APARTADOS

domingo, 7 de junio de 2015

Clara de huevo

Hacía sol. No un sol abrasador. Pero hacía sol. De ese que te acaricia la piel pero acaba dejándotela reseca. Como si el calor penetrara en cada poro de tí y lo vaciara. Dejando pequeños volcanes que ya han explosionado y ahora se quedan así.

Salí a la terraza y puse una silla justo en el centro. Me senté. Sentía una especie de fuerza que me invitaba a cerrar los ojos y pasar a otro estado.

Notaba que los párpados me pesaban más que nunca y luchaba para que no se cerraran con todas las fuerzas del mundo.  Pero parecía una batalla perdida de antemano.

A causa de esto tardé en darme cuenta de lo que pasaba en otras partes de mi cuerpo. Y cuando me quise enterar giré la cabeza y dwscubrí asustada que mi brazo izquierdo había perdido todo su volumen. Apenas me quedaba un pequeño cilindro arrugado y una mano que parecía de algún animal exótico. Mi brazo estaba desapareciendo. Al momento, antes de que pudiera reaccionar, el derecho comenzó a estrecharse igual que el otro. Oh Dios mío.

Las piernas lo hicieron a la vez. No se esperaron la una a la otra. Las dos empequeñecieron hasta que tenía dos palos huesudos y arrugados que acababan en unas zapatillas escandalosamente grandes.
Los ojos seguían jugando a cerrarse. No daba crédito a lo que estaba viendo. Sentía miedo pero no podía moverme de la silla. Estaba siendo una espectadora de mi misma. Ocurría algo pero lo miraba como de fuera. Aún sabiendo que la que se estaba evaporando era yo.

Me fui deshinchando completamente. Una masa de ropas y pelo y nada más. Mi piel arrugada y vacía cubría algunos huesos y ya está. ¿Se me habrían llevado el alma? ¿Había sido el sol?

Seguí en la silla. No podía moverme y ya no me quedaba cuerpo. Había cambiado de estado y parecía que de un momento a otro iba a convertirme en un denso liquido que se colaría por las rajuelas de la terraza. Ya no podía hablar porque mi boca estaba deshaciéndose en un campo de barro que era mi cara. No podría gritar ni pedir auxilio. Iba a desaparecer.

Entendí lo que ocurría. Y sin más, cerré la lucha y los párpados y me entregué a la redención. Eterna o no, no tenía otra opción.

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