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jueves, 7 de septiembre de 2023

Preguntas a la muerte

¿Para qué? 

No, en serio. 

¿Para qué? 

¿Para qué sirve vivir, nacer, morir? ¿Qué sentido debemos entregarle a esta farsa endemoniada que nos hace creer que nuestra vida vale algo? ¿Por qué tanto esfuerzo en darle sentido si llegará abruptamente la muerte del todo y volveremos a ser una resta de cero? 

Quiero escribir a mis muertos. Y no quiero sonar egocéntrica, no quiero quitarles la unidad, la esencia que los hace (¿hacía?) únicos. 




Pero es que necesito escribirles a la vez, y lo único que tienen en común soy yo. Son, por tanto, muertos de mi. Pertenecen a esta lista como pertenecen a otras listas de otros yoes. Y también ellos mismos tienen sus propias listas. ¿Harán los muertos listas de vivos? "Venga, a ver si ya viene, la echo de menos. La única que me queda en la lista". 

He estado escribiendo preguntas que me iban surgiendo a lo largo de los días. Preguntas que tienen que ver con lo común y diario. Preguntas que tienen que ver con el ser, estar en este plano en el que se respira y no queman tu cuerpo. 

No son preguntas grandilocuentes, o de alta expectación filosófica. Son preguntas de pobre. Son preguntas de amor. 

- ¿Qué se debe poner una madre para enterrar a su hijo? 

- ¿Cuál es la última palabra que debe escuchar una persona a punto de morir? 

- ¿Hay un monto de lágrimas estipulado por persona y día para dedicarle a un muerto? 

- ¿En qué lugares está permitido permanecer en el pasado? 

- ¿Qué es lo que los muertos quieren que hagamos los demás por ellos en vida? 

- ¿Cómo saber si un muerto estaba preparado para irse? ¿Porque se llevó algo con él? 

- ¿Qué lenguaje se usa para una última despedida? ¿para la despedida?

- ¿Se sabe cuando es el momento de partir? ¿Te llega un mensaje?

- ¿Cuántas veces se puede pensar en tu propia muerte hasta que llega?

- ¿Se vuelve de la muerte? Así como se está muerto en vida, ¿también se está vivo en la muerte? 


Esta pregunta no es para muertos, esta pregunta es para vivos. 

- ¿Qué se dice cuando debes hablar estando vivo pero dentro está todo vacío?  ¿es el vacío una forma de muerte? 



viernes, 8 de febrero de 2019

7 de febrero: el nacimiento

Instrucciones: Deja de bloquear lo que no puedes, fluye y vive la muerte


Como ya se había hecho extrañamente habitual 
entré en la meditación, 
como un zambullido. 
Un pique sin salpicar, 
estar y ya no estar. 

El cuerpo se endurece y parece una costra
en cualquier minuto se caerá a trozos. 
Y deja de existir. 

En esta ocasión no había dibujos, 
imágenes o fotogramas. 
Sólo una luz. 
Una luz cada vez más cercana, 
pero engañosa. 

No era posible alejarse de ella, 
mantener la distancia, bloquearla. 
Intentaba apartarla pero volvía a aparecer frente a mi. 
Y quemaba. Quemaba. 

La voz de Ella me decía que la mirara de lejos
y aplacara el miedo con espacio. 
Pero no podía, 
la bola de fuego no se alejaba, 
y yo no la podía controlar. 

Así que me dijo: Entonces, entrégate. 
"Entrégate"... resonó en mi cabeza. 
Me adentré en la luz. 
Y quedó la nada. Unas pocas ondas sacudiéndose, 
y el exquisito vacío, el color mate de la vacuidad.

No sé cuántos minutos después de entender
que no soy menos ni más que otro 
engranaje-más de este entretejido universo, 
aparecí en un espacio cerrado. 

Un espacio caliente, a resguardo de la luz 
(¡de la luz! quién sabe qué fuego esconde) 
a resguardo del mundo 
Sólo una piel sobre mi piel 
Mi cuerpo de-formado. 

Y
"Vamos volviendo poco a poco a la realidad" 

lunes, 2 de abril de 2018

Ya no sé qué hacer contigo

Te lo repito,
y será la última.

