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miércoles, 25 de noviembre de 2015

La noche deconstruida

Es la una. 
Hora de pensar. 

Cuando sean las dos, 
intentaré irme a dormir. 

Porque a las tres empieza un sueño, 
que no me quiero perder. 

Seguramente tú sales en él. 
Qué novedad, ¿verdad? 

Pero a las seis, 
tengo previsto largarme. 
(a otro sueño)

Coger un tren, 
dar la vuelta por el Este.

Aburrirme del traqueteo, 
borrarte de mi cerebro.

Y escribirme una carta. 
Una carta larga. 

A las ocho más o menos, 
saldré del sueño de las tres. 

Me levantaré y me miraré,
en el menudo espejo que guardo. 
Para verme cuando no hablo. 

(A las 9 de la mañana, 
porque hay sol y el aire para).

Me gustan mis ojos,
parecen sinceros conmigo.

Siempre sé lo que me digo. 
Cuando digo que sales en mi sueño.
Que no me quieres nada. 
Que no te subirás al mismo tren.
Que este poema no tiene fin.

Porque a las diez de la mañana,
estaré pensando en el pijama.

Siempre pienso qué me llevo a la cama,
para que tú me veas bien guapa. 

Qué otra cosa podría ofrecer
una somnolienta momia de sueños
como esta mujer. 

¿El amor más grande del mundo?,
¿el pensamiento más largo?,
¿el sueño intenso de saberse jugador con ventaja en una realidad que siempre se podrá arreglar al final?.

Lo que más me gusta de mis sueños,
es que nunca muero.
Pero tú. Tú ....



El catalán suena como el susurro de alguien que te quiere mucho y no sabe decírtelo.
Bona nit, 
estimada.




domingo, 19 de julio de 2015

Uhu

LO-CA,
así es como estás.

Eso fue lo que me dijo mientras yo le sostenía la mirada.

Sonreí.

Me producía cierto placer que la gente considerara mis estados transitorios de locura como algo negativo. Una lunática como yo nunca vería los desvaríos del otro como algo malo. Al contrario. La fiesta de la locura está infravalorada.

Me deshice la coleta y me la volví a hacer para ganar tiempo. ¿Qué contestar ante tan abrumadora afirmación (contra mi)?
Mi sonrisa se fue desdibujando y bajé la mirada hasta las piedritas del suelo. Sin decir nada me agaché a coger una. Y comencé a darle vueltas entre mis dedos mientras él seguía ahí. Como si esperara una contestación y el tiempo se hubiera detenido y todo girara entre sus dedos como la piedra giraba en los míos.

"Es cierto. Estoy loca".

Se quedó mirándome mientras yo hablaba sin mirarle, jugando con las manos a cambiar la piedra de palma.

Estoy muy loca. Siempre lo he estado. Mi madre lo supo cuando yo era bien pequeña y me inventaba historias tan ficcionadamente realistas que me las acababa creyendo. Y cuando volvía del cole y comía la merienda de camino a casa no sabía si contar a mi abuela que habíamos hecho unas manualidades en clase de plástica o que un tirano había conquistado la Luna y algunos amigos y yo habíamos ido a luchar para que nos devolviera al Satélite.
Mis padres nunca me dijeron nada. 

Aceptaban que yo iba por otros caminos menos convencionales. Que hacía y deshacía y que mi mente funcionaba a través de un caos que, sorprendentemente, funcionaba. Las cosas me iban bastante bien.

Pero luego llegó él y me dijo que estaba loca. Y lo dijo así tan despectivamente que yo sonreía por fuera y lloraba por dentro. Con esa sonrisa enferma que sólo las locas acompañamos de miradas eternas.

- Al menos lo reconoces, voy a intentar ayudarte para que dejes de estarlo- osó decirme el infeliz

- Los locos no queremos dejar de estarlo. Aceptamos nuestra condición y la defendemos. Por eso somos locos y no cuerdos.

Le di la piedrecita que aún sostenía en mis manos y me di la vuelta. Una lágrima revoltosa caía por mi mejilla pero hice mucha fuerza y conseguí que la gotita volviera hacia arriba, directa al lagrimal del mi ojo derecho.

Evitamos lo inevitable.