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jueves, 8 de julio de 2021

martes, 21 de noviembre de 2017

Valeria y la soledad

Un día Valeria se despertó feliz.

Nunca había sentido esa serenidad llamada felicidad. No es que estuviera eufórica, no canturreaba por la calle ni sonreía a todo el mundo con cara de estúpida. No era eso.

Pero ella se levantaba y se sentía feliz.

Cada mañana, cuando se cepillaba el pelo frente al espejo, o se miraba la cara cambiar, día a día, mientras se convertía en adulta. Esa era la señal. Las facciones de la cara se modificaban y daban lugar a una nueva persona que la miraba desde el otro lado del espejo, con cara de expectación y una leve sonrisa. Ella no podía sino sentir una inmensa sensación de respeto.

Sin embargo, a pesar de la felicidad que sabía que la abrazaba, se sentía sola. No le hacía mal, como hubiera podido pensar en otras ocasiones. Tampoco esa era la causa de su felicidad. Pero se sentía sola.

No tenía relación con sus amistades, escasas pero justas, certeras. Tampoco con sus idas y venidas por la ciudad enorme y temblorosa. Ni con su relación con los libros que semanalmente engullía como una fuente de conocimiento y sentido de la vida. No tenía relación tampoco con quien dormía a su lado cada noche.

Se sentía sola porque cuando se miraba al espejo, esa otra persona que la miraba y a la que ella respetaba cada vez más, le recordaba que estaba sola.

Saberse solo en este mundo no es tampoco una novedad. Nacemos y caminamos hacia la muerte con una única sombra como compañera inseparable.

Pero para ella reparar en aquel pequeño detalle de su existencia era notablemente importante en su estado de felicidad. Casi una necesidad.

Y así, iba y venía entre quehaceres del día a día, caras conocidas, amistades y demás obligaciones sociales que cualquier mortal inmerso en el mundo común y corriente de una ciudad intermitente encontraba en su día a día.

Pero siempre, al llegar a su casa, encontrarse en espejo del ascensor, se miraba y lo veía al instante: soledad.


viernes, 10 de febrero de 2017

La vuelta

Como Ludvik, he llegado a pensar que yo mismo también empecé a renegar de aquella pequeña ciudad/pueblo que me vio nacer y crecer, y en la que pasé parte de mi juventud. 

Bien, realmente no sé cuánta parte de mi juventud pasé, porque no comprendo aún en qué momento me hice adulto. 

Ni siquiera sé si lo soy aún. 
La La Land

Sigo esperando a levantarme un día con la espalda recta, frotarme los ojos, y darme cuenta de que el mundo es distinto. Después pensarlo mejor, y ver que no es el mundo el que está diferente, sino yo mismo. Y entonces, es cuando espero darme cuenta de que me he hecho adulto y que ya sólo queda la nada. 


...

Lo cierto es que llevo sin volver a Cestollan más de tres años. 

Aún recuerdo aquel último mes frenético, en el que apenas podía dormir. Tenía la maleta medio hecha, rodeada de miles de cosas que nunca utilicé y que al final acabé metiendo. Dormí toda aquella última etapa junto a ella, viéndola. Ni un minuto viví el presente, sabiendo que cada vez quedaba menos para la partida. 

Recuerdo cómo mi cuerpo quería quedarse en el coche y no salir cuando llegamos al aeropuerto. Aquellas lágrimas durante horas en el avión, hasta que apagaron las luces y me dormí pesadamente sobre el cristal de la ventana. 

Debería volver a mi ciudad. Por supuesto, hay muchas cosas que me hicieron feliz allá. 

Sin embargo, si pienso en una vuelta definitiva, algo empieza a subirme por la boca del estómago y una opresión se apodera de mi cuerpo. Siento que vuelvo a una especie de tumba, donde la gente se ha conformado con lo que le ha caído y que las mismas caras me mirarán y evitarán por las calles estrechas y aburridas. 

Que todas las historias serán nuevas pero repetidas (una especie de sísifo en la vida vacía y perpetuamente cómoda). 

Pero, por otra parte, me veo paseando por las calles donde sentí mis primeros anhelos, donde caminé mis primeros pasos y leí mis primeros cuentos. 

Entonces siento calor y una urgente necesidad de que me abracen. 

No obstante, al final de este pensamiento mi mente siempre vuelve al mundo que dejé: la vida ansiosa por el futuro y deprimida por el pasado que tenía. Y entonces mis piernas tiemblan y quieren salir corriendo.

Como en su día no quisieron moverse. 



Estesegundoqueestápasandoyanovuelve


sábado, 23 de julio de 2016

El machismo mata. Ellas van a empezar a matar.

Éramos las mejores.
Éramos las peores.

Tomábamos los datos de internet, la Lola pinchaba la fuente y extraía las bases de datos sin que nadie se fijara nunca en ello.

Escogíamos a las (próximamente-víctimas) que más denuncias tenían. Aquella noche le tocaba a una escoria humana que tenía orden de alejamiento y la había incumplido hacía menos de una semana para ir a insultar y menospreciar a su ex-mujer.

