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domingo, 28 de febrero de 2021

Una Sorpresa Agradable

La vida de Adéle


Miénteme, 
Dime que no te vas a olvidar de mi, 
que no pararás de intentar conseguir 
una noche más conmigo.

Cada vez una noche más, 
una noche más, 
una última noche. 
Cada día. 

Que no olvidarás la primera, 
la primera vez 
que metiste la nariz en mi escote. 
la primera vez 
que viste mi cara debajo de ti. 

Que recordarás siempre,  
la última palabra antes del primer beso 
Y la calle que nos vio darnos
el último. 

Miénteme 
Da igual si lo haces bien o mal 
Tú solo miénteme.
Sabes lo que me gusta oírte mentir. 

No necesito más.
Sólo un par de mentiras. 
Un buen libro. 
Y una distancia prudencial, 
como de 12.008 kilómetros.

Ni más ni menos. 
El tamaño de un ego.
El tamaño del miedo. 
Tú sólo miénteme.

Cada vez una noche más, 
una noche más, 
una última noche. 
Cada día. 

domingo, 3 de junio de 2018

Imagino que te quiero

Imagino que te quiero.
Lo imagino porque ya no lo siento.
Pero me da la sensación de que, como en todo, la inercia también funciona con el corazón.

La inercia no sabe de oscuridad.
No sabe de hacer el mal.
No sabe de dolor.

La inercia, como Él dijo un día, en una analogía de ciclismo, es la fuerza con la que te empuja el pelotón hacia un destino que, la mayoría de veces, desconoces.

Pero yo nunca fui del pelotón.

Yo iba la primera,
en la carrera de quererte.
Yo te amaba más que a mí misma,
más que al cielo,
más que al mar.

Te amaba todos los días de mi vida.

Hasta que un día
alguien me adelantó,
como en cualquier carrera.

Pero fuiste tú.

Te quisiste más a ti mismo
de lo que yo te hubiera podido querer.

Me hiciste tanto daño que caí
en la primera curva.

Hasta nunca.
Hasta siempre.

Me recuperé.
Pero ya no me movía el amor.
Tú reinabas en tu oscuridad.

Te quiero por inercia,
no porque quiera.

Te quiero porque no sé que otra cosa podría hacer contigo.
Con tu oscuridad.
Con tu egoismo.
Con tu dolor.

Te quiero. Pero lejos.
Llega el pelotón.

Acaba la carrera.

p o l i g a m i a

(música)

- ¡Oh! mi canción favorita
- Todas son tus canciones favoritas
- Esta es la de hoy. Mañana no sé quién seré. De ayer no me acuerdo.
- ¿La de hoy?
- La María de hoy.
- Ya me he dado cuenta. Pero es que hay tantas...
- Eres poligámico. No te quejes.



lunes, 2 de abril de 2018

Ya no sé qué hacer contigo

Te lo repito,
y será la última.

Deja de quererme de una puta vez.
Porque cuanto más me quieres,
menos lo entiendo.

Y cuánto más amor (te)
tengo,
menos sé qué hacer con él.

¿Qué se hace con el amor que sobra?
¿Acaso es posible que pueda sobrar algo tan bello e inexplicable
como este implacable sentimiento?

El amor no va impedir la muerte,
pero sin duda encontrará la manera de abrazarla.

Así pues,
ya sé qué hacer con el amor por ti que me sobra.
Me estoy haciendo una nave
a la eternidad.

lunes, 27 de noviembre de 2017

La puerta de entrada

Recordé amargamente aquella noche en la que su maldito magnetismo nos dejó a todos al borde de un pozo oscuro y frío al que, mucho de nosotros, caímos para siempre. 

Yo en aquél tiempo tenía pensamientos-cortina, esa especie de razonamientos sobre cualquier cosa banal que una persona deja caer sobre su mente para ocultar sus verdaderos pensamientos vitales, los que hacen a uno llorar como un niño desconsolado, o introducirse en el cosmos en expansión del que es imposible salir. 

Pero ella, que por lo demás no era consciente de su poder, siempre apartaba la cortina con la mayor naturalidad y se preguntaba por qué tenía tantos pensamientos amontonados ahí detrás, llenos de polvo y misterio, y no comenzaba a ordenar todo aquel desastre intelectual. 

Aquella noche habíamos preparado una fiesta en casa. Una fiesta con ponche, pinchos de tortilla, cerveza fría, panecillos con distintas salsas, vozka malo y ríos de mariguana. 

Ella, con su forma habitual, me había apartado la cortina y me lamía algunos pensamientos tan dolorosos que apenas podía sentir nada. 

