APARTADOS

miércoles, 4 de abril de 2018

La raíz de Eme

María suspiraba mirando la Luna desde su pequeño balcón. Respiraba más fuerte de lo habitual, y no conseguía serenarse, como le ocurría siempre que miraba el cielo de la noche. 

Estaba nerviosa. 

La cena estaba dispuesta en las respectivas ollas, la mesa puesta, el vino respirando, el postre en la nevera. Pero faltaba lo más importante. 

La exquisita cena que le había costado cuatro horas cocinar no había sido más que una excusa para poder reunirse las cuatro. 

A la que más costó convencer fue a María Soledad. Encontró cientos de pegas y excusas para no asistir, pero al final, unas horas antes de la cena, confirmó su asistencia. Seguramente habría reflexionado, le costaba hacerlo pero cuando llegaba la lucidez era imposible no sentirla.

María Antonieta había dicho que sí antes de que María acabara la frase -¡qué gran idea!-dijo con un tono emocionado-¡no faltaré! Llevaré un par de vinos.... y mucha música-.

María había sonreído, al otro lado del teléfono, sabía que María Antonieta pecaba a menudo de demasiado efusiva y esto le jugaba malas pasadas cuando las cosas no salían como había planeado en su cabeza. 

Finalmente María envió un texto a María Nueva, quien respondió algunas horas después diciendo que no podía negarse a tan elocuente invitación. 

... 

Sonó el timbre. María dio un pequeño saltito del susto. Ahí estaba. La reunión iba en serio. Tras años y años imaginándose, se iban a hablar cara a cara. 

Estiró el vestido que se había puesto para la ocasión y recogió unos pelos que le caían por el costado del moño. Respiró hondo y se dirigió a la puerta. 

- Oh, no esperaba veros a las tres juntas. Así que ya os habéis conocido antes de entrar. ¡Pues por algo será! ¿No? 

Las tres entraron lentamente al comedor iluminado con velas y pequeñas luces de colores. Sonaba un tango de Gardel de fondo, quién sabe a quién se le ocurrió que tal sonata crearía la situación que allá se confabuló. 

Se encontraban las cuatro sentadas en aquella mesa redonda de mantales blancos mirándose, sonriendo de una u otra manera, hasta que María Antonieta agarró una de las botellas de vino que había traído, la abrió con demasiada soltura, y sirvió a las demás. 

- Brindemos -dijo- , porque María Soledad nos esconde, María nos reúne, yo os hago amar la vida, y María Nueva nos entiende. 

Todas hicieron vibrar sus copas con las de las demás, no sin antes reflexionar acerca de aquella verdad que había provocado el encuentro de cuatro ciclos, semanas y estados de una misma persona. 

El todo se había creado. Nunca hubo una mejor ocasión para decir aquella frase de "la unión hace la fuerza". 



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