La pareja tenía cuatro hijos, que vivían con ambos pero esa vez le tocaban a ella.

No fue nada difícil, de hecho es demasiado fácil.

Fuimos con mi coche. Nos quedamos revisando la casa desde las 22 de la noche. Mientras una vigilaba el rellano, las demás subíamos al departamento.

Siempre intentábamos que estuvieran dormidos.

Entrábamos sin forzar la cerradura. Eso era lo más difícil y lo que más tiempo nos había llevado lograr pasar desapercibidas.

Mientras una de nosotras se quedaba en la puerta de la habitación vigilando que durmiera, las demás derramábamos toda la sangre de nuestras entrañas por la casa.

Lo teníamos milimetrado. Sabíamos donde íbamos a ponerla: cocina, armarios, sofá, tele, puertas.

Llevábamos siempre armas, pero en esas situaciones nunca las utilizábamos.

Les dejábamos el mensaje en la puerta principal de la casa. Imposible no verla antes de salir.

El scratch no nos gustaba demasiado, no era efectivo. Pero los acojonados se cagaban y algunos hasta desaparecían.

La segunda parte era más intensa. Dependía de como se levantara La Loca.

Podía ser una violación, con mazos y porras de policías, o podía ser una tortura de cualquier tipo, pero normalmente no eran físicas.

A la tercera no había aviso.


"Si la tocas, serás una escoria menos en este mundo"


Algunas pasaban dos años en la cárcel, tres, algunas cinco. Nadie se arrepentía.
Nadie se arrepentía.
Nadie se arrepentía.

martes, 17 de noviembre de 2015

EL NOTICIERO

Un día, en un país muy lejano, una persona que se sentía mucho (se sentía, sí, de sentir-se), decidió darle sentido a su existencia y de paso a la de muchos otros creando un canal alternativo de noticias. Algunos pensarán si esta podría ser la razón de la existencia para alguien, pero, ¿de verdad? Cualquier cosa da razones para vivir a la gente, hasta la ropa lo hace. ¿Por qué no iba a hacerlo un canal de noticias? ¿Y si, además, las noticias son realmente reales? ¿Existe la realidad? Por supuesto que no. Pero existimos nosotros, los simples mortales. Y nuestros actos tienen consecuencias. Y estas consecuencias producen otros que a su vez provocan de nuevo otras consecuencias. ¿Se... entiende?


Alguien tiene que contarlas. De la manera que sea. Cuantas más maneras haya, mejor. Pero este Canal de Noticias lo hacía de una manera especial. 

Ayer o un día de estos, emitieron el Noticiero. No siguen reglas de tiempo como horas, o días o semanas o meses. Hablan de Sueños.  "Hace sueños que ocurrió"-¿cuántos?-"No sé, Sueños".-Ahá.

Y las noticias se transformaron al momento en pequeñas notitas de papel cuadriculado rasgado de las últimas hojas de las libretas menos utilizadas en el colegio. Fueron traspasadas mano a mano, dentro de bolis o de puños cerrados, o lanzadas por el aire. Bajo las mesas, mano a mano, sin parar. Mano a mano. Mano a mano. Con este ritmo. Mano a mano, mano a mano, mano a mano. Como los latidos de un corazón que bombea porque no sabe detenerse. 

Las noticias llegaron finalmente a su destino. 

Un ser extraño, que sería una mujer pero a muchos les da asco decirlo, (pero a mi no), con una inteligencia desbordante, un sentimiento de la esperanza tan grande como su coño,  el cual le hacía gozar como nunca lo hubiera podido imaginar ni la mejor amante, y unas manos muy delicadas, recogió todas las notitas. Y las abrió. Se las metió en la boca. Y las guardó en la garganta. Y ahora las grita. No sé cuantos Sueños después. Las grita y suenan en los canales de Venecia, en el mar sin olas y en tu puta cabeza. Y yo las traigo aquí: 

"En el Sueño de hoy, la Niña que nunca sacaba dieces. Una niña, de aspecto normal, vida normal, colegio normal, ropa normal. Nunca ha sacado un diez. Todo el mundo está esperando que lo haga para poderle recordar cuando lo consiga que nunca antes lo había hecho. Pero ella nunca lo hace, nunca saca un diez. Ni un nueve. Ni un ocho. Y tiene una vida rodeada de muñecas y carritos que pasea por el jardín. Tiene bolis de todos los colores y las libretas más blancas. Estudia. Pero nunca saca dieces. Nunca saca más de un seis. Haga lo que haga, siempre un seis. Siempre mediocre. Siempre os recuerda lo mediocres que sois.

En el Sueño de ayer, una mujer ha decidido estudiar Historia. La palabra más bonita no por lo que significa. Sino por la Hache gigante y amurallada que tiene al principio. Mírenla: H . ¿Acaso no es la más linda del abecedario? La puta hache de Historia. Y la mujer va a estudiar historia. Porque se le antoja que no entenderá de otra manera el mundo que le rodea. ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué ha ocurrido? No para de preguntarse. Pero le va a resultar difícil contar los Sueños que han pasado si no lo hace a través de las vidas que han ido sirviendo como leña al fuego que nos da la vida. 