Fumaba con una gracia inexplicable cigarrillos que no le duraban nada, porque siempre aspiraba y sacaba el humo rápido, sin tragarlo, solamente porque fumar le parecía un acto más de su naturaleza y no estaba interesada en morir de cáncer. 

Pero aquella noche no fue como otras fiestas de esa índole. En algún momento de la velada, tarde, llamaron al timbre y apareció un joven con un jersey de lana dos tallas más grandes y una leve sonrisa. Cuando lo vio aparecer en la sala, ella me dejó y se fue a su encuentro. 

Le miró, se sonrieron, y comenzaron a hablar como si no hubiera nadie más a su lado. De repente ya no estaban en la fiesta. Estaban en una fiesta para dos, ambos situados en una mesa redonda, comiéndose las miradas, absorbiendo los pensamientos del otro, sonriendo como bobalicones que al fin encuentran a otro loco con quien sentirse libres. 

El tiempo fue pasando y mi dolor de cabeza fue en aumento. En algún momento me arrastré hacia la cama y me dejé caer boca bajo sobre el colchón, la cama sin deshacer, la ropa sin quitar. Como muerta. 

No sé cuantas horas pasaron desde que caí dormida y desperté en la negrura de la casa, la fiesta había acabado, yo estaba sola en la cama y a estas horas lo único que se me ocurría que podría salvarme era acurrucarme en su cama y esperar que me abrazara con una de sus piernas y me acariciara el brazo. 

Caminé hasta su puerta, cerrada como siempre. Junto a ella, había otro joven que, aún vestido y con cara de susto, escuchaba al otro lado lo que ocurría en la estancia. Me dio pena y repugnancia a la vez, pero esos pensamientos se esfumaron cuando me di cuenta de que aquél escuchaba la puerta porque no se había atrevido a entrar. 

Ella no estaba sola. El joven se había quedado dentro de su cabeza y ella lo había invitado a su pieza. Ambos gemían, o fue producto de mi imaginación. Con el otro bobalicón al otro lado de la puerta, al lado que yo me encontraba, no pude sentirme menos dichosa y sola. Nos habían cerrado la puerta y ya no había nadie que me abrazara en mi soledad ni corriera mi cortina.

Sentía muchas ganas de llorar. Eché al otro loco diciéndole que si no le daba vergüenza, él desesperado me preguntaba si ella andaba con alguien, ingenuo y tonto. Le dije que si no era obvio. Su estrechez de mente no le permitió preguntarse qué hacía yo también en mitad de la madrugada mendigando algo tras aquella puerta que siempre llevaremos en nuestro corazón. 

Ambos volvimos cabizbajos a nuestras solitarias habitaciones mientras ella estaba en otra dimensión, comenzando un juego del que nunca jamás se zafaría.

viernes, 3 de noviembre de 2017

¿Cuántas vidas tienes?

Solo cuando me hallé totalmente inmersa en ese estado de creación al que llamamos Soledad, comencé a encontrar algunas respuestas. 

A la pregunta de por qué siempre quisimos pero nunca lo llevamos a cabo. A la pregunta de qué clase de conexión teníamos que nos hacía pasar por el quirófano, cambiar de residencia o enamorarnos a la vez, en distintas partes; manteniéndonos siempre fieles a los tiempos. A los tiempos que nunca ponían nuestros caminos bajo el mismo minutero. 

A la consigna de escribirnos siempre, a pesar de las pocas cosas que nos contábamos. De todo lo que  nos mentíamos. Aunque quien sabe, quizá nos mentíamos a nosotros mismos. 

Has sido una sombra en mi camino. La sombra de quien camina hacia el atardecer. Un espacio en negro lánguido y estrecho tras de mi, acariciando el suelo que yo recién pisaba. 

Fuimos amantes, hermanos, madre e hijo, padre e hija, e incluso formamos una maravillosa familia que vivía mirando al mar. 

Me llegó toda esa información, no en forma de imágenes, sino de otra manera mucho más especial. Sin previo aviso, olí una flor y supe que reinaban en el jardín de lo que durante muchos llamamos nuestro hogar. 

En otra ocasión, sentí en la piel el mismo picor que me deshacía en lloros cuando éramos hermanos y, jugando en algún parque del mundo, caía sobre la tierra en medio de nuestro partido de fútbol y tú corrías a soplar el polvo que cubría la herida y me ayudabas a levantarme.

Supe que habías tomado mi leche cuando una noche estrellada la Luna oculta me susurró que en una noche idéntica a aquella habías probado por primera vez el sabor de la vida en mi regazo. 

Escuchando una melodía en aquel pequeño teatro escondido bajo la estación asentí con los ojos húmedos cuando me recordó que tú habías ido a verme a un teatro como ese en mi primer concierto, junto a una banda de niños que rasgaban instrumentos más grandes que ellos mismos.

