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viernes, 4 de septiembre de 2015

Ventanas

-¿Si?
- Ei, estoy solo. ¿Vente, no?
- ¿Ya me echas de menos?
- No me hagas decírtelo

Garance Doré
Colgué el teléfono y me senté a escuchar un par de canciones. Me acabé el café que me había preparado. Último trago. Me levanté de la silla del escritorio y bajé el estor. Me quité la camisola del pijama y ahí me quedé, desnuda mirándome en el espejo de perfil. Un rato. Meter barriga, sacarla. Ladear la cabeza, de un lado. De otro lado. 

Me puse una de las bragas negras que menos espacio ocupaba en el cajón. Vestido corto, y nada más. ¿Para qué? Si me lo iba a quitar en media hora. Las sandalias de caminar y el bolso de tela. Me dejé el pelo suelto y pasé de ponerme pendientes o collares. "Economiza, economiza".

Un poco de desodorante y lista. De verdad, con menos esfuerzo aún, hubiera sido igual de atractiva. La atracción que una ejerce se nota en la cara del otro cuando te mira a la cara y luego va bajando y sus manos se independizan y buscan donde tocar, donde acariciar o donde estrujar. Y la mirada sigue subiendo y bajando, y entonces la respiración alza un poco el vuelo. Y ahí, justo ahí, empieza todo. 

Lo he visto cientos de veces. Lo hemos hecho cientos de veces. 

Salí a la calle con los auriculares y los Vaccines. Hacía viento. Mierda, no contaba con eso. Viaje incómodo recordándole a la falda que aún no habíamos llegado a la cama libertad, bajándola en cada vuelta de esquina donde se arremolinaban hojas en el aire y mi vestido se quería ir con ellas. 

Llamé al timbre. Me abrió sin contestar y entré al portal. Ascensor. Última vista rápida en el espejo del ascensor. Siete, ocho, y nueve. Salí. Su puerta ya estaba abierta. Entré en la casa y él estaba de pie esperando a todo eso que llevaba imaginando media tarde. 

Nos besamos sin hablar. El baile de sus manos comenzó y yo me dejé llevar hasta la habitación, la cama. Última vista a través de la ventana hacia un montón de edificios con ventanas como ésta que no estaban de fiesta, como nosotros.