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miércoles, 29 de junio de 2016

Mi Tercer Yo

A menudo necesitamos darle voz al inconsciente para sacudir nuestro cerebro. 

Desafortunadamente lo hacemos sin querer y no lo controlamos (¿acaso alguna vez pudimos?). Y aparece el Tercer Yo que no enseñas al mundo (tenemos tres caras según la cultura japonesa y algunas teorías psicológicas). 

Ese Yo lo tenemos escondido de todos, incluso de nosotros mismos.

La otra noche mi Tercer Yo me habló. Se desperezó y se quitó las legañas de los ojos mientras me miraba con una cara entre divertida y aterradora, casi grotesca. De superioridad. ¡Ja! Me dijo. 

Yo intenté aguantarle la mirada lasciva y profunda que tenía, pero me fue imposible. A los pocos minutos la habitación estaba fría como la muerte y mi cerebro absolutamente aturdido. 

Me quedé  a un lado, apoyada en la pared. Me había rendido antes de empezar. 

Mi Tercer yo me sacó los fantasmas de la chistera con tan sólo tres palabras. Y la memoria, infiel compañera como mi Primer Yo, me jugó una mala pasada y me dejó sola. 

-Nunca confíes en una Infiel-

De repente apareció tu voz. Sin embargo era su cara la que tenía delante. Mis manos se tornaban ásperas. Me faltaba la saliva. Las palabras me salían torcidas. 

No fue una pesadilla. Fue una revelación. 

Dale voz al  insconsciente. Y después no pidas perdón.






miércoles, 20 de enero de 2016

"La Idea Salvaje"

Estamos en el bosque. No en el de Carlos Sadness. No en el de la Pobla.

Hay más árboles. Más altos. Las luces del sol se cuelan entre las altísimas ramas y al mirar hacia arriba nos cegamos antes de llegar a visualizar las copas verdosas y puntiagudas. 

Estamos jugando a pillar, o quizás al escondite. Yo corro tras los árboles. A veces, con sigilo, me giro y miro de reojo hacia atrás, para buscarte y moverme hacia otro árbol estratégicamente preparado para esconderme de ti.

Tú paseas con calma, no tienes prisa. Sabes que en algún momento pisaré una rama y el chasquido te guiará hacia mí. Me saldrá el pelo por detrás de algún tronco. Estornudaré. Sea lo que sea, cometeré un error y tú llegarás. 

Pero no me canso, no fallo. No me doy por vencida. Mientras paseas sin parar, yo merodeo a tu alrededor. A veces me escondo por detrás. Otras, algunos troncos más adelante. Si me canso de correr y me pongo nerviosa, junto los brazos al pecho y los estiro hacia abajo. Me quedo sin respirar tras el tronco más escondido para que no me escuches jadear. 

Tú sigues caminando, impasible. Parece que ni siquiera ya juegas. (¿Juegas?). 

No miras más que al frente. No agudizas el oído. No demuestras una sonrisa pícara. Entonces me quedo pensando, si es que ya no juegas. Ya no me quieres encontrar. Quizás debería esconderme de verdad, y no merodear a tu alrededor. Sino irme. Irme lejos. Correr tanto como mis piernas me permitan. Traspasar el bosque. Huir de tu mirada. Hacer sonar todas las hojas secas del suelo. Chafar los charcos. 

Deslizo mi espalda por el tronco tras el que me escondo y me siento con cautela en el suelo. Apoyada contra el árbol. La humedad del suelo me sube por las pantorrillas, el culo y la espalda. Doblo las rodillas. Ya casi estoy en el suelo. 

Debería irme. Ya no me buscas. Me hago la coleta. Me pongo triste. 

Tras unos segundos de duda, me levanto del suelo. El culo aún mojado.
Separo la espalda del tronco. Me giro, dispuesta a correr. Hacia el otro lado del que estés.

Y entonces apareces tú con tu cara: 

¡Pillada! 

lunes, 28 de diciembre de 2015

Que no te engañen. La forma del texto no determina su literatura.



Hemos intentado ponernos de acuerdo.
Pero sólo eso. 
Sólo lo hemos intentado. 

No hemos conseguido darnos las manos en señal de ningún acuerdo. 

Yo voy a seguir por mi camino, que no sé muy bien cuál es, pero sé que está ahí.
Se va formando poco a poco bajo mis pies. 
Tiene varios puentes, callejuelas y caminos de tierra. 
Pero mis botas son bastante resistentes.

