quiero que nunca llegará.

La Isla Bonita (2015)

lunes, 7 de diciembre de 2015

Me leyeron la carta astral.

También estuve leyendo el libro más reconocido del horóscopo, concretamente sobre mi signo.
(Sí, tengo un signo).

Le he preguntado a la Biblia. Pero oye, ¿sabes qué? No me gusta lo que me dice.

Eso sobre lo del castigo... lo del infierno... no podría... yo, yy..., yo no podría.

Estuve preguntando acerca del karma. Tiene cierto sentido, pero claro. ¿Realmente...? ¿Sabes a lo que me refiero?

Intenté encajar mis acciones y mi personalidad en algún patrón de conducta ya conocido. No es nada nuevo, sabes.

Y durante un tiempo, incluso indagué en la naturaleza, justo para encontrar algo que me definiera. Que me diera cierta respuesta.

Aquel puto loco se puso a hablarme sobre mí misma. Largando todo lo que imaginaba cuando me miraba o me escuchaba. (Si es que me llegó a escuchar alguna vez).

La cuestión es, Cigarrita, que nadie tiene la respuesta.
La respuesta está en mí misma.
Y empiezo a pensar que las personas,
las personas, pequeña cigarrita,
nos autodefinimos y reconocemos
a través de una cuestión de fe.

Mirarse al espejo es una cuestión de fe. Leer la biblia también lo es. Y encontrarse en una lista de personalidades. De signos zodiacales. En una lista de errores. 

¿No te parece irónico pequeña cigarrita? 
¿Que seamos una cuestión de fe?




jueves, 12 de noviembre de 2015

Ultraviolencia

Era un libro. Era un libro que Ella sostenía en sus manos los largos días del cálido verano. Aún la puedo ver paseando por las calles que nunca compartimos. Pero la mente es así, disfraza los recuerdos de alucinaciones que tejen un presente entremezclado de pasados y futuros inexpugnables. 

Un violento cáncer se la llevó. Un violento día de un muy violento año. Yo lo vi desde fuera. A un océano de distancia, literalmente. Pero me llegaron las salpicaduras de la muerte y me vi sostenida por una  bruma de felicidad que intentaba evitar las balas de realidad a golpe de abrazos, vinos y orgasmos visuales. 

Pero lo real siempre acaba golpeando la puerta de nuestras vidas, toca unas cuantas veces con los nudillos. Llama al timbre, rompe las ventanas, atiza los árboles del jardín. El ruido es innecesariamente fuerte. Va in crecendo hasta que no tienes más remedio que abrir la puerta y preguntarte quién cojones quiere joderme la mañana.

Y entonces asaltan las dudas como ladronzuelos de herramientas en las obras del extrarradio.

¿Dónde están los límites de la pena? 
Cuantos kilos de pena pueden llegar a sentir los que abrazan a la muerte de una manera tan natural que no pueden sino sostener la calidez del último contacto humano toda la eternidad.
La pena de los días que se acaban, de las manos que matan, de los ojos que castigan, de las promesas vacías. 
La pena de vivir en un mundo como este.

¿Cuánta violencia somos capaces de engendrar?
Quién sabe los límites de la violencia que puede cometer un humano cualquiera. Cuán tergiversada debe ser la vida de alguien que es capaz de matar al igual, de arrebatar la vida de su compañera de vida, por la más minúscula y vulgar razón. 
De hacer daño de manera gratuita. Que puede llegar a producir placer. 
El placer violento de hacer lo que no se debe hacer. 

¿Cuánta violencia somos capaces de aceptar?
Abrimos nuestras bocas y nos comemos la mierda con la servilleta anudada al cuello. Vemos como se la comen los demás, disfrutamos mientras lo hacemos nosotros y en la digestión el nudo de la mediocridad nos recorre las venas y nos convierte en insignificantes motas de polvo que no brillan. Debajo de la alfombra, sin fuerzas para gritar o para cambiar. Para vencer contra lo injusto. 



Porque nos comemos la violencia con los ojos como platos y las bocas abiertas, y las piernas abiertas y los brazos abiertos y las palmas de las manos hacia arriba. El sometimiento no es una cruz, es el poste que nos mantiene de la  más vulgar forma de pie. 


martes, 10 de noviembre de 2015

El secreto está en la cama

La familia, el trabajo, la casa, la montaña, la ropa, la tele, los besos, los zapatos, la música, el ordenador, el vecino del tercero (el de la mirada de miedo), el cine, las cámaras, los polos (el Norte o el Sur). 