Esa fue nuestra relación. Esa que no podía entender ahora. Porque precisamente esta vida, no está siendo la nuestra.

domingo, 28 de agosto de 2016

Fósforos

El amor, la salud, el trabajo (que equivale a dinero o a la virtud, o a ambos a la vez), la paz (interior, obviamente), la felicidad, el letargo de la espera terrenal o, sencillamente, una incalculable fe hacia lo que no se ve, ni se oye, pero indudablemente se siente.

Estas son algunas de las cosas que la gente (que lo piensa) espera de esta vida. Los que no lo piensan, alabados sean ellos por su ignorancia bendita, serán lo adecuados para formar el escenario de Los Conscientes. Actores de poca monta que sonreirán o llorarán mientras no se lamentan de nada más que cualquier superficialidad, seguramente obscena.

Mientras tanto, los conscientes se engañarán a sí mismos creyendo que su vida tiene algún sentido porque así se han encargado ellos mismos de dárselo. Los otros conscientes, los perdidos, acabarán seguramente borrachos o escritores (o ambos sucesivos), arrodillados en el muro de las lamentaciones de la vida. Quién sabe si lloran de miedo o ríen sarcásticos ante este juego en el que nadie más que dos o tres ascendidos consiguieron ganar la partida.

Hablo de Jesús, por supuesto. Buda. Pepe Mujica. Pocos más.

Darle sentido o no, no hace menos lúgubre el camino. Pero lo alimenta de emoción y pasiones, dos de los sentimientos que más adeptos tienen cada día.

Y no hablo de los dependientes de las drogas como la felicidad o el victimismo estudiado. Hablo de los que sólo sienten que viven si sienten. Precisamente. Esos locos que esperan y aceptan de buen grado que cualquier mínimo atisbo de crisis (cambio), les resulte como una bofetada de vida.

Extraño, ¿no es cierto Cigarrita? En cualquier caso, se refugien donde se refugien los Conscientes, no quedan libres de la ironía del vacío existencial.

Por mucho amor que uno acepte y regale, o salud que rebose, algún día el peso del tiempo le revelará lo que siempre se encargó de esconder.

La vida tiene el mismo sentido que una caja de cerillas.

martes, 12 de abril de 2016

Esto es una canción

"Te encanta el olor a desdicha,
el síndrome de Tristeza,
y no puedes parar"


Cuando me dijiste que el Karma me lo devolvería y lo pasaría mal ni siquiera eras consciente de la fuerza de aquellas palabras y de que, por alguna razón que quiero desconocer, se cumpliría tu deseo.

No sé por qué dudé en algún momento. A ti te sale siempre como quieres, eres de ese tipo de personas. Este caso no iba a ser una excepción. 

Las cosas me fueron como esperabas. O quizás no, porque tampoco lo sabrás nunca con exactitud. Es mejor así. Guardar la mierda debajo de la alfombra. 

Y aquí estoy. Sigo viva, ya ves. Nos rompen las promesas y los sueños, nos decepcionan, nos convertimos en sombras de lo que íbamos a ser, y sin embargo seguimos vivos. Así somos. 

Las relaciones son un columpio sube-y-baja. Es difícil encontrar el equilibrio. Lo más fácil es que uno se encuentre arriba y el otro abajo. Y en algún punto en el que ambos están trabajando de igual manera, se encuentra el eje horizontal. Tú y yo nos columpiamos largo rato. Arriba, abajo. A veces en el centro. 

La última vez que estuviste abajo tú te bajaste del columpio sin avisar. Y yo caí en picado contra el suelo. 

Aún así no me levanté. Seguí allí sentada esperando a que algo ocurriera. No podía ser que ninguna fuerza equilibrara esto. 

Me fue mal esperando a que volvieras. A que volviera alguien. Pero entonces, tras largas horas de espera y desidia, decidí moverme. 

Me senté justo en el centro del balancín. El culo en el centro exacto. Es difícil mantener el equilibrio solo, pero es mejor que esperar que otros lo hagan por ti. 




Me fue mal, como deseaste. Prueba a desear otra cosa, valiente. 

miércoles, 24 de febrero de 2016

-Emancipa tu cerebro de la esclavitud mental,
nadie más que nosotros puede liberar nuestras mentes-


El botón de nácar (2015)


En la diferencia está el encuentro, la llegada, y la salida también. "Somos todo cuerpo, palabra, emoción", le dijo. 

Ella se miró en el reflejo de la puerta de cristal y asintió con reparo reconociendo en esa débil representación de su presencia aquella loca certeza: "somos todo cuerpo, emoción y palabra". 

