APARTADOS

martes, 26 de mayo de 2015

Fantasía textual

El término del título es de algún escritor sudamericano, claro. Mi elocuencia no llega demasiado lejos. Tengo una inventiva poderosa pero una escasa capacidad para hacer que mis pensamientos pasen al estado textual a través de magia. Cuando lo consigo, sólo es a través de un proceso mecánico. La magia se tiene, o no se tiene. 

Como Sumire, que seguramente no tenía magia, pero si muchas ganas de contarle al mundo el torbellino que le corroía entre las conexiones cerebrales, a veces a una le ocurre que necesita convertir pensamientos en palabras para poder pensarlos, precisamente. La belleza de muchísimos aspectos de la vida, sobre todo los que su nacimiento depende del género humano, sólo se puede apreciar cuando alguien les señala y les da un nombre. Una genial, sencilla, adecuada e intensa palabra. 

Todo esto venía porque últimamente he estado leyendo mucho. Más de lo normal. Como aquel curso escolar en el que había una cartulina pegada en la pared de la clase y todos debíamos escribir los libros que leíamos y entregar un resumen a la profesora. El alumno que más libros leyera se llevaría un premio. Mis recuerdos no llegan al callejón mental donde guardo lo que era el premio. Pero algo me dice que se trataba de un libro. Aquel año gané yo. Leía una novela tras otra. En cierto modo decepcionaba  a las historias. Pues las leía ávidamente y antes de que pudiera empezar a considerar lo triste que es haber vivido una historia ajena y sentir el vacío de que ya ha acabado, mis dedos paseaban por los lomos de los libros de la biblioteca del aula y, haciendo un pequeño estudio visual de la portada, elegía rápidamente un nuevo libro al que dar vida.

Sumire es la protagonista de Sputnik, mi amor. Aunque creo que en inglés el título me gusta más: Sputnik sweetheart. Me recuerda a esa canción de los Wave Pictures. La cuestión es que hable de lo que hable una novela, al final todo empieza y acaba en el amor. Y no hay amor sin algún tipo de lenguaje. Sin palabras.

Si uno lo piensa detenidamente, uno no ama a otra(s) persona(s). Es algo mucho más complejo. Un entramado de ideas, conceptos y palabras entremezcladas que a veces se atascan en el estómago, sí. Pero son palabras. Que nadie piense en otra cosa. No mariposas, o pan no digerido. Palabras.

Nos atrae lo que otros dicen. A Marcos le atraía como Mercedes le explicaba mientras gesticulaba lo que le parecía la función del Estado en su país. A otros les daría igual, o no se fijarían. Pero a Marcos le encantaba. Se sentía atraído por las palabras que escogía ella, por como las combinaba con sus gestos, por la mirada viva que sostenía mientras decía lo que dijera, porque en realidad daba igual de qué hablara, él no podía soportar la irresistible tentación de mirarla con la boca abierta.


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