APARTADOS

martes, 12 de enero de 2016

Como un barco de papel que cuando se moja se hunde

Miranda bailaba y bailaba. Se había quedado sola en aquel comedor feucho y lúgubre a las tantas de la noche.

El cigarro le iluminaba los labios y las velas deshechas en los rincones provocaban unas luces y sombras que ondeaban con sus movimientos. Pero las llamas no se apagaban.

Miranda dejó de girar. Miró alrededor y vio que ya no había nadie con ella. Puede que  nunca los hubiera habido.
Apuró el cigarro y lo apagó contra el cenicero. Odiaba cuando las manos le olían así. Se sentó en el sofá y fijó la mirada en una de las velas. La cera se deshacía bajo el calor irreparable de la llama y perdía la forma. Perder la forma.

"Estoy sola"

Pensaba, mientras la música seguía sonando y los rizos de Miranda comenzaban a descansar sobre sus clavículas.

Se recostó sobre el sofá y quiso desparecer. Hacerse pequeña. No tanto como la cera de una vela. Pero más pequeña, como una chispita. El último suspiro de una mecha que se ha agotado.

La música seguía sonando. Las velas haciendo sombras imposibles y anunciando el final. Las luces del Sol comenzando a llamar a los cristales de las ventanas.

Mañana es hoy.

Miranda es hoy.


Abre los ojos Miranda. El baile ha acabado. Empieza el día.

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