Paré en una terraza porque vi que El País estaba sólo en una mesa al sol. Y dije, bueno. Me pedí un café con leche de algo que no supiera a leche. Quería comer algo pero no sabía qué. Acabé por no pedir nada y comerme los pensamientos.
Cuando levanté la vista, escondida tras las gafas de sol, me di cuenta que había una pareja mirándome. Descaradamente. Tanto que no podía ser que hablaran de mí. ¿Que tenía? No podía ser el objeto de una interesante conversación.
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A la vez, y justo detrás de ellos, había una mujer mirándoles. La pareja era una pareja porque estaban cogidos de la mano mientras cuchicheaban. Debían tener veintimuchos. Iban de deporte, como Barbie y Ken cuando una niña los viste para ir al gimnasio de pesas y música maquineta. Todo rosa y pequeño. Tanto que cabe que un maletín.
La chica de atrás miraba a la pareja de enamorados deportistas y tecleaba en su movil. De vez en cuando pegaba caladas gigantes a su Ducados y seguía escribiendo. Esperando a que le contestaran al otro lado, mirando, y volviendo a escribir.
Resulta que la pareja es de amantes secretos. Que se visten de gimnastas en sus respectivas casas y quedan para verse. Hacen otro tipo de deporte más conspirador. Y pagan un gimnasio para nada. Y Ella, la rubia que fuma, es la amiga de una prima del hermano de la novia de él.
Mientras ellos me analizan y ríen de mi no-sé-qué-pero-que-me-lo-digan, hay una fumadora de Ducados que va a descubrir el pastel de los enamorados de otros que no son sus respectivas parejas oficiales.
Lo que es la vida. Y las terrazas. Todo porque hay sol.

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