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martes, 23 de agosto de 2016

Horacio

Mientras alguien busca a la Maga, 

yo encuentro a Horacio.

En cada puta esquina de mis pensamientos aparece él. Con su chaqueta y su barba de tres o siete días, con la cabeza ligeramente agachada. Va fumando un cigarro de liar, y a menudo todo lo que piensa mientras le espío desde la mente, cobra sentido y le quiero abrazar, de pena. 

Y llorar con él porque la vida se ha acabado, o se va a acabar, o qué se yo. Y después reír de la ironía que supone vernos, una vez más, mente con mente, ojos con ojos, de cara al mismo peligro que siempre nos ha dado la única oportunidad que nosotros no quisimos darnos.

Y suena Duke Ellington, como en el libro. Pero no nos damos cuenta, porque nosotros solo vestimos el momento de música cuando lo recordamos. Y sin mediar muchas palabras, me levanto de la silla de mirarle y le hago salir de mi cabeza. De una manera tan sutil que ni siquiera él mismo se da cuenta de que ya le he vuelto a apartar de mi mente. Porque lo deja todo pasado a humo y jazz triste. 

Después leo un poco a Baudelaire para conciliar el sueño, pero lo único que acabo conciliando son palabras y sensaciones. Una trompeta me indica la hora de dormir, pero me niego a aceptar que el día ya ha acabado y las palabras siguen apareciendo en este papel como si alguien las hubiera invitado a la fiesta. 

Horacio desaparece partiendo la línea del horizonte en dos mitades. La de la vida real, en la que debería estar viviendo, y la fragmentada, que sólo existe en su mente y la mía. El sueño es igual de doloroso en ambas. 

Pero la vida, Ai, la vida. 

lunes, 26 de octubre de 2015

Caras B II Parte

Mientras tú sigues yendo con tu bici aquí y allá, yo espero en el escritorio delante del ordenador a que me llegue el momento.

Hoy Watanabe no se ha dado cuerda. Porque es domingo. Lo cuenta él mismo, en Tokio Blues. Y tiene todo el derecho del mundo. Se siente tan solo que a su lado yo soy la reina de las fiestas. 

A veces un pasaje de Murakami me recuerda a Paul Auster. No tiene ningún sentido, así que supongo que esto se debe a que no conozco muchos más autores como para que me vengan a la mente más de dos cuando intento conectar un escritor con otro. 

En realidad los días grises me apaciguan. Los veo desde la ventana y me limito a abrir un trozo de ventana y respirar el aire de la calle. 

Otras veces cambio de música, y así voy tiñendo los recuerdos de colores diferentes. Como cuando leí Momo escuchando a Amaral y ahora siempre que pienso en el libro o en la historia me acuerdo de la canción de Cabecita Loca.

He estado analizando las posibilidades de sobrevivir para ser feliz. Y aunque no me he acabado el catálogo de opciones (es así, vienen en un catálogo que te envían a casa, Posibilidades de ser feliz y/o sobrevivir actualmente), no consigo decidirme. 

Y me he ido a tomar un té al Voramar aún a sabiendas de que alguien me tachará de obrera aburguesada. Pero qué le vamos a hacer. Quería seguir leyendo y escribiendo.

He pedido Rayuela en la librería de segunda mano. Pero no me han contestado al mensaje. ¿Cómo debería tomarme eso? 

Creo que alguien está bloqueando mis cuentas para que no me lleguen mensajes ni llamadas.