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viernes, 2 de octubre de 2015

Sudokus con letras

La diferencia entre vete y vente, sólo es una letra.

Pero no hay sólo una letra que nos separe. Son algunas más: a eme o erre. O de i o.

Amor u odio. Las dos juntas se personifican en tí.

Y yo las recibo. Como las flechas de un arco destensado. Llegan sin fuerza. Pero llegan.



Y me muerdo las uñas como si mordiera pequeños pedacitos de confianza y empiezo a pensar qué ocultas. Qué se te pasa por la cabeza. Por qué me te olvidas de la letra ene. Por qué no te acuerdas de regalarme las letras de te quiero. 

Y miro las paredes y me subo por ellas. Imaginando como tú haces el pino sin mi ayuda. Y miras al mar sin necesitarme. Y te pintas una sonrisa bien fresquita cada día, que no sabe a eme ni a ì, ni a á. 

Después me tomo una cerveza. Y otra, al poco rato. Y al final, la tercera. Y sin dejar de besar el cuello de las botellas, imaginando que es el tuyo, abofeteo a mi amor propio y te envío una señal. No un mensaje ni un grito. Una señal mental. Que entra a través de las arrugas de tu frente, que se forman cuando haces sudokus. 

Y llega a tus retinas pero por dentro. Por eso la recibes al revés: No te necesito. No te quiero así. 

Te quiero justo al contrario.

martes, 9 de junio de 2015

Oro parece palabras no es

La gente está cada vez más gorda en Ciudad Plátano. Se cree que es debido a los productos vegetales que ahora se venden en los súper-mercados, tratados con demasiados productos externos y desnaturizados hasta el punto de que una cebolla puede ser rosa azul o verde, en función del color que más te haga tilín.

Quien sabe. Puede ser porque nadie camina. Antes hubo una época en que la gente cuando necesitaba reflexionar salía a pasear. Caminaba sin rumbo hasta acabarse la ciudad y luego volvía con las ideas más claras y calorías de menos. También era típico salir a pasear con las personas. Yo recuerdo de salir a pasear con buenos amigos. Solo por el mero placer de la conversación sin mirarse a los ojos. Caminar mirando hacia delante. O hacia arriba incluso. Como si las respuestas fueran a caer y hubiera que empomarlas.

Nada de eso ocurría ya. Todo el mundo tenía una gran barriga. Daba igual la edad, el sexo, la profesión o la escala social. La gente estaba aturdida. ¿Por qué parecían todos embarazados?
Chamorro Ortiz

En un intento deliberado de conocer otra versión de la realidad acudí a un viejo médico chino que vivía en un piso del centro. Fui porque me dijeron que si le dibujaba una casa me diría el día en que me iba a morir. Y si además le presentaba algunos títulos de libros inventados me explicaría más cosas sobre el futuro.

No le quise hacer el dibujo porque me gustaba la sensación de no saber. Pero sí le pregunté qué pensaba que le pasaba a nuestra gente. Y él, muy tranquilo y sabio, me dijo que el gran problema de todo el mundo en nuestra sociedad era que se callaban más de la mitad de las palabras que querían decir o expresar. Y eso les provocaba un atragantamiento en el estómago que solo era posible mantener ampliando el habitáculo estomacal.

Cuando salí de allá y quedé contigo lo primero que hice fue pegar la oreja en tu abdomen y abrazarte la cintura. ¿Decías?