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domingo, 30 de agosto de 2015

Sin más

Se le nota que algo no anda bien, que él no está bien, porque engulle los cereales con la leche fría como si tuviera prisa por comerlos. Como si supiera que al acabar con el último trago de esa pasta que se crea cuando hay más cereales de los que la leche puede soportar, todo fuera a acabarse. El último mal-trago.  

Apenas habla. No dice ni mú. Sé que está ahí porque oigo crujir sus rodillas y tobillos cuando camina por el pasillo. Y porque arrastra los pies. Cuando está así la voz no se le apaga, sino que funciona al revés. Habla hacia dentro, y sólo se escucha él. 

Pasa muchos ratos asomado al balcón. Nuestro balcón es feo, pero cumple su función de balcón. Uno se puede asomar, puede levantar la vista y casi es posible ver el horizonte azul desdoblado entre los edificios y los tubos de las fábricas. Apoya los codos en los ladrillos y se aguanta la mandíbula como si esta fuera muy pesada. Saca el culo hacia afuera y su cuerpo hace un puente. Y a veces, cuando está mucho rato en esa postura, se acerca Estela y se queda justo en sus pies, dentro de la casita que él forma. 

Cuando se cree que no estoy al tanto, rebusca entre los bolsillos de las chaquetas, donde tiene la manía de guardar los cigarrillos, y coge uno con sigilosa exigencia. Va a por las cerillas a la cocina, y cogiendo mucho aire, da la primera calada que es como quitarse la mitad de los problemas. 

Cuando está así también escribe palabras en hojas que ya no le sirven, como las del banco. Luego las encaja, las mete dentro de cajas de diferentes tamaños. Y a veces, las une con líneas. Como si estuviera haciendo la misma hazaña en su cabeza. Casa-Perro-Mañana-Ene. 

Es tierno verle cuando está así. Aunque yo sepa que lo que le ocurre es otro de sus estados transitorios de tristeza mezclada con quién sabe qué otras cosas. Pero no puedo evitar sentir más amor por él. Al principio no comprendía que arrastrara tantas tristezas aparentemente injustificadas. Pero al cabo de un tiempo entendí que la tristeza forma parte de él y la tiene que pasar de vez en cuando. El motivo da más o menos igual. Lo que importa se sentirla. Sentirla como si la sangre la transportara desde la lengua hasta el ombligo. 

A veces, cuando está en ese estado, se queda de pie en la habitación. Y como yo no sé reaccionar ante semejantes situaciones chirriantes, hago lo único que sé hacer bien. Le abrazo por detrás. Para que no pueda decir que no. Para que no tenga que devolverlo, sólo preocuparse de recibirlo. 

Y le abrazo un largo tiempo apoyando mi cabeza sobre su omóplato. Y ahí estamos compartiendo la tristeza como si así fuera menos pesada, dividida en dos partes iguales.