Pongamos que de fondo sonaba Los Invisibles, de Ismael Serrano.
Para invisibilidad la nuestra. En medio de una cierta oscuridad, cómplice de nuestras conversaciones y vicios, ha irrumpido una Luna tan bella que la conversación se ha detenido y nos hemos puesto a contemplar el momento ese que no iba a volver. La Luna ascendiendo, lenta y gigante. Las olas más ruidosas que nunca en nuestros oídos, y esa canción de fondo que no paraba.
U contaba anécdotas, como cuando fue a celebrar la Navidad con su hermana, el año en que ella trabajaba de camarera en un restaurante a orillas del mismo mar que ahora contemplábamos. Hizo un picnic con la mamá de ambos, acompañando en las sombras a su hermana e hija el día más cálido del año, a pesar del frío de afuera.
L hablaba también de como ella y su hermano se escondían a horas intempestivas en el armario de la habitación grande a ver en una pequeña tele su serie favorita. Sus papás nunca sabrán la razón de los bostezos de ambos niños todos los jueves a primera hora.
Solamente el hilo de voz del narrador y el estruendo de risas de a continuación rompían aquella atmósfera que el oleaje había creado.
Yo he recordado momentos en los que hubiera deseado vivir éste.