- ¿Por qué?
- Porque nunca cerré ninguna puerta mientras estuvimos juntos
- Bueno, estás totalmente perdonada
- De verdad
- Está bien, no te preocupes. Oye, debo colgar
- Ah, sí, vale
- Cuídate mucho, ¿si?
- Claro. Gracias. Tú igual
Hubo un silencio, y después el sonido de la línea telefónica.
Carla colgó y se quedó mirando el teléfono como si esperara algo más. Luego pensó que ya no quedaba mucho más por venir. Se sintió en parte aliviada y en parte triste. Pero una tristeza de esas que llega imprevista cuando una historia se cierra, y trae una especie de vacío. Como el del teléfono cuando un interlocutor cuelga antes que el otro.
Se sirvió una copa de vino y se sentó a releer algunos de sus escritos. No se concentraba. Salió al balcón a fumarse un cigarro mientras buscaba la Luna en el cielo que empezaba a oscurecer. Ni rastro.
¿Por qué nunca reconoció, mientras estuvieron juntos, que no se cerraba puertas?. Quizás no lo sabía, pensó. Pero en realidad sí que lo sabía. Lo sabía muy bien. Conocía esa sensación suya que le sobrevenía cuando cruzaba una mirada con un desconocido, o leía ofertas de trabajo en Medellín. Ni siquiera sabía colocar Medellín en un mapa, pero eso no le parecía razón para no enviar su currículum a aquel lugar, estuviera donde estuviera.
Recordó todas las veces que había sentido que se estaba ahogando. Que le faltaba el aire.
Lentamente la tarde caía. Carla recogió un pañuelo y se lo puso sobre los hombros mientras seguía fumando un cigarro tras otro.
Quizás le daba miedo saberse conocedora de su futuro tan joven, y por eso decidía lanzar los dados de vez en cuando para ver cómo caían. Quizás no tenía ni la más remota idea de lo que quería, y por eso seguía sin decir ni que sí ni que no ante cada ocasión inesperada que la vida le presentaba.
Se sentía mal tras el llamado.
Creía que el perdón le haría bien, sincerarse. Pero no sentía nada bello en su interior (como esperaba al principio).
Se sentó sobre la mesa del balcón, cansada. Ya se había acabado el último cigarro, y aunque le hubiera gustado seguir fumando y aumentar aquella sensación de mareo, prefería no moverse de casa. Cogió el "Mellon Collie and the Infinite Sadness" y lo puso en el reproductor. Eligió a conciencia el CD, en realidad solamente quería escuchar 1979, pero le gustaba la sensación de esperar algo que sabía que llegaría antes o después.
El comienzo del LP la hizo sentir rabiosa, casi enfadada. No sabía por qué su vacío se había convertido súbitamente en un enfado, ni tampoco la razón del mismo.