En nuestra primera cita tú estabas cagado de miedo y yo borracha. Tú trajiste a tu amigo del alma, para que pudiera sacarte de cualquier situación incómoda sin perder y que te asegurara con su presencia que no habías salido de casa sólo para verme a mí. Menuda cara se me puso cuando le vi sonriéndome, con cara de qué-guay,-hemos-quedado. Empezamos bien, odiándote.
Fuimos a aquel lugar que estaba de moda entre la gente molona. Los posa-vasos eran blancos y verdes, como pequeñas blondas de estilos variados y sencillos. Había sofás y sillones que cubrían el suelo viejo. Las luces eran tenues, pero igual nos veíamos demasiado bien. Las paredes forradas de papel con cenefas vintage.
Llegué más de media hora tarde. Vosotros estabais allí con cara ya de no saber, y la cerveza que me habíais pedido respiraba ansiosa en la mesa. La dejé tal cual estaba durante toda la noche. Quizás algún otro invitado aquella noche más ansioso por llevarse algo a los labios se la bebiera a mi salud.
Mis amigas me habían hecho la ola antes de salir de la fiesta para verme contigo. ¡Voy a quedar con el tío bueno! Era la primera vez que me ocurría algo así. No era ni de lejos la más guapa del grupo. Ni la más inteligente. Pero estaba avispada, y entraba en ese tipo ecléctico de chicas que suele gustar a los tipos como tú. No sabré nunca por qué.
No me acuerdo de qué hablamos ni reímos. La sensación es que me lo pasé bien, que la cerveza no me hizo falta y que la siguiente vez a aquella quedaste conmigo a solas. Fue una buena situación para empezar una historia. Una larga historia. Tal vez tú no recuerdes tanto aquella noche. Yo llevaba suficiente cantidad de vino en el organismo como para no olvidarlo y verlo todo con la intensidad que sólo propicia el brebaje del tintorro.
Te miraba mientras hablabas con tu amigo y seguramente se me caía la mandíbula. Tu pelo y tu estilo... parecías tan seguro de ti mismo. Durante los primeros meses en los que seguimos quedando no me pude deshacer de aquel pensamiento que nació la primera noche. Aquel que me decía a mi misma que no me encariñara. Que eras demasiado para mi y que había montones de chicas mucho más guapas y mucho más guays pisándote los talones.
Yo por aquel entonces tampoco confiaba mucho en mis posibilidades. Ahora piso más fuerte. Te miraba con la cara que se pone ante un espectáculo precioso y breve. Disfrutaba del momento. Aunque estuviera tu amigo para salvar las situaciones y aunque hubiera palabras a las que no me podía enfrentar, pues no era capaz de pronunciarlas. Estoy segura que la segunda vez que nos vimos parecí mucho más inteligente. Amplié mi vocabulario al menos.
Así empezaron unos primeros meses tortuosos. Las cosas no son lo que parecen. Si alguien aquella noche, me hubiera explicado que aquel momento era el inicio de algo muy grande, muy largo. Hubiera intentado empaparme más del momento. Te hubiera besado y no me hubiera quedado con las ganas (que es lo que pasó) y te hubiera contado que lo que más me gustaba hacer cada noche era subir al tejado a mirar estrellas.
Te miraba mientras hablabas con tu amigo y seguramente se me caía la mandíbula. Tu pelo y tu estilo... parecías tan seguro de ti mismo. Durante los primeros meses en los que seguimos quedando no me pude deshacer de aquel pensamiento que nació la primera noche. Aquel que me decía a mi misma que no me encariñara. Que eras demasiado para mi y que había montones de chicas mucho más guapas y mucho más guays pisándote los talones.

Así empezaron unos primeros meses tortuosos. Las cosas no son lo que parecen. Si alguien aquella noche, me hubiera explicado que aquel momento era el inicio de algo muy grande, muy largo. Hubiera intentado empaparme más del momento. Te hubiera besado y no me hubiera quedado con las ganas (que es lo que pasó) y te hubiera contado que lo que más me gustaba hacer cada noche era subir al tejado a mirar estrellas.
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