El colegio, el amor, las cigarras, el rocío de las mañanas, la guitarra,  el dinero, la fe, los paraguas, las vistas al mar, la arena, la comida, el petróleo. 

Mis manos, la Luna, las constelaciones, el vapor, el sexo, la muerte, el veneno, los placeres, la pobreza, los tejados, las miradas, el cuerpo (el de Cristo), la lengua. 

El amanecer, las mareas bajas, el mundo, los aviones, el tiempo, los viajes, las mujeres, los bancos, los cocodrilos. 

La juventud, la bebida, los problemas, las soluciones, los obstáculos, los hombres, las carreteras, las estaciones. 

La ropa interior.
El parqué de los polideportivos.
Las lenguas.
Las nubes bajas.


¿Qué llena de sentido tu vida?


Intento dar con la respuesta, pero serpentea y me lleva por el camino más largo del saber.
Cuéntamelo tú.
Levanta la sábana, échate a un lado y déjame que hueco. Aclara la voz. Prepara la mirada, humedece la lengua.
Ahora sí, ya estoy dentro. El contacto de tus piernas con las mías me relaja, Cuéntame. Íbamos por donde yo me meto a escucharte. Y tú me lo explicabas,

¿Y bien?

lunes, 26 de octubre de 2015

Caras B II Parte

Mientras tú sigues yendo con tu bici aquí y allá, yo espero en el escritorio delante del ordenador a que me llegue el momento.

Hoy Watanabe no se ha dado cuerda. Porque es domingo. Lo cuenta él mismo, en Tokio Blues. Y tiene todo el derecho del mundo. Se siente tan solo que a su lado yo soy la reina de las fiestas. 

A veces un pasaje de Murakami me recuerda a Paul Auster. No tiene ningún sentido, así que supongo que esto se debe a que no conozco muchos más autores como para que me vengan a la mente más de dos cuando intento conectar un escritor con otro. 

En realidad los días grises me apaciguan. Los veo desde la ventana y me limito a abrir un trozo de ventana y respirar el aire de la calle. 

Otras veces cambio de música, y así voy tiñendo los recuerdos de colores diferentes. Como cuando leí Momo escuchando a Amaral y ahora siempre que pienso en el libro o en la historia me acuerdo de la canción de Cabecita Loca.

He estado analizando las posibilidades de sobrevivir para ser feliz. Y aunque no me he acabado el catálogo de opciones (es así, vienen en un catálogo que te envían a casa, Posibilidades de ser feliz y/o sobrevivir actualmente), no consigo decidirme. 

Y me he ido a tomar un té al Voramar aún a sabiendas de que alguien me tachará de obrera aburguesada. Pero qué le vamos a hacer. Quería seguir leyendo y escribiendo.

He pedido Rayuela en la librería de segunda mano. Pero no me han contestado al mensaje. ¿Cómo debería tomarme eso? 

Creo que alguien está bloqueando mis cuentas para que no me lleguen mensajes ni llamadas.

jueves, 22 de octubre de 2015

Rutina

Cada día desde hacía un año, Ella había entretejido un pequeño engranaje de rutinas que funcionaba a la perfección. 

Cada mañana se levantaba, se lavaba la cara. Escuchaba el mismo disco triste de José González mientras desayunaba Corn Flakes con Cola-Cao, y al rato se acicalaba para salir al trabajo. Siempre vaqueros y zapatillas, siempre bolso negro o bolso azul alternados perfectamente: un día uno y otro el otro.

Caminaba durante diez minutos hasta la librería-cafetería. Preparaba cafés, sonreía a los clientes, no hablaba demasiado. Parecía que tenía un número determinado de palabras por día y no podía decir ni una más. El único juego que se permitía hacer y que rasgaba la rutina de vez en cuando era aquel en que apuntaba las tres primeras palabras que leía en el primer libro que encontraba. Las anotaba en un post-it. Lengua, amarillo, hojas. 

Después, tenía que decirlas antes de que la jornada laboral se acabara. 

- ¿No se le quema la lengua cuando el café está muy caliente? 

El hombre que recibía la taza de café, la miraba a Ella y luego a la taza con recelo, y sin darse cuenta paseaba de saliva su lengua y cogía la taza con cuidado. Después sonreía sin demasiadas ganas y se iba a un rincón cualquiera a beber el café teniendo sumo cuidado con que no se fuera a quemar. 

