- Te comportas como una niña
Cualquiera que me diga que me comporto como una niña solo estará reafirmando la evidencia más transparente y real que jamás podrá haber: soy una niña.
Por lo general me da miedo encender la luz del pasillo porque he de recorrer la mitad de éste en la penumbra para llegar al interruptor. Lo sé, tiene poco sentido. Pero es así. A veces no vale la pena preguntarse por qué. La cuestión es que me da miedo la oscuridad. Pienso en monstruos o en personas que esperan en la penumbra para cogerme de un brazo y, con fuerza, arrastrarme a esa profunda oscuridad que no acaba ni al otro lado de la puerta de entrada. Qué miedo tan terrible paso.
Me enfado cuando no gano. Pero mucho. A veces hasta me coge una rabieta en medio de la calle y pataleo y chillo y me estiro la falda como si eso fuera a solucionar alguna cosa.
Me gusta comer piruletas y chupar caramelos tanto antes como después de comer. Y cuando nadie me ve, me asomo al balcón de puntillas y muevo la lengua con la boca cerrada hasta que tengo la suficiente saliva como para prepararla entre mis labios y dejarla caer suavemente desde mi tercer piso. Veo el hilo de babas y después lo sigo con la mirada hasta que cae. Si alguna vez le cae a alguien, me agacho corriendo, y riéndome, apoyo la espalda en la barandilla y miro los ladrillos del balcón escondiendo mi cara.
También me pongo música y bailo cuando estoy sola. A veces me pongo una bonita falda con vuelo. Otras lo hago desnuda. Después me doy baños y juego con un par de patitos de goma que hago nadar entre la espuma, mi pelo, mis labios cerrados y luego chocar contra mis rodillas de rocas.
Cuando es Navidad voy cada tarde a una juguetería en el centro para ver las casas de muñecas e imaginar las vidas de sus protagonistas. Y paso horas así, hasta que se van apagando las luces fuera y dentro de la tienda, y entonces vuelvo a casa. Y escribo la carta a los reyes pidiendo una casa como esas, con sus muñecos dentro, o si eso no puede ser, la vida que yo imagino que tienen esos muñecos- Pero para mí.
También a veces cojo el maquillaje de mi madre y me pinto los ojos de colores. Y los labios. Después me miro en el espejo y me quedo así, mirándome mucho rato e imaginándome como seré de mayor.
Cuando me aburro tiendo una toalla en la entrada de mi casa, me llevo un libro y finjo que soy una chica bonita leyendo en una playa desierta y calurosa, de aguas cristalinas y rayos de sol puros que no hacen daño.
También como algodón de azúcar y después no me lavo los dientes. Y lloro. No mucho, pero lloro. Cuando las cosas no salen como yo quiero también. Y no acepto las derrotas ni los "no". El labio inferior busca el superior y le abraza y las lágrimas empiezan a rodar por mis mejillas y entonces he de meter la cabeza entre los brazos y apoyarme en la mesa o en el suelo.
Me encanta jugar a las canicas, ver como chocan entre ellas y ponerlas todas juntas en un bote para mirar a través de él. Cuando me siento melancólica, espero al atardecer y subo a lo más alto de mi edificio para mirar hacia el sol aunque sea peligroso y hacer pompas de jabón. Miro todos los colores que se forman y me invento nombres para ellos.
- Pues claro. Es lo que soy.
Así que dime. Yo era y soy una niña. Me comporto, pues, como ella. ¿Y tú? ¿Quién ha cambiado de los dos entonces?