Me gusta ver a los niños jugar con juegos de toda la vida. De la vida de mi abuela, y de la mía misma. Como saltar olas, mirar insectos con ojos de lupa o señalar objetos desenterrados de alguna parte. Aunque sean piedras. Pero no son piedras normales, ellos lo saben.
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Unir los puntos... |
Son piedras de niño. Tienen un color diferente, un tacto muchísimo más sugerente y probablemente vengan de tiempos ancestrales donde otros niños que montaban en dinosaurios las encontraron y sintieron exactamente lo mismo que sienten nuestros niños de ahora.
Los niños de ahora son diferentes, pero no tanto. Siguen repitiendo una y otra vez lo que ven y escuchan. Miran con unos ojos que ojalá supiéramos mantener toda la vida. Tienen ese tipo de sinceridad que de tanta verdad a uno se le saltan las lágrimas por tener la realidad más en la cara que nunca.
Sus manos pequeñas revolotean por todas partes, siempre predispuestas a tomar lo prohibido, a tocar lo insospechado, a sentir lo inesperado.Pueden imaginar barcos que ni siquiera han visto nunca, y verse a ellos mismos conduciéndolos con un sombrero especialmente diseñado para mentes-prodigiosamente-lúcidas.
Huelen el café y lo ven lejano, igual que ven lejanas las ollas de cocina, las tristezas sin lágrimas y las caras-de-problema-que-no-tienen-solución.
Si tú y yo fuéramos como esos niños, otro gallo nos hubiera cantado.Nos cantaríamos nanas para dormir y nos daríamos besos de buenas noches. Uno tras otro.Sin dejar tiempo para respirar ni al besador ni al besado. Seríamos demasiado sinceros y las lágrimas durarían lo mismo que las lluvias torrenciales. Nos señalaríamos al corazón sin decir nada, sólo mirándonos, y todo quedaría absolutamente claro. Nos cogeríamos al cuello del otro y caminaríamos por la orilla de la playa remojando los tobillos con una espuma de libertad que nos haría las mismas cosquillas que hablar del futuro. En algún momento nos enfadaríamos y separaríamos, pero solo para darnos cuenta de que resultaría una estupidez no estar juntos.
Nos ocurrirían muchas cosas, que descubriríamos a la vez, uno explicándoselas al otro y al revés, dependiendo del nivel de espabilamiento que tuviéramos cada uno. No me odiarías por pensar que es la Tierra la que gira alrededor de la Luna. Y yo guardaría las manos en los bolsillos llenos de canicas. De estas que vueltas al trasluz de la ventana presentan historias tan posibles como la nuestra, precisamente.
Pero no somos niños. Ni pájaros. Ni protagonistas de canciones. Somos simplemente nosotros. Mis imperfecciones y yo nunca podrán demostrarte lo difícil que resultaría encajar un golpe tuyo.
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