Deja de quererme de una puta vez.
Porque cuanto más me quieres,
menos lo entiendo.

Y cuánto más amor (te)
tengo,
menos sé qué hacer con él.

¿Qué se hace con el amor que sobra?
¿Acaso es posible que pueda sobrar algo tan bello e inexplicable
como este implacable sentimiento?

El amor no va impedir la muerte,
pero sin duda encontrará la manera de abrazarla.

Así pues,
ya sé qué hacer con el amor por ti que me sobra.
Me estoy haciendo una nave
a la eternidad.

jueves, 12 de noviembre de 2015

Ultraviolencia

Era un libro. Era un libro que Ella sostenía en sus manos los largos días del cálido verano. Aún la puedo ver paseando por las calles que nunca compartimos. Pero la mente es así, disfraza los recuerdos de alucinaciones que tejen un presente entremezclado de pasados y futuros inexpugnables. 

Un violento cáncer se la llevó. Un violento día de un muy violento año. Yo lo vi desde fuera. A un océano de distancia, literalmente. Pero me llegaron las salpicaduras de la muerte y me vi sostenida por una  bruma de felicidad que intentaba evitar las balas de realidad a golpe de abrazos, vinos y orgasmos visuales. 

Pero lo real siempre acaba golpeando la puerta de nuestras vidas, toca unas cuantas veces con los nudillos. Llama al timbre, rompe las ventanas, atiza los árboles del jardín. El ruido es innecesariamente fuerte. Va in crecendo hasta que no tienes más remedio que abrir la puerta y preguntarte quién cojones quiere joderme la mañana.

Y entonces asaltan las dudas como ladronzuelos de herramientas en las obras del extrarradio.

¿Dónde están los límites de la pena? 
Cuantos kilos de pena pueden llegar a sentir los que abrazan a la muerte de una manera tan natural que no pueden sino sostener la calidez del último contacto humano toda la eternidad.
La pena de los días que se acaban, de las manos que matan, de los ojos que castigan, de las promesas vacías. 
La pena de vivir en un mundo como este.

¿Cuánta violencia somos capaces de engendrar?
Quién sabe los límites de la violencia que puede cometer un humano cualquiera. Cuán tergiversada debe ser la vida de alguien que es capaz de matar al igual, de arrebatar la vida de su compañera de vida, por la más minúscula y vulgar razón. 
De hacer daño de manera gratuita. Que puede llegar a producir placer. 
El placer violento de hacer lo que no se debe hacer. 

¿Cuánta violencia somos capaces de aceptar?
Abrimos nuestras bocas y nos comemos la mierda con la servilleta anudada al cuello. Vemos como se la comen los demás, disfrutamos mientras lo hacemos nosotros y en la digestión el nudo de la mediocridad nos recorre las venas y nos convierte en insignificantes motas de polvo que no brillan. Debajo de la alfombra, sin fuerzas para gritar o para cambiar. Para vencer contra lo injusto. 



Porque nos comemos la violencia con los ojos como platos y las bocas abiertas, y las piernas abiertas y los brazos abiertos y las palmas de las manos hacia arriba. El sometimiento no es una cruz, es el poste que nos mantiene de la  más vulgar forma de pie. 


jueves, 22 de octubre de 2015

Rutina

Cada día desde hacía un año, Ella había entretejido un pequeño engranaje de rutinas que funcionaba a la perfección. 

Cada mañana se levantaba, se lavaba la cara. Escuchaba el mismo disco triste de José González mientras desayunaba Corn Flakes con Cola-Cao, y al rato se acicalaba para salir al trabajo. Siempre vaqueros y zapatillas, siempre bolso negro o bolso azul alternados perfectamente: un día uno y otro el otro.

Caminaba durante diez minutos hasta la librería-cafetería. Preparaba cafés, sonreía a los clientes, no hablaba demasiado. Parecía que tenía un número determinado de palabras por día y no podía decir ni una más. El único juego que se permitía hacer y que rasgaba la rutina de vez en cuando era aquel en que apuntaba las tres primeras palabras que leía en el primer libro que encontraba. Las anotaba en un post-it. Lengua, amarillo, hojas. 

