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viernes, 20 de noviembre de 2015

De todas las tetas que hay en Internet y yo sólo quiero las tuyas para tocármela

Ella sonrió, por hacer algo, y cerró la puerta del coche. Iba hacia su casa pero decidió dejar su portal de lado y seguir caminando hacia delante. Sin rumbo fijo. Solo caminar para pensar. Como cuando lo hacía con otras personas, sólo por charlar. Caminar engrasa los engranajes del pensamiento y todo funciona mejor si el cuerpo produce movimiento y calor mientras el cerebro va a la suya.

Caminaba cada vez más lento, arrastrando los pies por las aceras llenas de hojas marrones. El viento hacia llorar a los árboles de otoño y se quedaban desnudos dejando un manto de hojas secas a los paseantes que, como ella, decidían deleitarse con el paisaje urbano. 

Le venían a la cabeza recuerdos de su infancia. Cuando era feliz jugando con las muñecas y hablando con todos los niños y las niñas de las plazas. 

Después paseaba mentalmente por épocas en las que pensaba que debía profundizar más. ¿Dónde se produjo el 'crack'? ¿En qué momento cambió las ganas de vivir el mundo por las de entenderlo? Piensa que quizá fue a los diecimuchos. Quizás más tarde. 

Se acuerda de los años en los que no se quería. En los que el espejo era su enemigo. En momentos en los que creía que tenía un ángel de la guarda. 

Y, alejándose sin querer de la edad menos buena que vivió, volvía a acordarse de muevo de Andrea, su amiga invisible. Y se acariciaba el pelo mientras caminaba y pensaba en Andrea, y se le acababan las calles para caminar y las hojas que pisar. 

Y empezaba a hacer frío y subirse el cuello del jersey no mejoraba demasiado la situación. Entonces pensaba en él y en las cosas raras que le decía.  

Giró sobre su eje y deshizo, paso por paso pero el contrario, el camino recorrido. Se acordó del poema de su poeta favorito. Y siguió caminando con la cabeza contando hojas que aún no habían sido chafadas por nadie. Las manos en el bolsillo de la trenca. 

Y qué tendrán mis tetas... se decía.

Y llegó al portal de su casa. Abrió lentamente, respiró el calor que le daba la bienvenida y subía a pie los seis pisos que había hasta su casa.

jueves, 27 de agosto de 2015

I digue'm, quin va ser el teu primer record?

Cuando llegué al patio Paula Llaves ya estaba allí. Había otro chico, Nico. Estaban arrodillados en el suelo, mirando algo. Me acerqué a duras penas, corriendo como podía tropezando con las piedrecitas, pero sin caerme al fin y al cabo. 

- Hola
+ Hola Carla, mira, mira Carla. Mira lo que tenemos. 
_¡Carla! ¡es un caracol!
- ¿Un caacol?
+ Sí! Y mira, mira como se mueve. Está pegajoso, tócalo Carla

Nico me cogió el dedo y lo arrastró hasta el viscoso cuerpo del caracol. Lo aparté rápidamente. Luego lo volví a acercar, yo sola,  y lo toqué un rato más. 

+ Lo voy a chafar

Los tres nos levantamos sin decir nada. Y, de repente, Nico lo chafó. La casa-concha se hizo pedazos. Había algunos por el suelo, pero la gran mayoría se habían quedado pegados en la babosa del caracol. 

Paula Llaves pisó otro, así sin avisar. Aún estábamos boquiabiertos mirando el primer caracol. Nuestros piececitos no tenían mucha fuerza. Pero la suficiente. 

Había un par de caracoles más, justo debajo de la planta. Pisé el tercero. La pisada sonó viscosa y débil, como el pequeño chasquido de una rama al partirse. Nico acabó por pisar el último caracol.







Y ese es uno de los primeros recuerdos que tengo. No sé si tengo algo más hacia atrás. Ni cuál es el segundo recuerdo, por orden cronológico, que guardo. 

Pero sea por lo que sea, una de las primeras cosas que enseño a los niños cuando entramos en clase es donde viven los animales como los caracoles. Y cuanto de importante es su cáscara. Todos asienten con la boca abierta. La misma que hubiera puesto yo, de haberlo sabido.