Yo suelo comer sin sal.
Pero a veces, sólo algunas veces, me digo: ¡ui! Y espolvoreo el día y ocurren algunas cosas.
La música en la calle y cogerte a tu amiga para bailarla. La porcelana de la tetera. La pintada junto al banco en el parque. La tela de los cojines de las sillas. La sonrisa traviesa. Una broma irónica ante un cuadro. Un violín sonando a las puertas de un museo. Un escaparate lleno de pelotas de playa de colorines y confeti. Un café con velas. Todos los libros que me he leído en un mismo puesto en la calle. El sombrero esperando a ser comprado por mí. La viejita que lo vendía.
Un sábado en Santiago nunca estará demasiado salado.
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