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domingo, 28 de agosto de 2016

Fósforos

El amor, la salud, el trabajo (que equivale a dinero o a la virtud, o a ambos a la vez), la paz (interior, obviamente), la felicidad, el letargo de la espera terrenal o, sencillamente, una incalculable fe hacia lo que no se ve, ni se oye, pero indudablemente se siente.

Estas son algunas de las cosas que la gente (que lo piensa) espera de esta vida. Los que no lo piensan, alabados sean ellos por su ignorancia bendita, serán lo adecuados para formar el escenario de Los Conscientes. Actores de poca monta que sonreirán o llorarán mientras no se lamentan de nada más que cualquier superficialidad, seguramente obscena.

Mientras tanto, los conscientes se engañarán a sí mismos creyendo que su vida tiene algún sentido porque así se han encargado ellos mismos de dárselo. Los otros conscientes, los perdidos, acabarán seguramente borrachos o escritores (o ambos sucesivos), arrodillados en el muro de las lamentaciones de la vida. Quién sabe si lloran de miedo o ríen sarcásticos ante este juego en el que nadie más que dos o tres ascendidos consiguieron ganar la partida.

Hablo de Jesús, por supuesto. Buda. Pepe Mujica. Pocos más.

Darle sentido o no, no hace menos lúgubre el camino. Pero lo alimenta de emoción y pasiones, dos de los sentimientos que más adeptos tienen cada día.

Y no hablo de los dependientes de las drogas como la felicidad o el victimismo estudiado. Hablo de los que sólo sienten que viven si sienten. Precisamente. Esos locos que esperan y aceptan de buen grado que cualquier mínimo atisbo de crisis (cambio), les resulte como una bofetada de vida.

Extraño, ¿no es cierto Cigarrita? En cualquier caso, se refugien donde se refugien los Conscientes, no quedan libres de la ironía del vacío existencial.

Por mucho amor que uno acepte y regale, o salud que rebose, algún día el peso del tiempo le revelará lo que siempre se encargó de esconder.

La vida tiene el mismo sentido que una caja de cerillas.