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jueves, 27 de agosto de 2015

I digue'm, quin va ser el teu primer record?

Cuando llegué al patio Paula Llaves ya estaba allí. Había otro chico, Nico. Estaban arrodillados en el suelo, mirando algo. Me acerqué a duras penas, corriendo como podía tropezando con las piedrecitas, pero sin caerme al fin y al cabo. 

- Hola
+ Hola Carla, mira, mira Carla. Mira lo que tenemos. 
_¡Carla! ¡es un caracol!
- ¿Un caacol?
+ Sí! Y mira, mira como se mueve. Está pegajoso, tócalo Carla

Nico me cogió el dedo y lo arrastró hasta el viscoso cuerpo del caracol. Lo aparté rápidamente. Luego lo volví a acercar, yo sola,  y lo toqué un rato más. 

+ Lo voy a chafar

Los tres nos levantamos sin decir nada. Y, de repente, Nico lo chafó. La casa-concha se hizo pedazos. Había algunos por el suelo, pero la gran mayoría se habían quedado pegados en la babosa del caracol. 

Paula Llaves pisó otro, así sin avisar. Aún estábamos boquiabiertos mirando el primer caracol. Nuestros piececitos no tenían mucha fuerza. Pero la suficiente. 

Había un par de caracoles más, justo debajo de la planta. Pisé el tercero. La pisada sonó viscosa y débil, como el pequeño chasquido de una rama al partirse. Nico acabó por pisar el último caracol.







Y ese es uno de los primeros recuerdos que tengo. No sé si tengo algo más hacia atrás. Ni cuál es el segundo recuerdo, por orden cronológico, que guardo. 

Pero sea por lo que sea, una de las primeras cosas que enseño a los niños cuando entramos en clase es donde viven los animales como los caracoles. Y cuanto de importante es su cáscara. Todos asienten con la boca abierta. La misma que hubiera puesto yo, de haberlo sabido.