Sólo porque ella jugaba a que tenía que decir "lengua". 

Al acabar la jornada, bajaba la persiana los días que le tocaba cerrar, o salía tranquilamente los días que no, y se marchaba hacia casa. Siempre hacía el mismo camino aunque había varios. Por la plazuela y el colegio, por el paseo de árboles, por las callejuelas del lado Oeste. 

Llegaba a casa, previo paso por la pastelería. Comía su trozo de tarta y un té, leía un libro. Tenía una columna de libros dispuesta en la mesita de su habitación y los iba devorando uno tras otro. A medida que acababa uno, lo dejaba en la estantería de la pared y recogía el siguiente de la mesilla. 

Veía un rato la tele. Y a dormir. 
Todos los días era así. Todos los días ocurría lo mismo, hacía lo mismo. 

Todos los días desde que decidió que la muerte de Él la había matado a ella también. 
La rutina es una muerte chiquitita y placentera que va absorbiendo a las personas hasta que las atrae y cuando lo hace, las retiene como si de una tela de araña del tiempo se tratase, y los individuos quedan absortos en la pequeña cuadrícula de la rutina que barre el tiempo hacia debajo de la alfombra de la vida. 


Y un día, todo estalla en motas de polvo. 

lunes, 14 de septiembre de 2015

Caras B

Dicen que cuando más duele es cuando intentas obviarlo. No darle importancia. Cuando, precisamente, pretendes que no duela. Es ahí cuando se hace insistentemente punzante, en el centro del estómago. Y el dolor se irradia hacia todas partes, y cuesta respirar. Cuesta hasta coger aire, como si dentro no cupiera. 

También dicen que las personas de deslizan por la vida buscando otras personas. Sea como sea, yo soy quien soy por culpa de, gracias a, o pesar de muchas personas que se han deslizado por mi vida. Han llegado de maneras bien diferentes. Algunos se sentaban sólo a mi lado. Otros me pedían a gritos ahogados que les incluyera en mis pasos. Y otros, sencillamente, acudieron a mi llamada de desesperación por entender el tema este de vivir.

Soy un puto abeto de Navidad. Tengo diferentes adornos y bolas que han ido colgando. Me regalaron algunos, y otros me los tiraron y se me quedaron enganchados ahí. Imposible sacarlos de mí. Como mucho sacarles brillo, y que se me vean bien. 

Y entonces, llegaste tú hasta este árbol raro de mezclas extrañas y luz etérea, diferente al resto. Y lo miraste así, con cara de sorpresa y pocas ganas. Te cruzaste de brazos y ahí estuviste mirando como pasaba el tiempo. Como me pesaba el tiempo. Y un día de esos que te hubiera olido hasta a dos calles de distancia, viniste por detrás y me pusiste el planeta en la punta. No era una estrella, como suele ser normal. Era un planeta. Y estaba en mi cabeza. Se había acabado la operación de adornarme y tú la habías cerrado. Me abrazaste. 

Luego vinieron todas esas cosas que quieres pero no quieres que pasen. Porque da miedo, da pena y da muchísimo vértigo. Que es la vida, en definitiva. 

Y ahora me ocurre justamente eso. Que me dueles. Y me dueles cada día más, porque intento hacer como si no me ocurrieras. Pero a quién pretendo engañar. Si el aire no me cabe.

viernes, 28 de agosto de 2015

Control equis

Nos han enseñado cómo vestir. Cómo pintarnos. Nos han enseñado cómo hablar, cómo escuchar. Nos han enseñado a estar callados, y a estallar. Nos han enseñado a mirar, a tocar. Nos han enseñado a correr, a caminar lento y rápido. Nos han enseñado a aparentar lo que no sabemos, aún sin saber quiénes somos. Nos han enseñado a querer, a rezar, a creer, a comer, a leer y a pintar. Nos han enseñado a decir no, y a decir sí. A decir sí cuando no queremos y a decir no cuando sí queremos. 

Nos han enseñado a hacer música, y a cómo escucharla. A cómo tratarnos, a cómo estar con los demás. Nos han enseñado lo que es el mar. Nos han enseñado a ser corderos y a ser ovejas. También nos han enseñado a ser leones. Nos han enseñado a ser niños, a ser niñas y a ser mujeres. A ser adultos. Nos han enseñado a utilizar los libros, a llevar caretas. Nos han enseñado la Tierra, nos han traído el pan. Nos han traído el agua, y nos han enseñado a beberla. 

