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martes, 19 de enero de 2016

Que me voy

Si sopesáramos las decisiones sentados en una mesa, juntando las manos bajo la barbilla y mirando al vacío, te aseguro Cigarrita, que no nos lanzaríamos ni a la mitad de aventuras.

Por otra parte, evitaríamos también un gran cúmulo de fracasos a los que a veces estamos destinados en el mismo momento en que los ojos nos brillan, la cabeza dice no y el corazón sí ante las estúpidas e innumerables ideas a las que nos arrastra la vida.

Pero Cigarrita, ¿qué sería de nosotros sin nuestros chichones? Las tiritas cubriendo heridas, el corazón amoratado, el cerebro envuelto en paños de paciencia. 

No me he sentado ni un momento a meditarlo. Es que no puedo. Hay cosas que no se pueden. Simplemente suceden. No sé quién me dijo una vez que no podía dar respuesta (ni siquiera una respuesta ilógica) a todos los acontecimientos. 

Pues bien, ahora lo entiendo. Este es uno de ellos. 

Ha sucedido. Me ha sucedido.

¿Cuánto tiempo? ¿Cómo será el balance? ¿Qué pierdo? ¿Qué ganaré? Imposible saberlo. Y doy gracias.

Las dudas me asaltan. Vienen por detrás, me empujan por un lado y otro. Me esperan en la cama. En el sofá, ¡en la bañera! Lejos quedaron aquellos momentos en los que se dignaban a llamar al timbre y yo podía decidir si les abría mi puerta o no. Ahora se abalanzan. Me están mirando como escribo este texto.

De verdad te lo digo, Cigarrita, que somos más dueños de nuestros destinos de lo que nos creemos. 

Pero eso no quiere decir que podamos impedir o provocar el devenir

miércoles, 9 de diciembre de 2015

t r e n e s

Me desperté sudando.

Recordaba el sueño escena a escena.
Como quien recuerda la primera vez que no le correspondieron un "te quiero".


Un tren viajaba paralelo a la carretera, en dirección al Oeste.
Yo corría a su lado. Pero lejos.

Por el camino iba dejando caras,
estúpidas que se han cruzado en mi camino,
relamidos que ni siquiera importan.

Ropa,
recuerdos,
todo.

Todo se iba quedando atrás,
lo iba sacando de mí.

Me quité la ropa.
Y me quedé en bragas.

Sentía las piernas fuertes,
no me cansaba.

Pero el tren aceleraba,
y aceleraba.

Yo lo intentaba pero era imposible.
Cada vez me dejaba más atrás.

Yo acababa de dejar un recuerdo,
cuando me dijeron que escribía ritmo.

Pero ni aún así viajaba lo suficiente ligera.


Hasta que empecé a correr detrás del tren.
No a su lado.

Intentaba no parar, a pesar de todo.
Pero ¿qué sentido tenía?

Ni Galeano consiguió convencerme.

Miraba atrás y me daba miedo
recoger lo que ya no me pertenecía.

Miraba adelante y lloraba
al pensar que nunca lo lograría.

Y desperté.
Las manos sudando,
como esperando un te quiero que nunca llegará.

La Isla Bonita (2015)