Ella, por el contrario, se ha sentado en el sofá y ha negado con la cabeza.
Se ha cruzado de brazos también. 
Ha sido un no rotundo. 

Primero con firmeza, 
luego casi suplicante. 
"Quédate".

¿Cómo me voy a quedar? 
¿En qué condiciones? 
Le he dicho. 

Pero ella no quería argumentar.
Sólo quería una cosa. 

La he mirado a ella. 
Luego a mis botas. 
Con lágrimas en los ojos he agachado la cabeza. 
Me he acercado a ella lentamente y le he besado la frente. 

Después me he ido. 
Queda mucho por hacer. 

Hoy una parte de mí se ha quedado en el sofá. 
La otra se ha ido de casa. 
No sé quién soy.

lunes, 7 de diciembre de 2015

Me leyeron la carta astral.

También estuve leyendo el libro más reconocido del horóscopo, concretamente sobre mi signo.
(Sí, tengo un signo).

Le he preguntado a la Biblia. Pero oye, ¿sabes qué? No me gusta lo que me dice.

Eso sobre lo del castigo... lo del infierno... no podría... yo, yy..., yo no podría.

Estuve preguntando acerca del karma. Tiene cierto sentido, pero claro. ¿Realmente...? ¿Sabes a lo que me refiero?

Intenté encajar mis acciones y mi personalidad en algún patrón de conducta ya conocido. No es nada nuevo, sabes.

Y durante un tiempo, incluso indagué en la naturaleza, justo para encontrar algo que me definiera. Que me diera cierta respuesta.

Aquel puto loco se puso a hablarme sobre mí misma. Largando todo lo que imaginaba cuando me miraba o me escuchaba. (Si es que me llegó a escuchar alguna vez).

La cuestión es, Cigarrita, que nadie tiene la respuesta.
La respuesta está en mí misma.
Y empiezo a pensar que las personas,
las personas, pequeña cigarrita,
nos autodefinimos y reconocemos
a través de una cuestión de fe.

Mirarse al espejo es una cuestión de fe. Leer la biblia también lo es. Y encontrarse en una lista de personalidades. De signos zodiacales. En una lista de errores. 

¿No te parece irónico pequeña cigarrita? 
¿Que seamos una cuestión de fe?




lunes, 23 de noviembre de 2015

Todo en la vida es poder. 


Con esta afirmación alzaste tu copa y me instaste a brindar. La esfera tenía un enigmático ambiente pero yo andaba medio borracha y, sobre todo (y esto es lo peor que me puede pasar), muy relajada. Pocas veces estoy relajada. Ninguna de mis dos piernas tamborileaba contra el suelo. No quitaba etiquetas de botellas, ni me mordía el labio, ni las uñas, ni me hacía y deshacía la trenza, ni hablaba sin silencios. 

Estaba relajada por el vino y porque la cena me había transportado a otro lugar, en aquella habitación de restaurante japonés, con aire decadente y el olor a soja en las cortinas. 

Podía estar cayendo la bomba atómica ahí fuera, que ninguno de los nigiris se hubiera movido del plato. Y yo tampoco lo hubiera hecho. 

Algo tendrás, que me eclipsa. Me eclipsa, como me jode decirlo. Yo no quiero que me eclipse nadie. Y menos tú. Ni tu conversación inquietante, ni tu barba de una semana ni tu maldita manera de hablar como si debiéramos besar el suelo que pisas. 

Pero lo haces. 

Y no lo sabrás, porque detrás de tus aires de super-hombre sólo hay un pequeño ego maltratado en alguna época que ahora lucha por inflarse como un globo algunas noches, pero vuelve a casa más deshecho que las confianzas en sentirte el hombre que siempre te exigieron ser. 

Cuando acabamos la copa y el pequeño postre nos metimos en un taxi y acabamos en tu casa. 

Antes de llegar al ascensor ya nos habíamos besado. Y antes de llegar a la puerta de tu piso horrible ya habíamos dejado atrás los preámbulos sexuales protocolarios. 

Entonces, entre tus manos acaparando toda mi piel y tu boca apretando la mía,  bajando por el cuello, bajando, bajando, bajando... me di cuenta de qué querías decir con lo de que todo en la vida es poder. 

Empecé a luchar por mi propio poder. No podía conquistar ni una de tus orejas, pero al menos luchaba por no caer rendida en la primera batalla. Tú ganabas territorio y yo ni te había quitado la camiseta. 