Después, tenía que decirlas antes de que la jornada laboral se acabara. 

- ¿No se le quema la lengua cuando el café está muy caliente? 

El hombre que recibía la taza de café, la miraba a Ella y luego a la taza con recelo, y sin darse cuenta paseaba de saliva su lengua y cogía la taza con cuidado. Después sonreía sin demasiadas ganas y se iba a un rincón cualquiera a beber el café teniendo sumo cuidado con que no se fuera a quemar. 

Sólo porque ella jugaba a que tenía que decir "lengua". 

Al acabar la jornada, bajaba la persiana los días que le tocaba cerrar, o salía tranquilamente los días que no, y se marchaba hacia casa. Siempre hacía el mismo camino aunque había varios. Por la plazuela y el colegio, por el paseo de árboles, por las callejuelas del lado Oeste. 

Llegaba a casa, previo paso por la pastelería. Comía su trozo de tarta y un té, leía un libro. Tenía una columna de libros dispuesta en la mesita de su habitación y los iba devorando uno tras otro. A medida que acababa uno, lo dejaba en la estantería de la pared y recogía el siguiente de la mesilla. 

Veía un rato la tele. Y a dormir. 
Todos los días era así. Todos los días ocurría lo mismo, hacía lo mismo. 

Todos los días desde que decidió que la muerte de Él la había matado a ella también. 
La rutina es una muerte chiquitita y placentera que va absorbiendo a las personas hasta que las atrae y cuando lo hace, las retiene como si de una tela de araña del tiempo se tratase, y los individuos quedan absortos en la pequeña cuadrícula de la rutina que barre el tiempo hacia debajo de la alfombra de la vida. 


Y un día, todo estalla en motas de polvo. 

lunes, 13 de julio de 2015

el té



El otro día hablábamos de unas cosas... ¿sabías que el universo se expande? ¿y que la muerte de la vida existente en  nuestra galaxia (al menos la que tú y yo conocemos) se dará porque llegará el día en que todo estará demasiado alejado entre sí en el universo y el calor del Sol no llegará a la Tierra? 

Los astros están enfadados. Quieren hacer su camino. Han visto que el universo es infinito, que no tienen por qué permanecer en el sitio, que pueden alejarse, recorrer años luz de desconocidas galaxias unidas por agujeros negros que se encuentran en las pecas de los pelirrojos y han decidido hacer la suya. 

Estuvimos hablando sobre la muerte fría durante un largo rato. Y de repente, me entraron ganas de acostarme, de cerrar los ojos e imaginar que flotaba como un ente más en alguna clase de armonía en el espacio ese que no tiene fin, ni principio. 

Aunque podría empezar en ti, por empezar. 

Al final me recosté sobre un puñado de cojines intentando estar tan callada como para poder sentir cada una de las pequeñas, cortas e irrisorias corrientes de aire que entraban por la ventana y me rozaban la nariz como si me la acariciara uno de tus finos dedos.

Pero no eran tus dedos.

Cerré los ojos para evitar que mi estado mental se distorsionara por el campo de visión del techo y de algunos de ellos hablándome como si aún les escuchara. Ya no estaba ahí. Estaba flotando en algún lugar del universo que no se podría localizar, pues de sobra se sabe que los lugares infinitos no tienen mapas que los recojan.

Y así, tumbada sobre aquel hueco de la habitación llegó el inicio de mi muerte fría.







jueves, 14 de mayo de 2015

Por FAVor, quiero decir: AMOR

Había una vez un hilo púrpura que se había creado hacía mucho, mucho tiempo, e iba uniendo a personas sin que ninguna de ellas se diera cuenta. Era un hilo que se alimentaba del amor que se profesaban algunos humanos, un número limitado, a lo largo del mundo. Y los iba uniendo y entretejiendo una especie de tela de araña a lo largo del globo que era invisible a las personas pero muy visible a los astros que reinaban en la galaxia. Cuanto más crecía el hilo, más longeva era la esperanza de vida del astro del Amor. 

