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martes, 23 de agosto de 2016

Horacio

Mientras alguien busca a la Maga, 

yo encuentro a Horacio.

En cada puta esquina de mis pensamientos aparece él. Con su chaqueta y su barba de tres o siete días, con la cabeza ligeramente agachada. Va fumando un cigarro de liar, y a menudo todo lo que piensa mientras le espío desde la mente, cobra sentido y le quiero abrazar, de pena. 

Y llorar con él porque la vida se ha acabado, o se va a acabar, o qué se yo. Y después reír de la ironía que supone vernos, una vez más, mente con mente, ojos con ojos, de cara al mismo peligro que siempre nos ha dado la única oportunidad que nosotros no quisimos darnos.

Y suena Duke Ellington, como en el libro. Pero no nos damos cuenta, porque nosotros solo vestimos el momento de música cuando lo recordamos. Y sin mediar muchas palabras, me levanto de la silla de mirarle y le hago salir de mi cabeza. De una manera tan sutil que ni siquiera él mismo se da cuenta de que ya le he vuelto a apartar de mi mente. Porque lo deja todo pasado a humo y jazz triste. 

Después leo un poco a Baudelaire para conciliar el sueño, pero lo único que acabo conciliando son palabras y sensaciones. Una trompeta me indica la hora de dormir, pero me niego a aceptar que el día ya ha acabado y las palabras siguen apareciendo en este papel como si alguien las hubiera invitado a la fiesta. 

Horacio desaparece partiendo la línea del horizonte en dos mitades. La de la vida real, en la que debería estar viviendo, y la fragmentada, que sólo existe en su mente y la mía. El sueño es igual de doloroso en ambas. 

Pero la vida, Ai, la vida. 

jueves, 14 de enero de 2016

Utopías•Asutipo

En mi mundo ideal uno no "consigue" un trabajo. No lo encuentra. Es el trabajo el que encuentra a uno. Todos servimos para algo que hacemos realmente muy bien. Mejor que nadie. 

A partir de esta reveladora aunque ancestral premisa, el primer paso es descubrir qué es eso que se nos da realmente bien. Sin dejar de aprender o de intentar. Sólo centrándose en el camino que lleva a cada uno por diferentes senderos. Sin prisa, sin detenimiento. 

Los colegios no existen como tal. Existe la meditación, el compartir en grupo, la independencia prematura y las personas-guia. El Dalai Lama dijo una vez que si enseñáramos a meditar a una generación mundial de niños de 8 años erradicaríamos la violencia en tan sólo un año. 

No existe el trabajo obligatorio, existe el sentirse necesario para la comunidad. ¿Comunidad? Pueblo, país, compañeros y compañeras. Quien sabe el vínculo que se crearía o donde descansarían las líneas que servirían para defender diferencias y compartir similitudes entre naciones, familias... 

Las parejas ya no serían parejas. Las familias se formarían por una dos o tres o cuatro e incluso cinco individuos vinculados a un casamiento. Heteros, homosexuales, qué más da. Ya no hay nombres malditos. Sólo rostros.

Personas que se aman. 

Viajar sería gratuito para todo el mundo, en aras de borrar las fronteras y construir los vínculos afectivos entre almas de todas las formas y culturas. 

La galaxia estaría abrazada por miles de satélites que enviarían continuamente mensajes de amor, paz y respeto al resto de galaxias y al universo entero. Que si bien se desconoce, nadie puede evitar sentirlo.




Texto extraído de "La noche en que María descansó sobre un alambre pendido en el cielo y enganchado a dos altos edificios"

miércoles, 9 de diciembre de 2015

t r e n e s

Me desperté sudando.

Recordaba el sueño escena a escena.
Como quien recuerda la primera vez que no le correspondieron un "te quiero".


Un tren viajaba paralelo a la carretera, en dirección al Oeste.
Yo corría a su lado. Pero lejos.

Por el camino iba dejando caras,
estúpidas que se han cruzado en mi camino,
relamidos que ni siquiera importan.

Ropa,
recuerdos,
todo.

Todo se iba quedando atrás,
lo iba sacando de mí.

Me quité la ropa.
Y me quedé en bragas.

Sentía las piernas fuertes,
no me cansaba.

Pero el tren aceleraba,
y aceleraba.

Yo lo intentaba pero era imposible.
Cada vez me dejaba más atrás.

Yo acababa de dejar un recuerdo,
cuando me dijeron que escribía ritmo.

Pero ni aún así viajaba lo suficiente ligera.


Hasta que empecé a correr detrás del tren.
No a su lado.

Intentaba no parar, a pesar de todo.
Pero ¿qué sentido tenía?

Ni Galeano consiguió convencerme.

Miraba atrás y me daba miedo
recoger lo que ya no me pertenecía.

Miraba adelante y lloraba
al pensar que nunca lo lograría.

Y desperté.
Las manos sudando,
como esperando un te quiero que nunca llegará.

La Isla Bonita (2015)

miércoles, 25 de noviembre de 2015

La noche deconstruida

Es la una. 
Hora de pensar. 

Cuando sean las dos, 
intentaré irme a dormir. 