Se lo repitió una vez más. No se atrevía a mirarle a él. 
Subida en una "montaña de melancolía" en la que la historia de La Maga y Horacio Oliveira era tan reveladora y tan triste que la cotidianidad se había convertido en un vertedero de sentimientos hermososos. 

Esperaba la llegada de la lenta cuchillada del amor mientras jugaba con las ramas de un gran árbol que apenas le dejaba ver la que se venía encima. 

El cielo estaba ofreciendo una imagen sublime. Ni el más romántico de los pintores conseguiría nunca acercarse lo más mínimo a aquella situación geográfica que se acercaba desde los cielos. 


E iba directamente al centro de su pecho





jueves, 19 de noviembre de 2015

Todo el amor que se da, 
se recibe. 

Pero no de la misma persona. 

Por eso deberías lanzar tus abrazos sin esperar nada a cambio. 
Y dejarte caer. 
Porque, 

en el fondo del precipicio

hay una lengua que te cura las heridas. 

No te evita la caída, ¿qué esperabas?

Pero te lame las brechas ensangrentadas. 
Y la sangre vuelve a su cauce. 

Y tú a tu camino. 
Dispuesto a regalar el amor a quien te ayude 
a encontrar la prueba reveladora 
de saber que estás aquí para algo. 

Mi dulce nuececilla,
Nadie te esperaba, 
y nadie te echará de menos. 

Más que el tiempo. 

Pero le vas a dar tu amor a alguien, 
y te has llevado el mío contigo. 

Estoy empezando a dejarme caer.

21


miércoles, 18 de noviembre de 2015

Nuevoyviejo

Me duele la cabeza a menudo.
Y se me ocurre que puedes ser tú,
martilleándome para que no deje de pensarte.

Te crees muy fuerte.
Pero más fuerte es el nudo que nos ata.
Soy el aire que infla tus velas.
Pero no seré yo quien te lo revele.

Puedes jugar con la vida y la muerte,
a ver cuál de las dos te convence.
Y en ese camino me silenciarás.

Pero espera un momento.
Y vuelve con el rabo entre las piernas,
A decirme que no lo entiendes.


Que ellos no te entienden.
Y me pedirás que abrace tus lágrimas
Antes de que caigan
Para que puedas seguir sintiéndote.

Sintiéndote tan fuerte,
Que no me necesitas.

Más que cuando (no me) lloras.

lunes, 12 de octubre de 2015

Noticias desde la Luna

Houston tenemos un poema.
No un problema, no. Sino un poema.
Cada vez que nos miramos, 
eso es un poema.
Un grave poema que tiene versos y versos pero ningún sentido.
Y busca un lector que enlace las palabras y las conecte para explicarnos qué significa todo esto.
Somos un poema inacabado y ya se sabe que no hay nada más triste ni más intrigante.
Que un poema sin

lunes, 5 de octubre de 2015

Un Pacto para Vivir

Me pongo Mith, de los Beach House. Y me tumbo en la cama. Y miro hacia el techo. Pero no lo veo. Es decir, dirijo la mirada hacia allí pero en mi cabeza no aparece una pared blanca de textura rugosa. Porque me pongo a pensar en el mar. Justo, lo que le ocurre al protagonista en La Gran Belleza (2013). Sólo que en la película la magia del cine permite al espectador saborear la delicada sensación de estar literalmente tumbado en la cama mirando las olas del mar. ¿Alguna vez te he dicho lo mucho que adoro el cine? ¿Las sensaciones bellas que me produce cuando exploro otras vidas o vivo cuentos ajenos? 



Seguramente te lo he dicho ya. Y seguramente tú has asentido sin demasiada ansiedad, pensando que me gusta el cine como a cualquier otra persona con inquietudes y que tampoco soy para tanto por mucho color que le de a mis vivencias o historias. 


Pero bueno, lo que te venía diciendo es que me pongo Mith de los Beach House. Y miro hacia el techo y empiezo a pensar. Pero no pienso por pensar. Pienso por concluir. Porque me he venido encontrando con muchas preguntas que he visto necesario pararme a pensar y responder con palabras concluyentes y cerradas que dieran por satisfechas las cuestiones. Y así dejar paso a nuevas y tediosas auto-consultas acerca de la fe, el color blanco de los pasos de cebra o tu lengua en la punta de mi nariz.

Por todo esto, por las preguntas con las que me codeo últimamente en mi cabeza cuando me tumbo en la cama y escucho a los Beach House, te crees que no te hago el caso suficiente. Y puede que tengas razón. Pero es que de pequeña, cuando tenía una decena de años, algún adulto me enseñó a reflexionar primero sobre las cosas importantes, como pensamientos, sentimientos o metas. Y después ya seguir con la vida más terrenal y tangible de los amigos, los besos y los partidos.

