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martes, 1 de marzo de 2016

I don't wannna be your hero(ine)

No sé si es porque mis sábanas son de monstruos, o porque tengo la habitación nueva empapelada de cosas bonitas. 

Quizás es porque hay una canción al día. O porque comparto sofá, casa y película con la persona adecuada.

¿Tendrá que ver con Rayuela? ¿Con que salgo a correr? 

A lo mejor la clave son las pequeñas escapadas de la (otra) realidad. Ir a la montaña en un coche pequeño, con aire natural y música reggaeton

Puede que sea por ese momento mirando la ciudad desde las alturas, subida en un balancín. 

Pero These Days de Nico suena en bucle y no puedo.... no puedo, 


dejar de asentir a la vida con una media sonrisa.



jueves, 17 de diciembre de 2015

Las mañanas.

Por primera vez desde hacía días, tenía una mañana para mí.

Madrugué.

Sólo para ver a los niños de las manos de sus madres, padres, hermanos o abuelos ir al colegio.

A lo largo del día se van sucediendo los olores de las horas. Y el de las ocho de la mañana me inspira unos sentimientos muy especiales. Limpios. El del café se mezcla con el del sueño, y juntos impulsan a las ganas, que se deslizarán minuto a minuto hasta que llegue de nuevo la hora de acostarse, y las ganas hayan desaparecido paulatinamente y el olor a café haya mutado en un olor a gastado, a cansancio, a desgana. El de las doce, el cambio de un día en otro, es un olor absolutamente antagónico al de las ocho de la mañana. No sabría expresarlo mejor. 

Me senté junto a la ventana, con la bata anudada con todas las fuerzas del frío mañanero en diciembre, y el tazón con el café apoyado en las rodillas.

La gente caminaba, al otro lado de la ventana, con prisas. Por llegar, por vivir, por acabar. Quien sabe. No me gustan las prisas. Según el calendario chino estoy en mi cambio de año, por lo que ahora mismo soy muy vieja de alma. Quizás tiene que ver con eso. 

Me puse la música y flotaba por toda la casa. Junto al baño de luz que otorgaba el sol, creó un ambiente de ensueño de esos que duran pocas horas y que suele romper una llamada de teléfono o un mal pensamiento. Un momento de esos por los que vale la pena vivir. Unas pocas horas de tranquilidad, sosiego y descanso. 

Me acerqué a la biblioteca. Recorrí con las manos los lomos de los libros. Me apetecía leerlos todos. También se me ocurrió hacer un poco de ejercicio sobre la esterilla junto a la gran ventana el comedor. 

Finalmente, decidí seguir recostada en el sofá. Mirando a la nada. Pensando en apenas nada. Escuchando la música recorrer la casa y mi cuerpo. 

Sentir los latidos de mi corazón. Como el galope de un caballo que lleva horas haciéndolo y ya no siente el golpe del suelo contra sus patas. Ya no siente más que el viento en el hocico. 

Se pasaron las horas. Alguien dirá que no hice nada ese día. 

¿Qué hicieron ellos? 



sábado, 24 de octubre de 2015

Cuarteles de Invierno




¿Qué lleva esa medicina que hace que todos los males desaparezcan durante un periodo de tiempo? 
Lleva música. 

Ir de concierto es la práctica moderna más parecida a ir a misa. 
¿Por qué pensáis que estoy loca? 

Entramos, todos en fila y en grupo, los escenarios no están hechos para poco público. 
Se apagan las luces de la normalidad y se encienden las de la vida. Empieza la fiesta. 

Los músicos a veces se drogan con cocaína. Pero otras se drogan de adrenalina, música y sintetizadores. En cualquier caso no me importa lo más mínimo. Yo sólo quiero sentir lo mismo. 

El cantante apenas habla, pero se mueve y hace aspas con los brazos, cierra los ojos y se deja llevar para que su voz nos mezca al público también. 

Las luces rojas dejan un aura infernal, un lugar donde no se puede vivir, pero al que todo el mundo queremos llegar en algún momento de nuestras vidas. 

Nadie habla. Ojos abiertos y oídos corriéndose. Voz, guitarras, sintetizadores, un dolor en el pecho que es el rebote de la batería. Las baquetas son unos dedos repiqueteando nuestros corazones. ¿Hay alguien ahí? Oh dios mío, por supuesto que sí. 

Y los codos a noventa grados. Olemos a Rexona o Nivea o Axe o a toda una mezcalina* de desodorantes, tabaco, sudor, cerveza y algún que otro rastro de humedad que se siente en el ambiente entremezclado con el humo de los cañones. 

La oscuridad nos abraza. Palmeamos porque con las palmas alimentamos el momento. Unos siguen a otros y los demás se contagian. Y allí arriba es otro mundo. 

Nos duelen las comisuras de sonreír. Y el alma... el alma nos duele de sentir, cojones. 

Nos acordamos del que nos dolió hace años. La que nos quiso ayer o, a veces, nos acordamos del que tenemos al lado porque es precisamente la persona con la que queremos estar en ese momento musical.

Todo se rinde a los pies del esqueleto de hierros que sube a los bienaventurados a cantarnos al oído lo que siempre sospechamos, pero nunca acertamos a describir: 

Que la música es la religión de nuestra fe, la banda sonora de nuestras insignificantes e imperfectas vidas.






*Palabra Inventada