APARTADOS

Mostrando entradas con la etiqueta rutina. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta rutina. Mostrar todas las entradas

jueves, 22 de octubre de 2015

Rutina

Cada día desde hacía un año, Ella había entretejido un pequeño engranaje de rutinas que funcionaba a la perfección. 

Cada mañana se levantaba, se lavaba la cara. Escuchaba el mismo disco triste de José González mientras desayunaba Corn Flakes con Cola-Cao, y al rato se acicalaba para salir al trabajo. Siempre vaqueros y zapatillas, siempre bolso negro o bolso azul alternados perfectamente: un día uno y otro el otro.

Caminaba durante diez minutos hasta la librería-cafetería. Preparaba cafés, sonreía a los clientes, no hablaba demasiado. Parecía que tenía un número determinado de palabras por día y no podía decir ni una más. El único juego que se permitía hacer y que rasgaba la rutina de vez en cuando era aquel en que apuntaba las tres primeras palabras que leía en el primer libro que encontraba. Las anotaba en un post-it. Lengua, amarillo, hojas. 

Después, tenía que decirlas antes de que la jornada laboral se acabara. 

- ¿No se le quema la lengua cuando el café está muy caliente? 

El hombre que recibía la taza de café, la miraba a Ella y luego a la taza con recelo, y sin darse cuenta paseaba de saliva su lengua y cogía la taza con cuidado. Después sonreía sin demasiadas ganas y se iba a un rincón cualquiera a beber el café teniendo sumo cuidado con que no se fuera a quemar. 

Sólo porque ella jugaba a que tenía que decir "lengua". 

Al acabar la jornada, bajaba la persiana los días que le tocaba cerrar, o salía tranquilamente los días que no, y se marchaba hacia casa. Siempre hacía el mismo camino aunque había varios. Por la plazuela y el colegio, por el paseo de árboles, por las callejuelas del lado Oeste. 

Llegaba a casa, previo paso por la pastelería. Comía su trozo de tarta y un té, leía un libro. Tenía una columna de libros dispuesta en la mesita de su habitación y los iba devorando uno tras otro. A medida que acababa uno, lo dejaba en la estantería de la pared y recogía el siguiente de la mesilla. 

Veía un rato la tele. Y a dormir. 
Todos los días era así. Todos los días ocurría lo mismo, hacía lo mismo. 

Todos los días desde que decidió que la muerte de Él la había matado a ella también. 
La rutina es una muerte chiquitita y placentera que va absorbiendo a las personas hasta que las atrae y cuando lo hace, las retiene como si de una tela de araña del tiempo se tratase, y los individuos quedan absortos en la pequeña cuadrícula de la rutina que barre el tiempo hacia debajo de la alfombra de la vida. 


Y un día, todo estalla en motas de polvo.