Así que la culpa es de alguno de esos adultos que me enseñó a darle prioridad a lo mío ante el resto de personas o de cosas, como tú. Sin embargo deberías estar tranquilo. Puesto que a pesar de todo lo que te acabo de contar y de todo lo que puedas pensar al escuchar estas palabras, tú entras dentro de esas preguntas que me hago a mi misma y que con apremio necesito responder. Por lo que tampoco eres tan terrenal o secundario como te parecía al principio. Por esta razón cuando creas que no te hago caso o que no estoy contigo, has de recordar que estás siempre dentro de mi cabeza. Porque te pienso y te hago parte de mi mundo interior junto al resto de cosas que me parecen importantes de reflexionar. Algunos ejemplos de esto, además de los que ya he dado, podrían ser los cielos nublados (en general, sí), la vida contemplativa o la economía de subsistencia. Estás tú. Así escrito con las letras de tu nombre: té, ú, tú. 

Ando pensando sobre la película preciosa que he visto, o lo que supondría un gran golpe de suerte como ganar un concurso de personas que aprenden, y de repente asaltas tú los pensamientos y preguntas. Y me veo obligada a pensarte, a acariciarte con mis pensamientos y a peinarte un poco porque de tanto moverte te has despeinado. 

Como digo, estate tranquilo. En el próximo Pacto para Vivir que establezcamos presentaré una solicitud para convalidar tus quejas sobre hacerte caso con mis pensamientos sobre tí, que estarán a una escala 1:23.


Si no lo has entendido te lo vuelvo a repetir: 




viernes, 2 de octubre de 2015

Sudokus con letras

La diferencia entre vete y vente, sólo es una letra.

Pero no hay sólo una letra que nos separe. Son algunas más: a eme o erre. O de i o.

Amor u odio. Las dos juntas se personifican en tí.

Y yo las recibo. Como las flechas de un arco destensado. Llegan sin fuerza. Pero llegan.



Y me muerdo las uñas como si mordiera pequeños pedacitos de confianza y empiezo a pensar qué ocultas. Qué se te pasa por la cabeza. Por qué me te olvidas de la letra ene. Por qué no te acuerdas de regalarme las letras de te quiero. 

Y miro las paredes y me subo por ellas. Imaginando como tú haces el pino sin mi ayuda. Y miras al mar sin necesitarme. Y te pintas una sonrisa bien fresquita cada día, que no sabe a eme ni a ì, ni a á. 

Después me tomo una cerveza. Y otra, al poco rato. Y al final, la tercera. Y sin dejar de besar el cuello de las botellas, imaginando que es el tuyo, abofeteo a mi amor propio y te envío una señal. No un mensaje ni un grito. Una señal mental. Que entra a través de las arrugas de tu frente, que se forman cuando haces sudokus. 

Y llega a tus retinas pero por dentro. Por eso la recibes al revés: No te necesito. No te quiero así. 

Te quiero justo al contrario.

lunes, 14 de septiembre de 2015

Caras B

Dicen que cuando más duele es cuando intentas obviarlo. No darle importancia. Cuando, precisamente, pretendes que no duela. Es ahí cuando se hace insistentemente punzante, en el centro del estómago. Y el dolor se irradia hacia todas partes, y cuesta respirar. Cuesta hasta coger aire, como si dentro no cupiera. 

También dicen que las personas de deslizan por la vida buscando otras personas. Sea como sea, yo soy quien soy por culpa de, gracias a, o pesar de muchas personas que se han deslizado por mi vida. Han llegado de maneras bien diferentes. Algunos se sentaban sólo a mi lado. Otros me pedían a gritos ahogados que les incluyera en mis pasos. Y otros, sencillamente, acudieron a mi llamada de desesperación por entender el tema este de vivir.

Soy un puto abeto de Navidad. Tengo diferentes adornos y bolas que han ido colgando. Me regalaron algunos, y otros me los tiraron y se me quedaron enganchados ahí. Imposible sacarlos de mí. Como mucho sacarles brillo, y que se me vean bien. 

Y entonces, llegaste tú hasta este árbol raro de mezclas extrañas y luz etérea, diferente al resto. Y lo miraste así, con cara de sorpresa y pocas ganas. Te cruzaste de brazos y ahí estuviste mirando como pasaba el tiempo. Como me pesaba el tiempo. Y un día de esos que te hubiera olido hasta a dos calles de distancia, viniste por detrás y me pusiste el planeta en la punta. No era una estrella, como suele ser normal. Era un planeta. Y estaba en mi cabeza. Se había acabado la operación de adornarme y tú la habías cerrado. Me abrazaste. 

