.
.
Cuando me di cuenta de que no era invencible, que las cosas me derrumban como al resto de mortales (y quizás más), de que no iba a salir todo siempre como yo quería, entonces y sólo entonces comencé a sentirme libre.
Libre de su recuerdo, libre de ideas preconcebidas, mundos imaginarios que nunca existirían, y pensamientos que se habían convertido en verdades.
Me sentí libre y mundana, no me sentía la peor. Ni mucho menos la mejor. Sólo me sentía real. Yo misma. Con todo mi caos envolviéndome y haciéndome flotar en ese mundo de verdades y mentiras que yo me había creado y en el que comenzaba a darme cuenta de la posición que tenían todas las cosas.
Tan sólo tenía que comenzar a seguir el camino que un día comencé a dibujar. Aquel en el que, a pesar de todo, seguía caminando y leyendo y me encontraba en ojos ajenos y en los ojos de siempre. Pero me encontraba nueva.
Sin mochilas pesadas de arrepentimientos o culpas.
Era un caos estable. Pero un caos al fin y al cabo. Y como cuando uno quiere deshacer el nudo para comenzar a trenzar la cuerda, me senté tranquilamente a la luz de una Luna muy chica y comencé a desenredar cada hilo e hilito.
Aún no he acabado. Pero cada vez está menos tenso. Cada vez está más cerca.
Cada vez estoy más cerca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario