En los últimos tres días he empezado siete entradas. No he acabado ninguna. No he publicado ninguna. No me ha gustado ninguna.
A veces las cosas nos ocurren sin previo aviso, nos pillan a contrapié, y no somos capaces de darles la vuelta. De tomar el volante y conducirlas hasta un fin pausado y feliz. Llegan y nos arrollan.
Como un sueño que tenía de pequeña muy breve (término ambiguo teniendo en cuenta que en el estado onírico no existe el tiempo del reloj): Estoy en medio del mar, alejada un poco de la orilla en la que mi padre con barba de dos días fuma un cigarro que sostiene en los dedos y apura rápidamente para entrar conmigo. Yo veo la orilla desde lejos pero no me fijo. Sólo sé lo que ocurre sin verlo. Hay más gente alrededor. La típica pareja, el típico niño, los típicos hermanos con la tabla. Y, de repente, pasa una ola gigante que lo cubre todo y se acaba el sueño. Fin.
A veces veo llegar el final de algo. Siento que empieza el principio del fin. Pero no hago caso. Prefiero evitar el sentimiento de añoranza antes de lo necesario. Evito la nostalgia hasta que no hay más huevos. Como cuando sabes que vas a dejar de hacer algo que llevas haciendo tanto tiempo que no sabes si podrás seguir caminando sin hacerlo. Como entrenar.
Como cuando me dices que "cuando tenga un novio" o como cuando pienso en "cuando tenga mi casa". Las señales están ahí. Pero de verdad. De verdad que no sé reaccionar. Debería subirme el cuello de la chaqueta (porque es invierno), esconder la boca tras él y caminar muy recta y muy elegante por el presente hacia un futuro alentador. Pero no sé.
Me quedo como en el sueño. Descolocada porque ha llegado el fin y ahora qué cojones hago. Puedo intentar acabar la entrada o puedo
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