Luego vinieron todas esas cosas que quieres pero no quieres que pasen. Porque da miedo, da pena y da muchísimo vértigo. Que es la vida, en definitiva. 

Y ahora me ocurre justamente eso. Que me dueles. Y me dueles cada día más, porque intento hacer como si no me ocurrieras. Pero a quién pretendo engañar. Si el aire no me cabe.

jueves, 27 de agosto de 2015

Nunca le han faltado a nuestro amor para estar vivo razones

Llevaba un tiempo expectante. La veía escribir mucho. Pensar mucho. Y cuando ella piensa mucho es que algo está a punto de estallar. Antes  o después. Algo se cuece. Y él tenía una percepción extraña para olerlo antes incluso de que ella lo supiera.

Una noche, se acercó a la mesita de noche de ella y abrió su cajón. Entre los condones y los libros encontró una nota de despedida, de bienvenida, o de cariño. Eso fue lo primero que pensó él. Aunque era amor, al final. (Y al principio):


- Las noches en que nos dormía el rumor del oleaje de marzo
- Los inicios en bancos escondidos de calles feas, tus rodillas y mi cabeza y unos auriculares
- Los conciertos que hablaban sólo de nosotros dos. Y tú me mirabas.
- Las películas a oscuras y luego de las palomitas comernos las bocas
- Las manos en las rodillas del otro en comidas con los demás
- Hablar del otro en su ausencia como esa única persona que nos soportaría todos los complejos y caprichos
- La pizza
- Las camas grandes
- Las ciudades con río, porque sé que te gustan por cosas que me has explicado mil veces pero la verdad es que a menudo no te escucho
- Discutir por culpa de Paul Auster
- Las cámaras de fotos analógicas
- Kira
- El banjo que nunca te regalé
- Todo lo que nunca me regalaste
- Países conectados
- Un Buen Día
- Ponerse guapos
- Ponerse feos
- Escuchar tus sermones sobre lo mala que soy a veces
- Ver tu cara de loco ante mi pecho desnudo
- Quitarnos las camisetas
- Fumar en la terraza
- El desayuno de los sábados y domingos, y lunes, y algunos martes.

Tengo como muchos recuerdos contigo, o de ti. Malos y buenos, pero al final recuerdos. Que nos han construido como una sola cosa, y nos han construido a los dos individualmente.  No podría decir que soy quien soy si no es porque tú (me) has existido. ¿Y ahora qué? Somos un cruce de caminos continuo, una cuerda que se tensa y se destensa, una soga y un salvavidas: La tuya, y la mía.


Es bonito saber que nos queda París.

jueves, 20 de agosto de 2015

¿Cómo se llaman las personas que comen a otras personas?

No sé, no sé, ¡no! ¡sé! 

Yo siempre le hacía muchas preguntas, pero él nunca sabía la respuesta. No era como Amanda, que siempre encontraba una respuesta genial y científicamente indemostrable para explicarme cada una de las extrañas cuestiones que yo le hacía con cara de niña y ojos abiertos como platos. 

Él no sabía nada. No quería saber nada. Sólo me decía que las respuestas estaban delante de mi cara, y que si me las decían, nunca las encontraría por mi misma. Pero Amanda... ella no era así. Nunca me dijo eso. Recuerdo que una vez, cuando le pregunté por qué los troncos de los árboles del jardín de su casa tenían agujeros, me respondió rápida y concienzudamente que era para que pusiera la oreja en uno de ellos y escuchara como ella, desde otro, me contaba secretos. 

Nunca lo hicimos, lo del árbol. Pero qué más da. Yo sólo quería una respuesta para poder seguir caminando.
Vicky, Cristina, Barcelona.

Y ahora Amanda no estaba. Estaba Él, y con su excéntrica y dolorosa forma de no-enseñarme. De no contestar mis preguntas, de mirarme con un cara que yo nunca sabría descifrar.  

Al final dejé de lado un poco aquella manera que yo tenía de seguir avanzando por la vida. Y aunque me estanqué durante un tiempo medio ahogada por mil tormentos que no tenían solución ni respuestas posibles, conseguí salir de allí no sin antes tragarme algunas de aquellas cuestiones que se quedaron para siempre en el espacio mental que uno deja para las cosas que deberá solucionar más adelante. Estaba mi existencia, y la suya, entre otras muchas más. 

Pero un día, mientras yo conducía y él miraba por su ventana ensimismado en sus pensamientos que nunca, nunca compartió conmigo, le pregunté: 

- Ce, ¿tú cuánto quieres vivir? 

Y él dejó de mirar por la ventana y se giró para mirarme a mí mientras yo seguía conduciendo sin apartar la cara de la carretera. Me giré, para acompañar por unos segundos sus ganas, y le sonreí. Luego seguí mirando a la carretera. 