Nos han enseñado a todo, pero no sabemos nada.                           Es fácil de decir, pero no de imaginar.



Me gustaría desaprender todo lo que sé y volver a empezar. Tropezarme con el mar, inventar palabras y ser niña. Poner caretas a los libros y pintar leones que abrazan a corderos. Decir sí para negar y no para asentir. Comer agua y beber escarcha. Rezar a las piedras y nadar en el cielo. 

lunes, 10 de agosto de 2015

A Carlos Cervera.

Me está costando, y me costará asumir que te has ido a ese otro lugar donde, por otra parte, todos llegaremos antes o después.

He recordado muchas cosas estos dos días. Imposible no hacerlo. Han venido a mi muchos momentos y recuerdos de otras épocas donde yo era una niña de ojos tristes espigada con muchas preguntas que nadie me respondía.

He recordado un día de primavera en Tarragona. Jugamos un torneo que seguramente debimos ganar, aunque nunca recuerdo ese tipo de cosas. Nos llevasteis a Telepizza y yo fui la que más cachos se comió. Mi plato estaba lleno de bordes, once o doce. Tú alucinabas riendo y cuando llegó mi madre le contaste mi proeza. Ahí ya tenías el bigote canoso y seguramente también la pitillera bonita plateada que formaba parte de tu ritual de fumar.

De hecho podría recordarte en pitillos. El cigarro de cuando salíamos al descanso de los partidos del senior, (da igual de qué temporada, todas eran más o menos igual y nosotros estábamos en todas sin rechistar).

El cigarro de cuando ganamos un intersector, o el que te hiciste una vez que paramos a mitad viaje en un torneo que habíamos alquilado un microbus y todas estábamos como locas cantándote  y tú sonreías porque lo que más te gustaba era vernos contentas (eso y que ganáramos partidos).

También recuerdo el primer día en que bajé a la pista de Grapa, me puse a tu lado y comencé a mirar a las niñas pequeñas y a copiar como las corregías para aprender a hacerlo yo también. Ese día fue la primera vez que alguien me consideró entrenadora, y fuiste tú. La verdad es que esto lo tengo en cuenta ahora, pero me había pasado desapercibido: gracias a ti soy entrenadora. O he sido, al menos. Ahora no sé qué soy.

La verdad es que una parte de mí espera que pases con tu mochila de cuero, tu cuerpo ligero y la camiseta fea del Nou (la antigua del conejo) por la calle de Grapa. Diciendo que vas "a ver un rato un partido y te vas", aunque vas a ver todo el partido y a que la gente te pregunte que qué piensas sobre lo que está pasando. De pie ahí, en un rincón, junto a la máquina. Murmurando cosas con mala leche.

Què juguem, en el meu cap?? Lo decías así, con la coma en ese lugar exacto. Y te ponías el chaleco negro tan elegante para los partidos, los demás parecíamos (éramos) unos principiantes a tu lado.

Éramos les teues xiquetes. Y el día que nos dijiste que no nos ibas a entrenar más me enfadé tanto que me fui corriendo al vestuario y me miré la cara de enfado en el espejo. Me pareciste un egoísta. Por dejarnos. Qué cosas pensamos cuando somos niños.

Podría recordar mil recuerdos en forma de cigarros. Antiguos y modernos. Tus mil caras y toda esa grandeza que tenias escondida tras tu aspecto de reguñón intransigente.

Pero me da pena y voy a acabar de escribirte. La iglesia hoy estaba demasiado callada. Yo tenía ganas de gritar. Primero que no te fueras.

¡No te vayas!

Y después, una vez asumido el hecho de que te estabas quedando en cada vez menos hasta que al final has desaparecido, te quiero gritar que te quiero. Que te voy a echar de menos aunque sea así, en la lejanía que hay entre el mundo de los vivos y el de los que vuelan.

Y que como yo, mucha mucha gente va a llorarte  y a recordarte tanto que va a parecer que no te has ido.

Un fuerte aplauso para ti, paCharli. Padre, mentor, entrenador y compañero. Nunca te olvidaré mientras dependa de mi.  Descansa y saborea la victoria de saber que serás inmortal en esta tierra.

El Basquet te llora. Y yo también.

martes, 4 de agosto de 2015

Sobre las decisiones importantes



Esas decisiones que yo siempre pongo en manos de una moneda. Porque es así. Gane o pierda habrá sido menos por mi culpa y más por causas del azar, de los empeños de otro por que las cosas salieran de una determinada manera. 

