Hoy me he reencontrado con ese algo inexplicable que me atrae a este lugar. Con esa sensación que está dentro de mí, pero que apenas sale de este sitio.
Es una Maria que lo ve todo con la calma de la anciana. Con los ojos de la niña. Con las ganas de la joven. Con la tristeza de una madre.
Es una Maria que lo quiere todo y no quiere nada. Que ama el proceso y no el resultado. Sólo soy sensaciones. Sólo soy sentimientos. Todo me influye y me atolola. Vivo atolondrada por los rincones de esta inabarcable ciudad.
Como si la Maga me hubiera arrancado la cordura y la hubiera tirado por algún inhóspito lugar donde no la podré conseguir jamás. Sonrío y lloro con la misma facilidad. Me sorprende y me encanta lo nuevo aunque me haga sentir fuera de lugar.
Y a veces. Me asomo a una ventana dentro de mi cabeza. Y miro todo como si la cosa no fuera conmigo. Como desde fuera. Y me miro de lejos y siento amor y pena por mí misma. Porque la magnitud de lo que siento es tan grande que no comprenderé hasta dentro de un tiempo que las sensaciones son sólo. Pasajeras efímeras que nos proporcionan estados de ánimo preciosos y profundos. Y luego se van, antes o después, y nos dejan en calma de nuevo.
Hoy he ido a escalar una montañita en la falda de los Andes. Después, a recorrer el Cajón del Maipo, toda la entrada de la Cordillera chilena. Precioso. Vasto y gigante. Bello.
Cascadas, riachuelos, el atardecer, el musgo o la nieve en los picos. El cielo aclarado. La ciudad allá abajo. Una casa jardín bar que tenia flores de todo tipo y un Dios llamado Marley. Y mucha paz.
Creo que hoy ha sido un día completísimo cantando canciones de vuelta a casa, los cuatro, como si la vida fuera maravillosa.

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