Me envestiste como si quisieras que me deshiciera allí mismo. Maldito lunático. Pero qué placer. Intentaba zafarme de tus manos y no hacer lo que me invitabas a hacer. Sólo por no ser rebelde. Sólo por no hacer lo que tú esperabas. Era una pelea. 

Pero me llevabas mucha ventaja. Me tenías ganada. La próxima vez tengo que metértela yo a tí. Sería la única manera de que te rindieras en la quinta sacudida. 

Tuviste que ir a por la manta que había volado y a por dos vasos de agua. 

Volvimos a brindar. Reconocí sin vergüenza tu victoria. 

Todo en la vida es poder, me dije. Y al día siguiente escribí una historia inventada con otro hombre sobre el poder que hay en las relaciones sexuales. En las relaciones de pareja. En la comunicación, en la familia, en la vida. Acababa así: ¿Qué tiene el poder? Tiene el profundo e inigualable placer de saberse necesario y decisivo en la otra persona. 

Match Point


jueves, 15 de octubre de 2015

Y.YO

Te lo cuento corriendo y me voy, es que tengo mucha prisa,
por dormir.

He estado revisando los últimos episodios de mi vida, y:
me halaga compartir contigo la noticia de que he encontrado a la Belleza.

La sutil, fraudulenta, efímera, trasnochadora, febril, y extremadamente frágil Belleza.


Me, Earl, and the Dying Girl (2015)

Y antes de hacer comparaciones o símiles para que lo entiendas, me limitaré a contarte que la he encontrado en los espacios más silenciosos y expectantes que puedas imaginar. El otro día, sin ir más lejos (no me gusta irme lejos así como así), estaba sentada en una cómoda butaca cuando, de repente, sin ningún tipo de aviso, ¡pum! me di de bruces con ella. 

No podría describirla, pues de eso mismo se trata. Es imposible de reproducir o retratar, es una mota de polvo púrpura que se ve a ciertas horas de  la mañana en el reflejo que hacen los rayos de sol que se cuelan por las rendijas de la persiana en el armario de mi habitación. No dura ni un parpadeo.

Pero yo la vi. 

Eran dulce, tan sumamente frágil y sonriente. Como si no le importara su condición, porque ser la Belleza está por encima de cualquier aspecto trivial o tangible.

No puedo decir que me enfrenté a ella. Simplemente le sostuve la mirada, la elevé con todo mi ser hasta lo más alto que se puede llegar cuando de un alma se trata. De verdad que es indescriptible. Una de las espléndidas calamidades que esconde la naturaleza a los ojos vagos y desamparados por lo mundano. 

Y la bebí. Me bebí a la Belleza.Me empapé de ella por dentro y por fuera. O fue ella quien me bebió, quién sabe. 

Pero nos fundimos en una sola idea, un único concepto. 

El de YO. 


viernes, 2 de octubre de 2015

Sudokus con letras

La diferencia entre vete y vente, sólo es una letra.

Pero no hay sólo una letra que nos separe. Son algunas más: a eme o erre. O de i o.

Amor u odio. Las dos juntas se personifican en tí.

Y yo las recibo. Como las flechas de un arco destensado. Llegan sin fuerza. Pero llegan.



Y me muerdo las uñas como si mordiera pequeños pedacitos de confianza y empiezo a pensar qué ocultas. Qué se te pasa por la cabeza. Por qué me te olvidas de la letra ene. Por qué no te acuerdas de regalarme las letras de te quiero. 

Y miro las paredes y me subo por ellas. Imaginando como tú haces el pino sin mi ayuda. Y miras al mar sin necesitarme. Y te pintas una sonrisa bien fresquita cada día, que no sabe a eme ni a ì, ni a á. 

Después me tomo una cerveza. Y otra, al poco rato. Y al final, la tercera. Y sin dejar de besar el cuello de las botellas, imaginando que es el tuyo, abofeteo a mi amor propio y te envío una señal. No un mensaje ni un grito. Una señal mental. Que entra a través de las arrugas de tu frente, que se forman cuando haces sudokus. 

Y llega a tus retinas pero por dentro. Por eso la recibes al revés: No te necesito. No te quiero así. 

Te quiero justo al contrario.

domingo, 6 de septiembre de 2015

++

- Te comportas como una niña

Cualquiera que me diga que me comporto como una niña solo estará reafirmando la evidencia más transparente y real que jamás podrá haber: soy una niña. 