Porque a las tres empieza un sueño, 
que no me quiero perder. 

Seguramente tú sales en él. 
Qué novedad, ¿verdad? 

Pero a las seis, 
tengo previsto largarme. 
(a otro sueño)

Coger un tren, 
dar la vuelta por el Este.

Aburrirme del traqueteo, 
borrarte de mi cerebro.

Y escribirme una carta. 
Una carta larga. 

A las ocho más o menos, 
saldré del sueño de las tres. 

Me levantaré y me miraré,
en el menudo espejo que guardo. 
Para verme cuando no hablo. 

(A las 9 de la mañana, 
porque hay sol y el aire para).

Me gustan mis ojos,
parecen sinceros conmigo.

Siempre sé lo que me digo. 
Cuando digo que sales en mi sueño.
Que no me quieres nada. 
Que no te subirás al mismo tren.
Que este poema no tiene fin.

Porque a las diez de la mañana,
estaré pensando en el pijama.

Siempre pienso qué me llevo a la cama,
para que tú me veas bien guapa. 

Qué otra cosa podría ofrecer
una somnolienta momia de sueños
como esta mujer. 

¿El amor más grande del mundo?,
¿el pensamiento más largo?,
¿el sueño intenso de saberse jugador con ventaja en una realidad que siempre se podrá arreglar al final?.

Lo que más me gusta de mis sueños,
es que nunca muero.
Pero tú. Tú ....



El catalán suena como el susurro de alguien que te quiere mucho y no sabe decírtelo.
Bona nit, 
estimada.




martes, 24 de noviembre de 2015

Piernas para qué os quiero si tengo alas para volar

Lola recitaba los versos riéndose del mundo mientras yo bebía cerveza para que me calentara el malestar. Le conté que tenía miedo de irme a dormir. 

- Es por las pesadillas, ¿sabes? Me levanto con sudor y temblores.

Ella me dijo que por una noche, podía dormir en su cama. No lo entendí bien, qué gilipollas. No se refería a nada sexual. Sólo me invitaba al calor de su cuerpo contra el mío en una noche de pesadillas y pocos grados. Aceras húmedas, suelos helados.

Quería. pero no sabía como aceptar la oferta. 

- ¿Lo dices en serio?- Asintió.

Sus preciosos ojos negros eran inconfundibles. Mirar esa negrura era intentar navegar en un mar de dudas. Le sonreí y le mandé un gracias mental. Seguro que le llegó. 

Nos acabamos esa cerveza y dos más. Cuando nos mataba el sueño y el nerviosismo tonto se había ido, le abrí la puerta de su habitación y ella entró. Miró la cama y luego me miró a mi. Luchaba por no empalmarme y echarlo todo a perder. 

Me dijo que me acostara yo dentro porque ella se levantaría antes. Así lo hice.

Se cambió la camiseta de espaldas a mí. Tenía una espalda muy fuerte. Era una chica muy fuerte. Se puso la camiseta de entrenar, la más fina que tenía, y se tendió junto a mí. Me dio un beso en la frente. Me dijo que descansara, que en su cama no habían pesadillas. 

Tristemente, me lo creí. Necesitaba todo aquello como si fuera un niño de cuatro años. No me había empalmado. Estaba un poco extraño, pero era por el calor de una mujer a mi lado después de tantos meses sin rozar la piel suave de nadie. 

Lola me preguntó si apagaba la luz. Le dije que claro. Yo me quedé tendido hacia arriba y ella, sin ningún tipo de apuro, me abrazó el pecho y apoyó su cara muy cerca de mi oreja. 

Respiré hondo muy lentamente. Buenas noches. Me dijo. Le contesté que muchas gracias. Solamente suspiró. Acaricié su brazo y al momento yo también confundía la oscuridad de la habitación con la de mis sueños, y parecían los ojos de Lola. 




martes, 17 de noviembre de 2015

EL NOTICIERO

Un día, en un país muy lejano, una persona que se sentía mucho (se sentía, sí, de sentir-se), decidió darle sentido a su existencia y de paso a la de muchos otros creando un canal alternativo de noticias. Algunos pensarán si esta podría ser la razón de la existencia para alguien, pero, ¿de verdad? Cualquier cosa da razones para vivir a la gente, hasta la ropa lo hace. ¿Por qué no iba a hacerlo un canal de noticias? ¿Y si, además, las noticias son realmente reales? ¿Existe la realidad? Por supuesto que no. Pero existimos nosotros, los simples mortales. Y nuestros actos tienen consecuencias. Y estas consecuencias producen otros que a su vez provocan de nuevo otras consecuencias. ¿Se... entiende?


Alguien tiene que contarlas. De la manera que sea. Cuantas más maneras haya, mejor. Pero este Canal de Noticias lo hacía de una manera especial. 

Ayer o un día de estos, emitieron el Noticiero. No siguen reglas de tiempo como horas, o días o semanas o meses. Hablan de Sueños.  "Hace sueños que ocurrió"-¿cuántos?-"No sé, Sueños".-Ahá.

