APARTADOS

Mostrando entradas con la etiqueta iglú. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta iglú. Mostrar todas las entradas

martes, 30 de junio de 2015

El calor congelado

Ya no puedo abrir más la ventana, ni llevar menos ropa. Y el calor sigue ahí, pegajoso y latente en todos los rincones de mi habitación y de mi palpitante cuerpo.

Puedo hacer dos cosas. Puedo hacer más, pero quiero limitarme a poder hacer solamente dos cosas: una es llenar la bañera de agua templada. Nunca fui tan valiente como para los jarros de agua fría, ni pensar con una bañera. Que por cierto me recuerda a la palabra "ballena". Pero eso es otro tema. La segunda cosa que puedo hacer es llamarte. Comenzar una conversación banal sobre el erizo de mar que pisé el otro día y cuyas púas penetraron en mi piel para siempre. Tú me dirás que quizás ahora sea mi turno de convertirme en un erizo de mar. 

Entonces cortaré la conversación y te diré que tengo calor. Que me des un poco de aire fresco, porque es que de verdad. No puedo respirar.

Y tú me dirás que tampoco es para tanto, que no exagere. Que meta un rato la cabeza en el congelador. Y cierre los ojos. Y que imagine que estoy en un iglú enano en el que sólo cabemos tú y yo muy, muy pegados. Y mejor porque hace un frío de esos que sólo tú pegado a mí me puedes hacer olvidar. 

Y estamos así, tan pegados que ya no sabemos si quitarnos la ropa a trozos o toda de una, mirando por la ventana enana de la casita de hielo, con vistas a unos trozos de pollo congelado, a la caja de polos de lima-limón y a la cubitera. 

Después me dirás que antes de que alguien me vea imaginándonos dentro del congelador, saque la cabeza y respire hondo. Que coja un cubito de hielo y lo mire al trasluz mientras se deshace entre mis dedos y el agua va deslizándose por mi mano y mi brazo hasta que llega a mi cintura y ahí, cerca del ombligo, acaba secándose. Que mire el cubito e imagine que es nuestro iglú. Que le de un lametazo y succione el agua fría a ver si sabe a nosotros. Que lo mueva cerca de mi oído a ver si se nos oye hablar. Que lo deslice por mi nuca, y por detrás de mis orejas. Que lo deslice por mi estómago y por debajo del ombligo. Que lo ponga en mi entrepierna y lo deje caer por mis muslos. Y que siga así, jugando con nuestro iglú hasta que el sueño desaparezca y el hielo también. Y seamos agua. ¡Qué calor!