Me llamarán cobarde. Y tendrán razón. Soy de las que no se tira a la piscina cuando el balón está flotando en el centro y es de noche y hay que recoger el jardín porque va a hacer aire y queremos mantener en nuestra propiedad la pelota de plástico. 

Soy de las que cuando me llamas, espera a contar hasta siete para comprobar tu insistencia en saber de mí, y si aún no has colgado, descuelgo yo. Y ahí estamos separados o unidos por un cableado que hace que nuestras voces se unan a pesar de que la distancia que he de recorrer hasta tí parece bastante más lejos de lo que suena tu voz ahora mismo. 

No soy nada metódica en la mayoría de las cosas. Cuando me pongo perfume lo echo por todas las partes alrededor de mi cabeza, donde caiga. Y sin embargo cuando la veo a ella ponérselo detrás de las orejas y en las muñecas, hago lo mismo como si de esa manera pareciera más dulce y suave, justo como lo es ella. 

Quiero parecer más frágil (de lo que soy), que la gente me vea y tenga ganas de cogerme en brazos y dejarme reposar en algún lecho de hojas y paja. Como ocurre con las princesas que no saben hacer nada por ellas mismas y todos las quieren y les mandan besos. A mi no me mandan besos porque sé hacerlo todo, porque nadie me lleva a ningún sitio más que mis pies. Sería más fácil si nadie supiera lo que soy capaz de hacer. 

Es un vaivén de ideas este que tengo aquí dentro, y cuando pueda entre-tejerlas y contaros mi historia, que es muy normal pero es mi historia, encontraréis un pequeño secreto que os ayudará a entender el por qué de muchas cosas. Porque las monedas sólo tienen dos caras, es porque sólo hay dos posibilidades en esta vida. Una es seguir corriendo y la otra retroceder hasta el principio de todo. Y lo que ocurre después es algo que nunca sabremos, ni vosotros, ni tú ni yo misma. Hasta que no haya lanzado la moneda y haya esperado con impaciencia que una cara se apoyara contra la mesa y la otra  me mirara y se concentrara en copar mi atención.

lunes, 13 de julio de 2015

el té



El otro día hablábamos de unas cosas... ¿sabías que el universo se expande? ¿y que la muerte de la vida existente en  nuestra galaxia (al menos la que tú y yo conocemos) se dará porque llegará el día en que todo estará demasiado alejado entre sí en el universo y el calor del Sol no llegará a la Tierra? 

Los astros están enfadados. Quieren hacer su camino. Han visto que el universo es infinito, que no tienen por qué permanecer en el sitio, que pueden alejarse, recorrer años luz de desconocidas galaxias unidas por agujeros negros que se encuentran en las pecas de los pelirrojos y han decidido hacer la suya. 

Estuvimos hablando sobre la muerte fría durante un largo rato. Y de repente, me entraron ganas de acostarme, de cerrar los ojos e imaginar que flotaba como un ente más en alguna clase de armonía en el espacio ese que no tiene fin, ni principio. 

Aunque podría empezar en ti, por empezar. 

Al final me recosté sobre un puñado de cojines intentando estar tan callada como para poder sentir cada una de las pequeñas, cortas e irrisorias corrientes de aire que entraban por la ventana y me rozaban la nariz como si me la acariciara uno de tus finos dedos.

Pero no eran tus dedos.

Cerré los ojos para evitar que mi estado mental se distorsionara por el campo de visión del techo y de algunos de ellos hablándome como si aún les escuchara. Ya no estaba ahí. Estaba flotando en algún lugar del universo que no se podría localizar, pues de sobra se sabe que los lugares infinitos no tienen mapas que los recojan.

Y así, tumbada sobre aquel hueco de la habitación llegó el inicio de mi muerte fría.







jueves, 14 de mayo de 2015

Por FAVor, quiero decir: AMOR

Había una vez un hilo púrpura que se había creado hacía mucho, mucho tiempo, e iba uniendo a personas sin que ninguna de ellas se diera cuenta. Era un hilo que se alimentaba del amor que se profesaban algunos humanos, un número limitado, a lo largo del mundo. Y los iba uniendo y entretejiendo una especie de tela de araña a lo largo del globo que era invisible a las personas pero muy visible a los astros que reinaban en la galaxia. Cuanto más crecía el hilo, más longeva era la esperanza de vida del astro del Amor. 