Y las noticias se transformaron al momento en pequeñas notitas de papel cuadriculado rasgado de las últimas hojas de las libretas menos utilizadas en el colegio. Fueron traspasadas mano a mano, dentro de bolis o de puños cerrados, o lanzadas por el aire. Bajo las mesas, mano a mano, sin parar. Mano a mano. Mano a mano. Con este ritmo. Mano a mano, mano a mano, mano a mano. Como los latidos de un corazón que bombea porque no sabe detenerse. 

Las noticias llegaron finalmente a su destino. 

Un ser extraño, que sería una mujer pero a muchos les da asco decirlo, (pero a mi no), con una inteligencia desbordante, un sentimiento de la esperanza tan grande como su coño,  el cual le hacía gozar como nunca lo hubiera podido imaginar ni la mejor amante, y unas manos muy delicadas, recogió todas las notitas. Y las abrió. Se las metió en la boca. Y las guardó en la garganta. Y ahora las grita. No sé cuantos Sueños después. Las grita y suenan en los canales de Venecia, en el mar sin olas y en tu puta cabeza. Y yo las traigo aquí: 

"En el Sueño de hoy, la Niña que nunca sacaba dieces. Una niña, de aspecto normal, vida normal, colegio normal, ropa normal. Nunca ha sacado un diez. Todo el mundo está esperando que lo haga para poderle recordar cuando lo consiga que nunca antes lo había hecho. Pero ella nunca lo hace, nunca saca un diez. Ni un nueve. Ni un ocho. Y tiene una vida rodeada de muñecas y carritos que pasea por el jardín. Tiene bolis de todos los colores y las libretas más blancas. Estudia. Pero nunca saca dieces. Nunca saca más de un seis. Haga lo que haga, siempre un seis. Siempre mediocre. Siempre os recuerda lo mediocres que sois.

En el Sueño de ayer, una mujer ha decidido estudiar Historia. La palabra más bonita no por lo que significa. Sino por la Hache gigante y amurallada que tiene al principio. Mírenla: H . ¿Acaso no es la más linda del abecedario? La puta hache de Historia. Y la mujer va a estudiar historia. Porque se le antoja que no entenderá de otra manera el mundo que le rodea. ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué ha ocurrido? No para de preguntarse. Pero le va a resultar difícil contar los Sueños que han pasado si no lo hace a través de las vidas que han ido sirviendo como leña al fuego que nos da la vida. 

En el Sueño de cuando tú quieras, un susurro en la brisa marina nos revela que la distancia es proporcional al grado de odio entre los seres inoumanos. El entendimiento y el amor se rompe con las tijeras de la distancia. Se cortan los recuerdos y los lazos se deshacen y los conocidos se convierten en desconocidos. Las noticias se encallan en las escolleras del tiempo. Las manos no se entienden. Se huele la diferencia. Aparece el odio. "

Y tú me la has vuelto a hacer. Eso lo dice el sueño de última hora. Me voy a dormir entre comillas. 
DeNada.

viernes, 21 de agosto de 2015

Esclat de paraules no dites

Esta noche ha sido extraña.

Todas lo son, desde hace un tiempo a acá. Pero está también.

Arthur Hent 
Me acosté con una sensación extraña en la boca, venía de debajo de la lengua. Era algo así como arrepentimiento, o se le parecía. De haber, o no haber hecho algo. Me lavé los dientes, pero el cepillo no llegaba a los rincones más oscuros, así que no pude vomitar esta maldita sensación como sí lo hice con la pasta y  grumos sobrantes de mi limpieza nocturna. 

Estuve dando vueltas en la cama, apreciando cada uno de los momentos que no había vivido durante el día, pero que de alguna manera había sentido, justo antes de taparme con la sábana rasposa de tanto lavarla para que se vayan las pesadillas. 

Seguía dando vueltas. 

No había oscuridad, así que no era miedo.
Corría el aire lentamente, pero corría, como cansado. Así que tampoco era calor.
Nadie amenazaba a la noche obligándola a nada gritando ahí bajo en la calle. Tampoco era el silencio.

¿Y qué era? 

Pero no, no dormía.

Las piernas me molestaban solo para recordarme que existían y mientras me acordaba de noches pasadas y de almohadas que ahogaban gritos de dolor, y me relajaba; he sentido la punzada. Justo en el centro de la planta del pie. Mierda. 

He buscado algo punzante entre la penumbra para poder rascarme el pie. La pared rugosa no servía, mi pie tiene un puente demasiado prominente. 

He encontrado mi collar de la raspa de pescado. Y con la cola, me he rascado todo el pie hasta que me he cansado de rascar y el placer empezaba a convertirse en algo casi molesto. Ningún placer dura más de dos minutos. 

Antes de empezar a cerrar los ojos me he acordado de algunas cosas. No eran buenas ni malas, solo cosas. Y de tí. Solo tú, nada bueno ni malo.

Sabía que me dormía cuando las rodillas se molestaban la una a la otra y la pared fresquita cerca de la cara me resguardaba de todo tipo de bestias y monstruos nocturnos.

Hasta el sueño. 



Y después el despertar. De tanta luz y de tanto existir (tú) o (yo).