Por lo general me da miedo encender la luz del pasillo porque he de recorrer la mitad de éste en la penumbra para llegar al interruptor. Lo sé, tiene poco sentido. Pero es así. A veces no vale la pena preguntarse por qué. La cuestión es que me da miedo la oscuridad. Pienso en monstruos o en personas que esperan en la penumbra para cogerme de un brazo y, con fuerza, arrastrarme a esa profunda oscuridad que no acaba ni al otro lado de la puerta de entrada. Qué miedo tan terrible paso. 

Me enfado cuando no gano. Pero mucho. A veces hasta me coge una rabieta en medio de la calle y pataleo y chillo y me estiro la falda como si eso fuera a solucionar alguna cosa. 

Me gusta comer piruletas y chupar caramelos tanto antes como después de comer. Y cuando nadie me ve, me asomo al balcón de puntillas y muevo la lengua con la boca cerrada hasta que tengo la suficiente saliva como para prepararla entre mis labios y dejarla caer suavemente desde mi tercer piso. Veo el hilo de babas y después lo sigo con la mirada hasta que cae. Si alguna vez le cae a alguien, me agacho corriendo, y riéndome, apoyo la espalda en la barandilla y miro los ladrillos del balcón escondiendo mi cara. 

También me pongo música y bailo cuando estoy sola. A veces me pongo una bonita falda con vuelo. Otras lo hago desnuda. Después me doy baños y juego con un par de patitos de goma que hago nadar entre la espuma, mi pelo, mis labios cerrados y luego chocar contra mis rodillas de rocas.

Cuando es Navidad voy cada tarde a una juguetería en el centro para ver las casas de muñecas e imaginar las vidas de sus protagonistas. Y paso horas así, hasta que se van apagando las luces fuera y dentro de la tienda, y entonces vuelvo a casa. Y escribo la carta a los reyes pidiendo una casa como esas, con sus muñecos dentro, o si eso no puede ser, la vida que yo imagino que tienen esos muñecos- Pero para mí.

También a veces cojo el maquillaje de mi madre y me pinto los ojos de colores. Y los labios. Después me miro en el espejo y me quedo así, mirándome mucho rato e imaginándome como seré de mayor. 

Cuando me aburro tiendo una toalla en la entrada de mi casa, me llevo un libro y finjo que soy una chica bonita leyendo en una playa desierta y calurosa, de aguas cristalinas y rayos de sol puros que no hacen daño. 

También como algodón de azúcar y después no me lavo los dientes. Y lloro. No mucho, pero lloro. Cuando las cosas no salen como yo quiero también. Y no acepto las derrotas ni los "no". El labio inferior busca el superior y le abraza y las lágrimas empiezan a rodar por mis mejillas y entonces he de meter la cabeza entre los brazos y apoyarme en la mesa o en el suelo. 

Me encanta jugar a las canicas, ver como chocan entre ellas y ponerlas todas juntas en un bote para mirar a través de él. Cuando me siento melancólica, espero al atardecer y subo a lo más alto de mi edificio para mirar hacia el sol aunque sea peligroso y hacer pompas de jabón. Miro todos los colores que se forman y me invento nombres para ellos.


- Pues claro. Es lo que soy. 

Así que dime. Yo era y soy una niña. Me comporto, pues, como ella. ¿Y tú? ¿Quién ha cambiado de los dos entonces?


martes, 1 de septiembre de 2015

Aún es hoy

Las uñas de los pies me brillan rojas y lujuriosas. Como si alguien las hubiera invitado a una fiesta. Desde luego yo, no.

No brilla nada más. Ni siquiera mi piel.

Las fotos de mi pared se mueven al son del viento que entra por la ventana. Este aire está confuso, medio enfadado. Yo le dejo entrar en mi habitación para que sienta el vacío que hay aquí, para que seque el sudor frío y para que haga bailar a los recuerdos. Pero aún así no se calma. Así que le susurro.

Hay un despertador que no tiene pilas, y en el que siempre son las siete menos veinticuatro. Y una hucha vacía. Yo creo que hasta la ranura se ha hecho más pequeña, ha dejado de sonreír. 

Hay unos cuantos libros apilados, haciéndome señales de humo para que les haga caso y les acaricie el lomo. Y por aquí deben estar mis gafas también. Pero es evidente que no las puedo ver. 

Y lo miro todo alrededor y me pregunto qué estarás haciendo tú ahora mismo. 

Quizás tumbado en tu cama, mirando el techo. Escuchando el mismo aire golpear contra tu persiana. Déjalo entrar, anda. Te trae un mensaje mío. 