En el Sueño de cuando tú quieras, un susurro en la brisa marina nos revela que la distancia es proporcional al grado de odio entre los seres inoumanos. El entendimiento y el amor se rompe con las tijeras de la distancia. Se cortan los recuerdos y los lazos se deshacen y los conocidos se convierten en desconocidos. Las noticias se encallan en las escolleras del tiempo. Las manos no se entienden. Se huele la diferencia. Aparece el odio. "

Y tú me la has vuelto a hacer. Eso lo dice el sueño de última hora. Me voy a dormir entre comillas. 
DeNada.

lunes, 21 de septiembre de 2015

Más-o-menos-bien

Yo salí a hacerme un último cigarro antes de entrar a despedirme e irme a casa. Era tarde ya, y no había bebido demasiado. (Sí, esos momentos en los que no ir suficiente borracho es el problema). Saqué el paquete y al verlo vacío lo estrujé en mi mano con rabia y me acordé de la pobre madre de Carla, que me había robado el último piti para hacerse un porro (Carla, claro. No su madre). 

Odio, odio cuando no recuerdo que ya no me quedan cigarros y tengo que decirles a mis pulmones que se esperen, que la nicotina va a tardar en llegar y que hagan lo que puedan para distraerse mientras tanto, como respirar.

Me giré a pedirle un piti al primer tío que vi a mi lado. Cuando un tío le pide un cigarro a otro tío en la puerta de una discoteca y ambos se encuentran solos, se crea una especie de vínculo de desprecio-por-todo-lo-demás en el que un cigarro es la mejor manera de cerrar una relación de amistad fuerte y efímera que dura lo que duran diez caladas. La primera con mas ansia. Al igual que la última. Como ocurre con el hola y el adiós. Está todo medido, no lo digo yo. 

Me giré a que el pavo de al lado me diera un cigarro en su infinita sabiduría de no regalar cigarros a sus amigas porretas y a odiar al mundo dentro de la discoteca, y así ocurrió: yo le pedí el piti, él me miró, sacó uno de su paquete, y me medio sonrió. 

Empezamos a fumar mirando al frente. Yo le dije que me llamaba Éric y que a veces quería que todo el mundo desapareciera y me dejara más espacio en la Tierra. Él me contestó que ojalá nunca me sintiera solo. Creo que no nos entendimos el uno al otro, pero íbamos medio borrachos y medio fumados. Así que supongo que era era la máxima conexión a la que podríamos llegar. 

En la cuarta calada apareciste tú. Doblaste la esquina y los dos nos quedamos mirándote. Tu camiseta blanca pegada, la falda volando directa hacia nuestra imaginación (puedo hablar por el otro tío, estoy seguro). Y las zapatillas esas extrañas del universo que llevabas. Dios mío, menuda friki (pensé). Y después me di cuenta de lo buena que estabas. 

Tú venías directa hacia nosotros y empecé a sentirme incómodo. Cerré mi mente de las personas como tú, que tienen ojos que perforan cabezas, y me quedé mirándote sin abrir la boca. Llegaste y le dijiste:

- Eh, Marcos, mis amigas se han pirado. Carlos es gilipollas, y yo paso de toda esta mierda y me voy a casa. ¿Y tú quién eres?- Me miraste preguntándome como si estuviera preparado para hablarte. 

Marcos dijo algo con muy poco sentido, te dio un beso en la frente, una palmada en la espalda y se largó tranquilamente arrastrando los pies por las aceras. Tú te quedaste mirándome y me pediste cigarros. Te dije que el que me fumaba era el último y te lo ofrecí. Te lo acabaste en dos caladas. 

Te dije que me iba a casa y me quisiste acompañar. Bajamos por Gràcia hasta la parada del autobús. Allí nos sentamos a esperarlo y a hablar de la vida de mierda que teníamos. Hasta que en algún momento me comiste la boca y me marcaste un gol por la escuadra que aún estoy viendo desde lejos. El bus llegó, paró, y se fue. Nosotros seguimos sentados comiéndonos las bocas. Como si nunca lo hubiéramos hecho. Como esas cosas que uno al día siguiente ni siquiera quiere recordar porque le da vergüenza. 

Después de dos autobuses nos levantamos y te propuse caminar. Llegamos hasta mi casa, que estaba más cerca. Di por hecho que ibas a entrar, y tú diste por hecho que yo te iba a invitar. 

Después del polvo raro nos quedamos mirando hacia el techo como quien se ha vuelto loco y de repente vuelve a ver con lucidez. Con ojos que suplican perdón y manos que suplican cigarros. 

- Tío, deberíamos montarnos una banda. ¿Tú sabes tocar algún instrumento?

Te dije que no, y me dormí. Yo diría que pasé un brazo por tu barriga y me quedé dormido así, abrazando tu cuerpo mientras tú seguías mirando al techo.

Y al día siguiente ya no estabas.

Mi vida se reduce al contenido de este disco