Era primavera en la ciudad de Victor. No lo habían nombrado en las noticias ni los carteles en los autobuses decían nada sobre ello. Tampoco le había llegado alguna carta anunciándolo. Nada. Pero él lo sabía como un niño sabe cuando algo que va a hacer en el minuto siguiente le traerá una buena zurra o como las personas mayores saben que va a llover por la forma y olor que tienen las nubes sobre los tejados de pizarra.
Lo sabía porque lo sentía en su fuero interno y conocía esa sensación. Si corría el aire uno se quedaba helado y sin embargo al sol hacía calor, como si fuera verano. El cuerpo le pedía un poco de Calamaro, y un poco de Babasónicos también. Se fijaba en la ropa de las chicas, sobre todo cuando era colorida o con telas que parecía que pedían ser acariciadas. Como las blusas esas que dan pistas a la imaginación, o las faldas de volantes.
Lo sabía porque a la hora de elegir entre bermudas o pantalones de algodón se paraba realmente a pensarlo. Veía a Carla como cada día desde hacía tantos años, y aunque sonrisa seguía pareciéndole seductora y traviesa, en ese tiempo todo era un poco más de lo normal. Tenía una necesidad no-tan-ligeramente más apremiante de lo normal de tocarla, de acariciarla y quitarle la ropa. De mirarle el escote. No se sentía especialmente mal, sólo algo más animal de lo normal. Más instintivo. Le gustaba la sensación de sentir una parte de él que no podía o no quería controlar. Le gustaba ese ápice de salvaje que aún le quedaba a veces.
Sentía la primavera porque la gente susurraba más de lo normal. Las chicas fumaban de una manera muy sexy en la puerta de la universidad y los niños tenían mucha más energía de la que tienen acostumbrados a sus mayores. Sería porque se levantaban con la luz del sol y se acostaban casi con ella. Quizás.
Víctor adoraba la primavera porque fue en esa época, hacía ahora muchos años, cuando acabó de leer su libro favorito. Y cuando lo hizo, lo anotó en una libreta. "El diario de los Abriles". Y decidió escribir durante el mes de abril de cada año qué cosa intensa le ocurría cada día. La casualidad, el destino o algo especial le hizo escribir muchos de los episodios más importantes de su vida. En su libreta de abriles le tocó apuntar el día en que había regalado el primer "te quiero" a una enigmática chica auto-suficiente que unas horas después de que aquellas dos palabras se evaporaran desde la garganta de Víctor hasta las vías respiratorias llenas de nicotina de ella le hizo llorar como si volviera a ser un bebé y a sentirse el más desdichado del planeta. También le hizo escribir detalladamente el sentimiento perturbador y la tristeza infinita que le provocó ver a su abuela enferma en una residencia para la tercera-edad-mal-llevada.
Dos abriles más tarde pudo anotar, no sin cierto orgullo, la primera experiencia sexual con María, en una habitación pequeña donde la cama estaba pegada a la cocina y sonaba Silvio Rodriguez. El sitio era especial, decía en el diario, porque era la casa de ella. Su lugar más íntimo. Le había quitado el jersey y el sujetador y había tocado unos hermosos y juveniles pechos por primera vez. Y a pesar de la (ya prevista) decepcionante -aunque-ilusionante primera vez, no sentía miedo. Solo amor. Amor a raudales por una chica que, esta vez, no le partió el corazón.
Escribió un poema de Machado que había leído ya muchas veces pero que, un abril en particular, le pareció tan revelador que no entendía como no lo había visto antes. Algo de un camino, decía aquel escrito apartado unas hojas más tarde del resto de días primaverales del penúltimo abril del que había quedado constancia en el gastado diario.
Era primavera en la ciudad de Víctor. Y era el primer día del nuevo abril que se disponía a coger su diario y a escribir todo esto.
Lo sabía porque a la hora de elegir entre bermudas o pantalones de algodón se paraba realmente a pensarlo. Veía a Carla como cada día desde hacía tantos años, y aunque sonrisa seguía pareciéndole seductora y traviesa, en ese tiempo todo era un poco más de lo normal. Tenía una necesidad no-tan-ligeramente más apremiante de lo normal de tocarla, de acariciarla y quitarle la ropa. De mirarle el escote. No se sentía especialmente mal, sólo algo más animal de lo normal. Más instintivo. Le gustaba la sensación de sentir una parte de él que no podía o no quería controlar. Le gustaba ese ápice de salvaje que aún le quedaba a veces.
Sentía la primavera porque la gente susurraba más de lo normal. Las chicas fumaban de una manera muy sexy en la puerta de la universidad y los niños tenían mucha más energía de la que tienen acostumbrados a sus mayores. Sería porque se levantaban con la luz del sol y se acostaban casi con ella. Quizás.
Víctor adoraba la primavera porque fue en esa época, hacía ahora muchos años, cuando acabó de leer su libro favorito. Y cuando lo hizo, lo anotó en una libreta. "El diario de los Abriles". Y decidió escribir durante el mes de abril de cada año qué cosa intensa le ocurría cada día. La casualidad, el destino o algo especial le hizo escribir muchos de los episodios más importantes de su vida. En su libreta de abriles le tocó apuntar el día en que había regalado el primer "te quiero" a una enigmática chica auto-suficiente que unas horas después de que aquellas dos palabras se evaporaran desde la garganta de Víctor hasta las vías respiratorias llenas de nicotina de ella le hizo llorar como si volviera a ser un bebé y a sentirse el más desdichado del planeta. También le hizo escribir detalladamente el sentimiento perturbador y la tristeza infinita que le provocó ver a su abuela enferma en una residencia para la tercera-edad-mal-llevada.
Dos abriles más tarde pudo anotar, no sin cierto orgullo, la primera experiencia sexual con María, en una habitación pequeña donde la cama estaba pegada a la cocina y sonaba Silvio Rodriguez. El sitio era especial, decía en el diario, porque era la casa de ella. Su lugar más íntimo. Le había quitado el jersey y el sujetador y había tocado unos hermosos y juveniles pechos por primera vez. Y a pesar de la (ya prevista) decepcionante -aunque-ilusionante primera vez, no sentía miedo. Solo amor. Amor a raudales por una chica que, esta vez, no le partió el corazón.
Escribió un poema de Machado que había leído ya muchas veces pero que, un abril en particular, le pareció tan revelador que no entendía como no lo había visto antes. Algo de un camino, decía aquel escrito apartado unas hojas más tarde del resto de días primaverales del penúltimo abril del que había quedado constancia en el gastado diario.
Era primavera en la ciudad de Víctor. Y era el primer día del nuevo abril que se disponía a coger su diario y a escribir todo esto.
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