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jueves, 14 de enero de 2016

Utopías•Asutipo

En mi mundo ideal uno no "consigue" un trabajo. No lo encuentra. Es el trabajo el que encuentra a uno. Todos servimos para algo que hacemos realmente muy bien. Mejor que nadie. 

A partir de esta reveladora aunque ancestral premisa, el primer paso es descubrir qué es eso que se nos da realmente bien. Sin dejar de aprender o de intentar. Sólo centrándose en el camino que lleva a cada uno por diferentes senderos. Sin prisa, sin detenimiento. 

Los colegios no existen como tal. Existe la meditación, el compartir en grupo, la independencia prematura y las personas-guia. El Dalai Lama dijo una vez que si enseñáramos a meditar a una generación mundial de niños de 8 años erradicaríamos la violencia en tan sólo un año. 

No existe el trabajo obligatorio, existe el sentirse necesario para la comunidad. ¿Comunidad? Pueblo, país, compañeros y compañeras. Quien sabe el vínculo que se crearía o donde descansarían las líneas que servirían para defender diferencias y compartir similitudes entre naciones, familias... 

Las parejas ya no serían parejas. Las familias se formarían por una dos o tres o cuatro e incluso cinco individuos vinculados a un casamiento. Heteros, homosexuales, qué más da. Ya no hay nombres malditos. Sólo rostros.

Personas que se aman. 

Viajar sería gratuito para todo el mundo, en aras de borrar las fronteras y construir los vínculos afectivos entre almas de todas las formas y culturas. 

La galaxia estaría abrazada por miles de satélites que enviarían continuamente mensajes de amor, paz y respeto al resto de galaxias y al universo entero. Que si bien se desconoce, nadie puede evitar sentirlo.




Texto extraído de "La noche en que María descansó sobre un alambre pendido en el cielo y enganchado a dos altos edificios"