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jueves, 8 de julio de 2021

jueves, 20 de agosto de 2015

¿Cómo se llaman las personas que comen a otras personas?

No sé, no sé, ¡no! ¡sé! 

Yo siempre le hacía muchas preguntas, pero él nunca sabía la respuesta. No era como Amanda, que siempre encontraba una respuesta genial y científicamente indemostrable para explicarme cada una de las extrañas cuestiones que yo le hacía con cara de niña y ojos abiertos como platos. 

Él no sabía nada. No quería saber nada. Sólo me decía que las respuestas estaban delante de mi cara, y que si me las decían, nunca las encontraría por mi misma. Pero Amanda... ella no era así. Nunca me dijo eso. Recuerdo que una vez, cuando le pregunté por qué los troncos de los árboles del jardín de su casa tenían agujeros, me respondió rápida y concienzudamente que era para que pusiera la oreja en uno de ellos y escuchara como ella, desde otro, me contaba secretos. 

Nunca lo hicimos, lo del árbol. Pero qué más da. Yo sólo quería una respuesta para poder seguir caminando.
Vicky, Cristina, Barcelona.

Y ahora Amanda no estaba. Estaba Él, y con su excéntrica y dolorosa forma de no-enseñarme. De no contestar mis preguntas, de mirarme con un cara que yo nunca sabría descifrar.  

Al final dejé de lado un poco aquella manera que yo tenía de seguir avanzando por la vida. Y aunque me estanqué durante un tiempo medio ahogada por mil tormentos que no tenían solución ni respuestas posibles, conseguí salir de allí no sin antes tragarme algunas de aquellas cuestiones que se quedaron para siempre en el espacio mental que uno deja para las cosas que deberá solucionar más adelante. Estaba mi existencia, y la suya, entre otras muchas más. 

Pero un día, mientras yo conducía y él miraba por su ventana ensimismado en sus pensamientos que nunca, nunca compartió conmigo, le pregunté: 

- Ce, ¿tú cuánto quieres vivir? 

Y él dejó de mirar por la ventana y se giró para mirarme a mí mientras yo seguía conduciendo sin apartar la cara de la carretera. Me giré, para acompañar por unos segundos sus ganas, y le sonreí. Luego seguí mirando a la carretera. 

- Yo quiero vivir tanto como pueda. Tanto como quiera El-de-allá-arriba. Tanto como tú me quieras a mí. Tanto como lo que duren tus preguntas sin respuesta que me hacen comprender el mundo. 

Y yo seguí conduciendo y él siguió mirando la misma carretera y nunca más me cuestioné las ganas que tenía de que yo le preguntara sobre la vida. Y así, seguimos avanzando hacia aquella línea roja que ambos veíamos ahí delante, no tan lejos, que marcaba el fin de todas las preguntas y el inicio de todas las respuestas.