Puede que tu habitación ya esté en la penumbra y sólo se vea el blanco de tus ojos. Es probable que tus pies descalzos hayan empujado sin ningún amor a la sábana hacia el principio de la cama. Y ahora es fácil que estés empezando a cerrar un ojo casi contra tu voluntad. Justo suena un golpe fuerte, del viento (de mí). Abres los dos ojos sin querer, del susto. Y vuelves a accionar tus párpados suavemente. Hacia abajo. 

Tu día se va a acabar y el mío sigue estando aquí. Dando vueltas por el aire y la ventana, y las fotos. Y los recuerdos y la hucha vacía y mis sábanas en su sitio y mis uñas rojas. 

Y ahora a quién le envío mensajes a través del viento.




martes, 25 de agosto de 2015

El acto heroico de intentar pararme

R. Magritte
No me pares.
Porque si no lo haces tú, no lo hará nadie. 

Y ya sabemos como acaban las historias de gente que corre y no se para: 
Bien.



Atentamente, tu yo de aquí 5 años.

lunes, 24 de agosto de 2015

El día (de la esperanza) y la noche (triste)

Tú y yo estamos separados de manera uniforme por un espacio que nos da la libertad de mirarnos cuanto queramos sin tocarnos. Incluso ese espacio nos permite hablarnos sin gritar para oírnos.

Somos como dos rectas paralelas. De repente nos hemos encontrado así, aunque debía hacer tiempo que caminábamos juntos y separados. Como ellas. Ambos tenemos el mismo espacio que recorrer, y seguramente lleguemos a parecidas conclusiones en temas como el amor o el arte. Conclusiones que, por otra parte, nunca podremos compartir.

Tú me miras y yo te devuelvo la mirada. Al principio con el ceño fruncido, en alerta. Y después bajo ese manto de lucidez que a veces y sólo a veces da el alcohol cambias el ceño y me miras con curiosidad.

¿Quién eres? ¿Por qué caminas a unos metros de mí en la misma dirección que yo? ¿Por qué no te alejas? ¿Y por qué no te acercas y lo arreglamos?

Seguimos separados por ese espacio invisible pero conscientes de ello. Sabemos que deberíamos apartar la mirada o dejar de intentar hablarnos. Pero no lo hacemos. Porque tú y yo a menudo no escuchamos lo que tienen que decirnos.

Yo me intento marchar y tú también, pero al final de ese corto espacio de tiempo en el que intentamos separarnos, volvemos al mismo punto del principio, sólo que algo más cansados.

Después de muchos intentos sin conseguir nada nos damos cuenta de lo que veníamos pensando sin querer queriendo: nos necesitamos. Como las líneas paralelas para no dejar de ser quienes son. Como el día y la noche. Como el escritor al amor. Como Él a las montañas de libros. Como Ella a las montañas de mierda en forma de pensamientos.Como el vozka a la fanta de naranja, vamos. 

En algún lugar leí algo así como:
Te quiero porte te necesito
Te necesito porque te quiero

Pero nosotros nos necesitamos. Nos queramos o no. Porque nuestra condición es la que es gracias a la existencia el otro. Todo en nosotros es reflexivo (lingüísticamente hablando) (si es que se puede hablar de otra manera). Todo es bidireccional.

Mis palabras no saben explicar(te)lo. Yo sí.


Tú sigue ahí. Como yo lo hago. Gira y giraré. Vuela y yo lo haré a la vez, mirándote desde detrás de un muro. Y sólo me verás los ojos muy negros y muy abiertos y la raya del pelo blanca. Y en ese momento en el que me veas los ojos y empiezas a entender, tú también te darás cuenta. De que eres El Día de la Esperanza. Y que yo soy la Noche Triste.

[Sé siempre un poeta, aunque sea en prosa]

martes, 30 de junio de 2015

El calor congelado

Ya no puedo abrir más la ventana, ni llevar menos ropa. Y el calor sigue ahí, pegajoso y latente en todos los rincones de mi habitación y de mi palpitante cuerpo.

Puedo hacer dos cosas. Puedo hacer más, pero quiero limitarme a poder hacer solamente dos cosas: una es llenar la bañera de agua templada. Nunca fui tan valiente como para los jarros de agua fría, ni pensar con una bañera. Que por cierto me recuerda a la palabra "ballena". Pero eso es otro tema. La segunda cosa que puedo hacer es llamarte. Comenzar una conversación banal sobre el erizo de mar que pisé el otro día y cuyas púas penetraron en mi piel para siempre. Tú me dirás que quizás ahora sea mi turno de convertirme en un erizo de mar. 

