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lunes, 30 de noviembre de 2015

La corriente

Hacía mucho aire aquel día. Siempre lo hacía, pero aquella tarde era especialmente intenso. Ambas caminábamos de la mano, con nuestros gorros de lana puestos. Andábamos mucho más rápido de lo normal. Era por el frío. En esas tardes la ciudad es un hervidero de pequeñas personitas sin cuello ni pelo que recorren todos los rincones con una velocidad de vértigo.

Llegamos hasta el puente de piedra. Apenas había nadie en aquella parte del río. La humedad era mayor, y el viento corría sin ningún espacio con el que topar, por lo que los pocos pelos que nos quedaban bajo los gorros bailaban una serenata incansable de lado a lado de nuestra nuca. 

Nos asomamos al río desde lo alto del puente. Se veía a lo lejos una fila de montañas pequeñas ( así lo parecían desde la distancia), y la angosta ciudad empezando a encenderse y prepararse para la noche. Edificios altos, las farolas del paseo junto al río, la torre más alta de toda la ciudad, en el centro de la plaza empedrada.

Miré hacia abajo. 

La luz se desvanecía y apenas se veía una corriente negra de algún líquido que debió ser agua en algún momento, pero que ahora convertía el río en una corriente de barro, trozos de troncos y árboles que se doblegaron a la fuerza del caudal e infinidad de líquidos que salían solitarios desde su origen y se encontraban en las cañerías que llegaban al río y lo contaminaban de humanidad. 

Sentí cierto miedo. Puede que fuera por la altura. O quizás por el color del agua. 

- ¿Ves nuestro reflejo?- Me preguntó.
- Mmm.. a ver.... no. Creo que no lo veo. Aunque tendría que ponerme de puntillas para asegurarme.
- Déjalo, me da miedo. ¿Sabes? Este puente me recuerda a la torre esa tan famosa, una alta desde la que los locos, los amantes rechazados y los artistas fracasados se tiraban para acabar con su vida. ¿Has leído esa historia? Creo que un día te hablé de ella.
- Vaya. Si, me acuerdo. Aunque no lo había pensado. ¿Crees que aquí alguien...? 
- Quién sabe. En esta ciudad no hay tantos lugares altos en los que poner punto y final a la vida.

Su frase se quedó revoloteando por mi cabeza. Como un eco infinito.

Nos quedamos las dos mirando hacia abajo, imaginando como quedaría en las aguas el reflejo de nuestras caras de frío, pegadas una al lado de la otra.