Un día, Amor se había levantado cabizbajo porque su vida se acababa por momentos. Sentía que los huesos le pesaban; que la gravedad, fuerza que nunca había sentido en sus millones de años luz de vida, empezaba a ejercer una especie de  atracción hacia él que le arrastraba hacia el espacio vacío que existía bajo sus pies. Oscuro. Infinito. Cuando un astro caía, no volvía a aparecer por allá.  Nadie sabía lo que había, y desde luego nadie había ido a investigarlo. Era un misterio como cualquier otro de la vida. Como por qué hacer pompas de jabón relaja a las estudiantes, o quién había dicho que las flores se podían juntar en ramos efímeros y cortados.

Pero aquel día no fue un día cualquiera. Cuando Amor se sentó en la silla de su escritorio y apoyó la cabeza en uno de sus brazos para mirar con aparente aburrimiento hacia la Tierra, vio que la luz púrpura parpadeaba. SE quitó las gafas y se fregó los ojos. Volvió a mirar. Efectivamente, la luz volvía a aparecer y desaparecer. Se volvió a poner las lentes y con sumo cuidado amplió su vista hacia la Tierra. Quería no perderse ni un detalle de lo que allí ocurría:

Dolores había llamado a María para decirle que le había enviado un cheque junto a una rosa con el dinero que ésta necesitaba para operarse. María no supo que decir, no podía decir que no. Pero, ¿qué se dice ante algo tan grande? Pensó María. Ambas lloraron, desde la soledad de sus casas. Una por una cosa y la otra por muchas otras. María acabó aceptando el dinero y pensando qué cosas buenas se estarían haciendo por la Tierra en aquel momento. 

El hilo corrió y corrió hasta otro país donde una buena amiga le había regalado a la otra un año entero de Spotify Premium y un estupendo álbum de fotos de las dos. La razón, es que la recibidora del premio le había encontrado trabajo en una pequeña empresa de publicidad a su buena amiga, que había encontrado el equilibrio personal que necesitaba en aquel lugar. 

El hilo siguió corriendo. Marcos estaba sentado en el jardín de su casa mientras escribía muy relajado una carta de amor para Claudia, que se iba de viaje muy lejos y a la que no pensaba volver a ver en mucho tiempo. Encontró a un niño que pasaba por allí y le dijo que a cambio de entregar su carta, le daría el deseo que él quisiese, pues Marcos tenía mucho dinero, aunque pocos amigos. El niño, Pere, había accedido a entregar el pedido pero lo único que le había pedido a Marcos es que le dejara remojarse en su piscina algún día. Hacía mucho calor en la ciudad y una piscina era un lujo que pocos podían darse. Ambos cerraron el trato sonriendo. 

Claudia recibió la carta. Aunque ya estaba en el aeropuerto camino a tierras europeas. Echó algunas lágrimas de amargura. Por supuesto que quería a Marcos. ¿Cómo no se había dado cuenta? Así que cuando llegó a su destino creó una empresa que se dedicaría a permitir a sus usuarios llamarse mediante hologramas y recibir cálidos abrazos y húmedos besos como si la realidad fuera de otro material. Fue una gran iniciativa que unió a muchas personas  y las hizo muy felices. Claudia y Marcos no fueron una excepción. 

Laura, otra de las usuarias del invento de Claudia, hizo un viaje holográfico a Kenia, tras el que decidió, al darse cuenta por fin de la situación, adoptar un niño huérfano. El niño no era tan niño, ya tenía doce años. Le llamó Esteban. Pero junto a su nueva madre pudo tener todas las necesidades cubiertas básicas (y otras no tan básicas).  Esteban creció enamorado de la vida. Tanto, que cuando pasaron los años y María fue a su clínica llorando de la emoción porque le habían dejado el dinero para operarse, decidió no aceptar su dinero, operarla de manera gratuita, y enviar el dinero a un centro de niños que, como él, no habían tenido demasiada suerte en su infancia. María se lo contó a Dolores, y ambas insistieron en invitar a Esteban a cenar. Se hicieron grandes amigos. 

Amor estaba atónito, no podía seguir la velocidad que había adquirido el hilo púrpura en los últimos diez años de su vida en la Tierra y sus tres últimas horas atendiendo al globo terráqueo. De repente, respiraba fuerte y acompasado. Los huesos no le dolían, se sentía ligero. Su vida ya no pendía de un hilo.