APARTADOS

jueves, 25 de agosto de 2016

Estaba harto de Marta. 

Bebía sin pensar, me llamaba a horas intempestivas y me jodía las lecturas. 

De repente no sabía nada de ella en un mes, y un día llegaba corriendo a mi cama, se sentaba y fumando tres o cuatro (mil) cigarrillos, me contaba su noria de vida en la que sólo parecía importarle que alguien la quisiera. 

Siempre pensé que hacía lo que le daba la gana con su vida. Pero era demasiado irresponsable. Improvisaba y luego llegaba llorando porque los dados habían dado un dos en total. Ella siempre esperaba el doce. 

La vi llorar un día por sacar menos de un diez. 

¿Es que nunca estudió estadística? ¿Nunca estudió las situaciones antes de tomar decisiones? 

A punto estuve de no aceptar sus llamadas desde Australia. Dios bien sabía la que me esperaba. 

Estaba como una regadera, pero era ese atisbo de locura que sólo asoma entre los cuerdos tristes. 

Al final hizo de la ironía un estado invariable de su persona. 

Había empezado muchas cosas y había acabado solo una. Nuestra relación. 

Me costó entender que me costaría siglos dejar de quererla. 

Ella aún no ha llegado a ese punto siquiera. 

Qué voy a hacer contigo, cariño. Qué esperas de mi, terrible Marta. Anda a dormir. La noche es larga y oscura. 

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