- Yo quiero vivir tanto como pueda. Tanto como quiera El-de-allá-arriba. Tanto como tú me quieras a mí. Tanto como lo que duren tus preguntas sin respuesta que me hacen comprender el mundo. 

Y yo seguí conduciendo y él siguió mirando la misma carretera y nunca más me cuestioné las ganas que tenía de que yo le preguntara sobre la vida. Y así, seguimos avanzando hacia aquella línea roja que ambos veíamos ahí delante, no tan lejos, que marcaba el fin de todas las preguntas y el inicio de todas las respuestas.




lunes, 10 de agosto de 2015

A Carlos Cervera.

Me está costando, y me costará asumir que te has ido a ese otro lugar donde, por otra parte, todos llegaremos antes o después.

He recordado muchas cosas estos dos días. Imposible no hacerlo. Han venido a mi muchos momentos y recuerdos de otras épocas donde yo era una niña de ojos tristes espigada con muchas preguntas que nadie me respondía.

He recordado un día de primavera en Tarragona. Jugamos un torneo que seguramente debimos ganar, aunque nunca recuerdo ese tipo de cosas. Nos llevasteis a Telepizza y yo fui la que más cachos se comió. Mi plato estaba lleno de bordes, once o doce. Tú alucinabas riendo y cuando llegó mi madre le contaste mi proeza. Ahí ya tenías el bigote canoso y seguramente también la pitillera bonita plateada que formaba parte de tu ritual de fumar.

De hecho podría recordarte en pitillos. El cigarro de cuando salíamos al descanso de los partidos del senior, (da igual de qué temporada, todas eran más o menos igual y nosotros estábamos en todas sin rechistar).

El cigarro de cuando ganamos un intersector, o el que te hiciste una vez que paramos a mitad viaje en un torneo que habíamos alquilado un microbus y todas estábamos como locas cantándote  y tú sonreías porque lo que más te gustaba era vernos contentas (eso y que ganáramos partidos).

También recuerdo el primer día en que bajé a la pista de Grapa, me puse a tu lado y comencé a mirar a las niñas pequeñas y a copiar como las corregías para aprender a hacerlo yo también. Ese día fue la primera vez que alguien me consideró entrenadora, y fuiste tú. La verdad es que esto lo tengo en cuenta ahora, pero me había pasado desapercibido: gracias a ti soy entrenadora. O he sido, al menos. Ahora no sé qué soy.

La verdad es que una parte de mí espera que pases con tu mochila de cuero, tu cuerpo ligero y la camiseta fea del Nou (la antigua del conejo) por la calle de Grapa. Diciendo que vas "a ver un rato un partido y te vas", aunque vas a ver todo el partido y a que la gente te pregunte que qué piensas sobre lo que está pasando. De pie ahí, en un rincón, junto a la máquina. Murmurando cosas con mala leche.

Què juguem, en el meu cap?? Lo decías así, con la coma en ese lugar exacto. Y te ponías el chaleco negro tan elegante para los partidos, los demás parecíamos (éramos) unos principiantes a tu lado.

Éramos les teues xiquetes. Y el día que nos dijiste que no nos ibas a entrenar más me enfadé tanto que me fui corriendo al vestuario y me miré la cara de enfado en el espejo. Me pareciste un egoísta. Por dejarnos. Qué cosas pensamos cuando somos niños.

Podría recordar mil recuerdos en forma de cigarros. Antiguos y modernos. Tus mil caras y toda esa grandeza que tenias escondida tras tu aspecto de reguñón intransigente.

Pero me da pena y voy a acabar de escribirte. La iglesia hoy estaba demasiado callada. Yo tenía ganas de gritar. Primero que no te fueras.

¡No te vayas!

Y después, una vez asumido el hecho de que te estabas quedando en cada vez menos hasta que al final has desaparecido, te quiero gritar que te quiero. Que te voy a echar de menos aunque sea así, en la lejanía que hay entre el mundo de los vivos y el de los que vuelan.

Y que como yo, mucha mucha gente va a llorarte  y a recordarte tanto que va a parecer que no te has ido.

Un fuerte aplauso para ti, paCharli. Padre, mentor, entrenador y compañero. Nunca te olvidaré mientras dependa de mi.  Descansa y saborea la victoria de saber que serás inmortal en esta tierra.

El Basquet te llora. Y yo también.

domingo, 19 de julio de 2015

Uhu

LO-CA,
así es como estás.

Eso fue lo que me dijo mientras yo le sostenía la mirada.

Sonreí.