Entonces cortaré la conversación y te diré que tengo calor. Que me des un poco de aire fresco, porque es que de verdad. No puedo respirar.

Y tú me dirás que tampoco es para tanto, que no exagere. Que meta un rato la cabeza en el congelador. Y cierre los ojos. Y que imagine que estoy en un iglú enano en el que sólo cabemos tú y yo muy, muy pegados. Y mejor porque hace un frío de esos que sólo tú pegado a mí me puedes hacer olvidar. 

Y estamos así, tan pegados que ya no sabemos si quitarnos la ropa a trozos o toda de una, mirando por la ventana enana de la casita de hielo, con vistas a unos trozos de pollo congelado, a la caja de polos de lima-limón y a la cubitera. 

Después me dirás que antes de que alguien me vea imaginándonos dentro del congelador, saque la cabeza y respire hondo. Que coja un cubito de hielo y lo mire al trasluz mientras se deshace entre mis dedos y el agua va deslizándose por mi mano y mi brazo hasta que llega a mi cintura y ahí, cerca del ombligo, acaba secándose. Que mire el cubito e imagine que es nuestro iglú. Que le de un lametazo y succione el agua fría a ver si sabe a nosotros. Que lo mueva cerca de mi oído a ver si se nos oye hablar. Que lo deslice por mi nuca, y por detrás de mis orejas. Que lo deslice por mi estómago y por debajo del ombligo. Que lo ponga en mi entrepierna y lo deje caer por mis muslos. Y que siga así, jugando con nuestro iglú hasta que el sueño desaparezca y el hielo también. Y seamos agua. ¡Qué calor!


lunes, 11 de mayo de 2015

Zona de contrastes

Me he mirado frente a frente en el espejo. Soy yo. Llevo una coleta alta y la raya hecha por arriba y un poco por abajo. Me miro a mi misma a los ojos. Parezco decidida. Parece que tenga algo detrás de las retinas que no se puede contar pero que se siente en cada rincón de la habitación. He apoyado los brazos en el pequeño lavabo y me he mirado con sumo cuidado, pero con firmeza. 

"Qué haces", me he dicho. Yo misma me he contestado con una mirada que suplicaba y temía a la vez. "¿Quién eres?". "Tengo miedo". Me tengo miedo. Soy mi peor enemiga. Me miro y lo siento así. Me da lástima sentirlo. Me da lástima sentir tanto y no hacer más.

No sé que estoy haciendo. O qué debo hacer. La que está al otro lado no me contesta. Y yo formulo preguntas sin parar, una tras otra. No hay tregua, ni silencio entre oraciones. Hay preguntas como balas que se quedan clavadas entre el espejo y la silueta definida de mi cuerpo que aparece en ese otro lado.

Hoy me ha llamado mi amiga- me cuento-. Me dice que dónde me meto. O dónde no salgo. A la calle. Dice que dónde está mi yo que tiene ganas, coraje; que sabe lo que quiere y corre a por ello con las zapatillas más baratas y corredoras del armario.Que me necesita para que la empuje a lanzarse a por sus sueños. Que cree que soy una persona valiosa. No como las demás. ¿Lo creerá de veras? Me pregunto. 

¿Lo soy? Me vuelvo a preguntar. Vivir, o vivir. Me miro y me odio un poco más porque veo en mí misma la rabia contenida. El odio hacia todo y todos. El profundo asco que me causan la mayoría de cosas y de personas ya no se esconde detrás de una sonrisa educada. Lo siento dentro de mí y quiere salir. Ojalá sea en forma de cuento. Es la mejor manera de digerirlo. Para ellos escucharlo y para mí vaciarme y poder volver a sentirme dispuesta a llenarme de vida de nuevo.

Mi amiga me ha recordado a mi yo que hacía planes y subía montañas. Quiero escalar el puto Everest. Y decir que no me he cansado mucho. Y bajar con la tranquilidad de saber que no he hecho nada grande aún. Aún. Sigo manteniendo la esperanza sobre mí misma.

Me miro por última vez. Medio sonrío. El espejo me devuelve una media sonrisa. Eso me hace sonreír aún más. Y acabamos sonriéndonos la una a la otra como si hubiéramos acabado de puntear los pequeños detalles que le quedaban a mi plan colosal de cambiar de galaxia. Si muevo la cabeza la coleta se balancea. 

Voy a llamarle.