Un día, Amor se había levantado cabizbajo porque su vida se acababa por momentos. Sentía que los huesos le pesaban; que la gravedad, fuerza que nunca había sentido en sus millones de años luz de vida, empezaba a ejercer una especie de  atracción hacia él que le arrastraba hacia el espacio vacío que existía bajo sus pies. Oscuro. Infinito. Cuando un astro caía, no volvía a aparecer por allá.  Nadie sabía lo que había, y desde luego nadie había ido a investigarlo. Era un misterio como cualquier otro de la vida. Como por qué hacer pompas de jabón relaja a las estudiantes, o quién había dicho que las flores se podían juntar en ramos efímeros y cortados.

Pero aquel día no fue un día cualquiera. Cuando Amor se sentó en la silla de su escritorio y apoyó la cabeza en uno de sus brazos para mirar con aparente aburrimiento hacia la Tierra, vio que la luz púrpura parpadeaba. SE quitó las gafas y se fregó los ojos. Volvió a mirar. Efectivamente, la luz volvía a aparecer y desaparecer. Se volvió a poner las lentes y con sumo cuidado amplió su vista hacia la Tierra. Quería no perderse ni un detalle de lo que allí ocurría:

Dolores había llamado a María para decirle que le había enviado un cheque junto a una rosa con el dinero que ésta necesitaba para operarse. María no supo que decir, no podía decir que no. Pero, ¿qué se dice ante algo tan grande? Pensó María. Ambas lloraron, desde la soledad de sus casas. Una por una cosa y la otra por muchas otras. María acabó aceptando el dinero y pensando qué cosas buenas se estarían haciendo por la Tierra en aquel momento. 

El hilo corrió y corrió hasta otro país donde una buena amiga le había regalado a la otra un año entero de Spotify Premium y un estupendo álbum de fotos de las dos. La razón, es que la recibidora del premio le había encontrado trabajo en una pequeña empresa de publicidad a su buena amiga, que había encontrado el equilibrio personal que necesitaba en aquel lugar. 

El hilo siguió corriendo. Marcos estaba sentado en el jardín de su casa mientras escribía muy relajado una carta de amor para Claudia, que se iba de viaje muy lejos y a la que no pensaba volver a ver en mucho tiempo. Encontró a un niño que pasaba por allí y le dijo que a cambio de entregar su carta, le daría el deseo que él quisiese, pues Marcos tenía mucho dinero, aunque pocos amigos. El niño, Pere, había accedido a entregar el pedido pero lo único que le había pedido a Marcos es que le dejara remojarse en su piscina algún día. Hacía mucho calor en la ciudad y una piscina era un lujo que pocos podían darse. Ambos cerraron el trato sonriendo. 

Claudia recibió la carta. Aunque ya estaba en el aeropuerto camino a tierras europeas. Echó algunas lágrimas de amargura. Por supuesto que quería a Marcos. ¿Cómo no se había dado cuenta? Así que cuando llegó a su destino creó una empresa que se dedicaría a permitir a sus usuarios llamarse mediante hologramas y recibir cálidos abrazos y húmedos besos como si la realidad fuera de otro material. Fue una gran iniciativa que unió a muchas personas  y las hizo muy felices. Claudia y Marcos no fueron una excepción. 

Laura, otra de las usuarias del invento de Claudia, hizo un viaje holográfico a Kenia, tras el que decidió, al darse cuenta por fin de la situación, adoptar un niño huérfano. El niño no era tan niño, ya tenía doce años. Le llamó Esteban. Pero junto a su nueva madre pudo tener todas las necesidades cubiertas básicas (y otras no tan básicas).  Esteban creció enamorado de la vida. Tanto, que cuando pasaron los años y María fue a su clínica llorando de la emoción porque le habían dejado el dinero para operarse, decidió no aceptar su dinero, operarla de manera gratuita, y enviar el dinero a un centro de niños que, como él, no habían tenido demasiada suerte en su infancia. María se lo contó a Dolores, y ambas insistieron en invitar a Esteban a cenar. Se hicieron grandes amigos. 

Amor estaba atónito, no podía seguir la velocidad que había adquirido el hilo púrpura en los últimos diez años de su vida en la Tierra y sus tres últimas horas atendiendo al globo terráqueo. De repente, respiraba fuerte y acompasado. Los huesos no le dolían, se sentía ligero. Su vida ya no pendía de un hilo.