Me producía cierto placer que la gente considerara mis estados transitorios de locura como algo negativo. Una lunática como yo nunca vería los desvaríos del otro como algo malo. Al contrario. La fiesta de la locura está infravalorada.

Me deshice la coleta y me la volví a hacer para ganar tiempo. ¿Qué contestar ante tan abrumadora afirmación (contra mi)?
Mi sonrisa se fue desdibujando y bajé la mirada hasta las piedritas del suelo. Sin decir nada me agaché a coger una. Y comencé a darle vueltas entre mis dedos mientras él seguía ahí. Como si esperara una contestación y el tiempo se hubiera detenido y todo girara entre sus dedos como la piedra giraba en los míos.

"Es cierto. Estoy loca".

Se quedó mirándome mientras yo hablaba sin mirarle, jugando con las manos a cambiar la piedra de palma.

Estoy muy loca. Siempre lo he estado. Mi madre lo supo cuando yo era bien pequeña y me inventaba historias tan ficcionadamente realistas que me las acababa creyendo. Y cuando volvía del cole y comía la merienda de camino a casa no sabía si contar a mi abuela que habíamos hecho unas manualidades en clase de plástica o que un tirano había conquistado la Luna y algunos amigos y yo habíamos ido a luchar para que nos devolviera al Satélite.
Mis padres nunca me dijeron nada. 

Aceptaban que yo iba por otros caminos menos convencionales. Que hacía y deshacía y que mi mente funcionaba a través de un caos que, sorprendentemente, funcionaba. Las cosas me iban bastante bien.

Pero luego llegó él y me dijo que estaba loca. Y lo dijo así tan despectivamente que yo sonreía por fuera y lloraba por dentro. Con esa sonrisa enferma que sólo las locas acompañamos de miradas eternas.

- Al menos lo reconoces, voy a intentar ayudarte para que dejes de estarlo- osó decirme el infeliz

- Los locos no queremos dejar de estarlo. Aceptamos nuestra condición y la defendemos. Por eso somos locos y no cuerdos.

Le di la piedrecita que aún sostenía en mis manos y me di la vuelta. Una lágrima revoltosa caía por mi mejilla pero hice mucha fuerza y conseguí que la gotita volviera hacia arriba, directa al lagrimal del mi ojo derecho.

Evitamos lo inevitable.

martes, 30 de junio de 2015

El calor congelado

Ya no puedo abrir más la ventana, ni llevar menos ropa. Y el calor sigue ahí, pegajoso y latente en todos los rincones de mi habitación y de mi palpitante cuerpo.

Puedo hacer dos cosas. Puedo hacer más, pero quiero limitarme a poder hacer solamente dos cosas: una es llenar la bañera de agua templada. Nunca fui tan valiente como para los jarros de agua fría, ni pensar con una bañera. Que por cierto me recuerda a la palabra "ballena". Pero eso es otro tema. La segunda cosa que puedo hacer es llamarte. Comenzar una conversación banal sobre el erizo de mar que pisé el otro día y cuyas púas penetraron en mi piel para siempre. Tú me dirás que quizás ahora sea mi turno de convertirme en un erizo de mar. 

Entonces cortaré la conversación y te diré que tengo calor. Que me des un poco de aire fresco, porque es que de verdad. No puedo respirar.

Y tú me dirás que tampoco es para tanto, que no exagere. Que meta un rato la cabeza en el congelador. Y cierre los ojos. Y que imagine que estoy en un iglú enano en el que sólo cabemos tú y yo muy, muy pegados. Y mejor porque hace un frío de esos que sólo tú pegado a mí me puedes hacer olvidar. 

Y estamos así, tan pegados que ya no sabemos si quitarnos la ropa a trozos o toda de una, mirando por la ventana enana de la casita de hielo, con vistas a unos trozos de pollo congelado, a la caja de polos de lima-limón y a la cubitera. 

Después me dirás que antes de que alguien me vea imaginándonos dentro del congelador, saque la cabeza y respire hondo. Que coja un cubito de hielo y lo mire al trasluz mientras se deshace entre mis dedos y el agua va deslizándose por mi mano y mi brazo hasta que llega a mi cintura y ahí, cerca del ombligo, acaba secándose. Que mire el cubito e imagine que es nuestro iglú. Que le de un lametazo y succione el agua fría a ver si sabe a nosotros. Que lo mueva cerca de mi oído a ver si se nos oye hablar. Que lo deslice por mi nuca, y por detrás de mis orejas. Que lo deslice por mi estómago y por debajo del ombligo. Que lo ponga en mi entrepierna y lo deje caer por mis muslos. Y que siga así, jugando con nuestro iglú hasta que el sueño desaparezca y el hielo también. Y seamos agua. ¡Qué calor!